En 1859, al igual que hoy los movimientos militares generan tensiones geopolíticas y sirven como forma de presión simbólica, una poderosa escuadra naval estadounidense surcaba el río Paraná rumbo a Paraguay, exigiendo reparaciones por agravios diplomáticos y comerciales.
Aquella expedición naval fue una muestra temprana de la llamada “diplomacia de las cañoneras”. Lo que comenzó con el ataque al buque USS Water Witch terminó con casi veinte naves de guerra estadounidenses ingresando a la región con el objetivo de forzar una respuesta del gobierno de Carlos Antonio López. Este episodio, poco recordado en los relatos locales, constituye uno de los momentos más tensos en la relación bilateral entre Paraguay y Estados Unidos. A continuación, se exploran sus antecedentes, desarrollo y desenlace.
A mediados de la década de 1850 estallaron varios incidentes diplomáticos. En particular, el 1 de febrero de 1855, la fragata estadounidense USS Water Witch fue atacada por fuerzas paraguayas en aguas del río Paraná que resultó en la muerte del marinero Samuel Chaney. Además, Washington acusaba al gobierno paraguayo de haber confiscado bienes de ciudadanos estadounidenses de manera violenta y arbitraria, y de haberse negado –con pretextos calificados como “frívolos e insultantes”– a ratificar un tratado de amistad, comercio y navegación acordado en 1853.
Estas afrentas al “honor” de Estados Unidos motivaron reclamos al gobierno de López y demandas de indemnización. En su mensaje presidencial de diciembre de 1857, el presidente James Buchanan informó al Congreso que exigiría “justa satisfacción” a Paraguay y solicitó autoridad para emplear la fuerza si era necesaria. El 2 de junio de 1858, el Congreso aprobó una resolución que autorizaba al Ejecutivo a usar medidas armadas en caso de que Paraguay rehusase brindar satisfacción por el ataque al Water Witch y otras reclamaciones.
La prensa y los discursos oficiales hablaron entonces de enviar la “demostración naval más importante” de EEUU hasta ese momento.
A fines de 1858, la escuadra estadounidense zarpó hacia la Cuenca del Plata. Con la anuencia de la Confederación Argentina, gobernada por Justo José de Urquiza, la flota ascendió el río Paraná a comienzos de 1859. Urquiza, aliado político de Paraguay, permitió el paso, pero se ofreció como mediador. En este marco, el enviado especial James Bowlin abandonó el buque insignia Sabine y continuó hacia Asunción a bordo del vapor Fulton.
Al llegar a la fortaleza de Humaitá, Bowlin se encontró con unas 12.000 tropas paraguayas apostadas, lo que subrayaba el riesgo de un enfrentamiento. Sin embargo, no hubo combates: La flota fue recibida pacíficamente.
El Fulton ingresó en aguas paraguayas el 25 de enero de 1859 y Bowlin se entrevistó con el presidente López en Asunción. Las conversaciones se desarrollaron en un clima sorprendentemente cordial.
Paraguay no admitió formalmente ninguna culpa (alegó que sus baterías actuaron siguiendo órdenes y sin intención de insultar la bandera estadounidense), pero accedió a expresar su pesar por el incidente. Estados Unidos, por su parte, insistió en recibir indemnizaciones. Finalmente, ambas partes acordaron resolver el conflicto de forma amistosa.
El acuerdo final satisfizo a las partes en distinta medida. Paraguay accedió a pagar 10.000 dólares a la familia del marinero Chaney, una suma muy por debajo de los 500.000 dólares inicialmente reclamados por EEUU (y de los 250.000 que López había ofrecido pagar al inicio de las negociaciones).
Además, el 4 de febrero de 1859 se firmó un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre ambos países, que restableció las relaciones diplomáticas y garantizó derechos comerciales y de navegación fluvial recíprocos. Ratificado en 1860, este tratado abrió formalmente los ríos paraguayos al comercio estadounidense.
Aunque no se exigió una disculpa pública explícita, el Gobierno paraguayo expresó su lamento formal por el tiroteo y declaró que no lo consideraba un acto deliberado.
Aunque el desenlace fue pacífico, el operativo representó un enorme esfuerzo logístico y financiero. Las fuentes históricas estiman que la expedición costó cerca de 3 millones de dólares de 1859, incluyendo el envío de 19 buques, armamento, provisiones y fletes. Ajustado por inflación, el costo se estima hoy entre 90 y 100 millones de dólares.
Aun así, el presidente Buchanan destacó que no se recurrió a fondos
extraordinarios del Congreso, ya que casi todo el gasto fue cubierto con el presupuesto naval ordinario, salvo 289.000 dólares adicionales destinados a la compra de siete vapores ligeros.
En Washington se celebró el éxito diplomático –Buchanan proclamó que los asuntos “habían quedado satisfactoriamente ajustados”–, aunque la prensa ironizó sobre la desproporción entre la expectativa de guerra y los resultados pacíficos obtenidos. El pago final de apenas 10.000 dólares fue percibido como modesto ante la magnitud del despliegue.