Ese coloradismo está en las antípodas del discurso libertario. Y, sin embargo, en un notable ejercicio de cinismo, integrantes del oficialismo republicano –empezando con el propio presidente Santiago Peña– no tuvieron el menor empacho en participar de una cumbre de libertarios y ultraconservadores en Asunción, un verdadero festival de hipocresías que nos podría resultar hilarante si no supiéramos que su objetivo es distraernos de los problemas reales del país, dramas rutinarios, como la corrupción, la prostitución de la Justicia o las carencias en salud y educación pública.
Aunque no comparto las ideas de libertarios ni de conservadores, respeto su derecho a tenerlas, defenderlas y difundirlas. Lo que me resulta irritante es ver colarse en sus filas a quienes no solo no tienen un pelo de libertarios, sino que además defienden en su organización política a ladrones, corruptos y pervertidos de toda clase.
Nada aterra más a los líderes republicanos que la aparición de algún extremista libertario que les arranque de cuajo el sagrado derecho a meter a parientes, amigos y amantes en el Estado; un fundamentalista de la meritocracia que obligue a toda su clientela política a concursar para seguir en sus cargos.
Un verdadero conservador huiría despavorido de las carpas coloradas si llegara a conocer las historias que se esconden tras la estampa de la familia tradicional, de confesión y misa diaria.
En realidad, hay allí tanta pasión por la familia que abunda quienes tienen varias. Los amores clandestinos, las paternidades inconfesables, las pecaminosas parrandas (como aquella inmortalizada en el video de uno de sus más influyentes caciques), el acoso, el trueque de sexo por cargo, la prostitución encubierta… son solo algunas de las muchas caras de la doble moral criolla.
Por supuesto que no son una exclusividad republicana: Se da en todas las esferas de la sociedad paraguaya. Lo que choca es escuchar a estos nuevos abanderados de la decencia atribuir a su organización la defensa de valores como la vida cuando hasta hoy no se han atrevido a condenar los crímenes cometidos por el régimen colorado-militar ni las atrocidades perpetradas por su dictador, como el abuso de niñas.
Este Paraguay no puede ser jamás un ejemplo de moral. Es un país donde la falta de oportunidades, las adicciones y la violencia están destrozando a las familias; una nación lastimosa en la que en promedio dos niñas se convierten en madre cada día, víctimas del abuso; una sociedad que todavía permite que menores vivan en un régimen de semiesclavitud bajo la figura del criadazgo.
Y el Estado paraguayo es cualquier cosa, menos libertario; una maquinaria torpe, ineficiente y costosa; atiborrada de operadores y parientes y depredada por los financistas del partido que lucran con licitaciones amañadas o engrosando las filas del crimen organizado con la protección de jueces, fiscales y policías rentados o controlados por los políticos.
Lejos de ser un Estado libertario o una sociedad que garantice la conservación de valores como la honradez, la decencia, la tolerancia o la coherencia, tres cuartos de siglo bajo la administración de un mismo signo político nos convirtieron en un país con una preocupante tendencia hacia el autoritarismo, una actitud laxa cuando no servil con quienes lucran a costa del dinero público y una cuasi resignación ante las miserias rutinarias de los servicios del Estado.
Repito, no comparto las ideas de los verdaderos libertarios ni de los conservadores, pero pagaría por ver a uno de ellos aterrizar en este Estado coloradizado, con la motosierra de la meritocracia y una honradez intolerante. El estruendo de la desbandada se oiría en toda la República.