18 sept. 2025

El doble despliegue de poder de China

En una semana intensa, el gigante asiático ha exhibido públicamente tanto su poder duro como su poder blando

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En los primeros días del corriente mes, dos eventos de alta importancia tuvieron lugar en la República Popular China. El primero de ellos fue la reunión de la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS) en la Ciudad de Tianjin. La OSC, formada en 2001, es una organización intergubernamental y tiene entre sus diez miembros a China, Rusia, India, Pakistán e Irán. Es la organización de su tipo más grande del mundo por su población y alcance geográfico, representando en 2024 el 36% del producto interno bruto mundial a paridad de poder adquisitivo (PPA).

La OCS, considerada desde sus inicios como un “club de dictadores”, comenzó con actividades relacionadas a la seguridad y fue ampliando su campo de acción para incluir la cooperación económica y cultural. Si bien sus cumbres siempre han atraído cierto interés entre los especialistas en China y Rusia, en particular entre aquellos interesados en Asia Central, nunca han recibido tanta atención mediática internacional como la reciente cumbre de Tianjin. La presencia de casi treinta líderes mundiales pretendía proyectar la imagen de China como centro del mundo no occidental. Incluso el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, quien visitó China, habló con entusiasmo de la necesidad de “construir un mundo multipolar”, en contraposición al mundo unipolar, liderado desde el fin de la Guerra Fría por Estados Unidos, y de la OCS como una de las “condiciones básicas” para lograrlo. Pero más allá de la imponente puesta en escena de la OCS y de los discursos en favor de la multipolaridad, la realidad geopolítica es más compleja de lo que la imagen podría sugerir. En primer lugar, la OCS cumplió históricamente una función muy específica: Ayudar a China y Rusia a gestionar sus diferencias en Asia Central. La incorporación de socios de alta relevancia geopolítica y geoeconómica como India, Pakistán e Irán han diluido la misión de la OCS. Ahora, sus sesiones no han pasado de ofrecer grandes puestas en escena con banquetes presenciados por los líderes de sus países miembros. En lugar de acuerdos concretos, abundan las imágenes de alto impacto. El ejemplo más elocuente lo constituyó la animada conversación entre Xi y el presidente ruso, Vladimir Putin, y así como con el primer ministro indio, Narendra Modi. Del mismo modo, se observó a los líderes participantes sentados alrededor de la gran mesa, leyendo sus discursos preparados con antelación.

La interacción entre Xi Jinpin y Modi, muy esperada tras el conflicto entre Estados Unidos e India por la imposición de aranceles de Washington a Nueva Delhi reflejaron las contradicciones subyacentes en la organización. Modi expresó que la reunión permitió un intercambio “fructífero” con Xi, y este, por su parte, enfatizó que India y China no son “amenazas”, sino “oportunidades de desarrollo mutuo”. Sin embargo, la realidad es muy distinta y mucho más cruda: China e India luchan por el liderazgo del Sur Global, experimentan conflictos en lo económico y continúan con su complejo conflicto fronterizo, que ya dio origen a enfrentamientos armados entre ambas fuerzas militares en años anteriores. Este es el problema mayor de la OCS actualmente: No tiene medios para lidiar con diferencias entre miembros, y no constituye en sí misma una alianza. La llamada “Declaración de Tianjin” no pasa de ser una expresión de deseos de acometer una serie de acciones en materia de cambio climático, inteligencia artificial y lucha contra el terrorismo, pues no se presenta un plan de acción, y no tiene la infraestructura para llevar dicho plan a la realidad. Y, sobre todo, carece de concreción en cuanto a un plan para implementar una rivalidad con Occidente.

El discurso de Xi también fue un ejercicio en frases sin una base material concreta. El líder chino habló de trabajar para “oponerse a la mentalidad de la Guerra Fría, la confrontación entre bloques y las prácticas intimidatorias” –frase dirigida a Estados Unidos– y de la necesidad de “defender la equidad y la justicia” (No entró en detalles sobre el significado de esta frase). Putin, por su parte, se refirió a los “entendimientos” que supuestamente había alcanzado en Alaska con el presidente estadounidense, Donald Trump. Sus críticas a Estados Unidos fueron claramente moderadas en esta ocasión y el discurso no pasó de ser una mera anécdota en el contexto de la cumbre.

De todos modos, Xi aprovechó la reunión de la OCS para presentar su nueva Iniciativa de Gobernanza Global. Esta iniciativa se suma a la Iniciativa de Seguridad Global de 2022 y a la Iniciativa de Civilización Global de 2023 al ofrecer recetas altruistas y sin base realista para un mundo mejor que probablemente significará muy poco en la práctica, sobre todo para una China que se desenvuelve con una política exterior que está muy lejos de ser altruista e idealista.

El segundo evento llevado a cabo en este mes de setiembre fue la parada militar para conmemorar los ochenta años de la victoria sobre Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial.

El mensaje del desfile estuvo muy lejos del altruismo y del idealismo, mostrando muchos de los componentes del poder duro de China. Rodeado de los líderes de sus aliados estratégicos, Rusia, Irán y Corea del Norte, China exhibió sus sistemas de armas más recientes, mandando un claro mensaje sobre las eventuales consecuencias de una guerra con el gigante asiático.

El discurso de Xi antes del inicio del desfile distó mucho del que pronunció en el seno de la OCS. Advirtió que China es una nación que no le teme a la violencia, y habló del persistente espíritu guerrero que desplegó en la guerra contra Japón. Sus palabras estuvieron muy lejos de ser vacías: La sociedad mundial observaría con sus propios ojos la temible maquinaria militar china.

El desfile provocó que el discurso occidental sobre el desarrollo tecnológico de China quedara desfasado. La visión de la economía china como una mera imitación de la tecnología occidental, que roba propiedad intelectual, y que tiene éxito solamente debido a los masivos subsidios públicos tiene amplios elementos de verdad, pero no tiene en cuenta lo que claramente es hoy una profunda capacidad de innovación endógena. China es líder mundial, o se cuenta entre los líderes mundiales, en amplios sectores de alta tecnología, incluyendo la inteligencia artificial, la energía solar, vehículos eléctricos, drones y tecnología nuclear para uso civil, entre otros sectores.

La parada militar, con su despliegue de armas de alta tecnología, incluyendo barcos y submarinos no tripulados, cañones láser, tanques de última generación, misiles hipersónicos, misiles antibuques y misiles intercontinentales, hace que haya que agregar la tecnología militar a esta lista. China ahora está innovando y liderando militarmente, y esto implica un profundo cambio en el equilibrio de poder regional, liderado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial por los Estados Unidos. China ya posee tres portaviones y se encuentra en el proceso de construir un cuarto navío, de tanto tamaño y capacidad como la última clase de portaaviones estadounidense. Los indicios del gran crecimiento e innovación militares de China van más allá de las armas. China está construyendo un tipo único de barcaza motorizada con puentes extensibles que permitiría a los buques que transportan vehículos descargar su carga en un sitio costero no preparado, una innovación que apunta a una eventual invasión de Taiwán.

Todo este desarrollo tecnológico militar, posiblemente el más avanzado después de la Segunda Guerra Mundial lleva a preguntarse cuáles son los objetivos estratégicos de China. Por un lado, es evidente la intención de construir un complejo militar industrial autónomo, sin necesidad de depender de ningún Estado extranjero para las operaciones y desarrollo de sus fuerzas armadas. El liderazgo chino ya ha declarado su intención de construir un Ejército “de nivel mundial” para el año 2050, pero esta expresión de deseos no aclara si China estaría buscando el establecimiento de bases en el extranjero para poder proyectar de forma global su poder militar. Si bien China ha estado aumentando de forma significativa su flota de aviones de transporte estratégico y de abastecimiento de combustible en el aire para sus aviones de combate, solo posee dos bases allende a sus fronteras, una en Yibuti y la otra en Cambodia. A modo de comparación, Estados Unidos posee más de setecientos cincuenta bases en ochenta países del orbe. Del mismo modo, China aún no ha logrado desarrollar un bombardero estratégico capaz de transportar armas nucleares hasta territorio continental de los Estados Unidos.

Por ende, hasta el momento solo se puede afirmar que el inmenso poder militar de China está orientado a cambiar el equilibrio de poder en la región del Pacífico Occidental, donde ya posee armamento de denegación de territorio (“area denial”) respecto a Estados Unidos, que se encontrará con grandes dificultades para ejecutar acciones de guerra navales y aéreas. Esto, debido a la masiva disponibilidad de buques de guerra chinos y a su posesión de misiles antibuque y misiles balísticos que pueden destruir las bases aéreas de Estados Unidos en Japón y en el territorio estadounidense insular de Guam, donde Estados Unidos alberga cientos de aviones de combate y aeronaves de apoyo logístico.

En síntesis, China ha mostrado en las últimas semanas sus capacidades en términos de poder duro y blando. Si bien aún presenta desafíos para proyectar dichos aspectos del poder a nivel global, su presencia en el escenario internacional es creciente, aunque aún se albergan dudas respecto a sus objetivos en el campo estratégico militar.

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