20 sept. 2024

Deuda crece sin parar y sin reformas para hacerle frente

La deuda pública sigue creciendo sin interrupción, poniendo en riesgo las finanzas públicas y, sobre todo, la capacidad del Estado de proveer servicios públicos. Cada vez mayores recursos se destinan al pago de los compromisos de la deuda, reduciendo la posibilidad de que los mismos se destinen a programas que beneficien de manera directa a la gente. En paralelo, la presión tributaria se mantiene y la microeconomía se deteriora, dando lugar a una combinación explosiva para el Estado en su rol de proveedor de servicios públicos básicos y para la mayoría de los hogares paraguayos que no cuentan con recursos suficientes para financiar esos servicios por la vía privada.

El malestar general está aumentando, derivado de la ausencia de políticas que mitiguen los problemas que ya venían desde años atrás, mucho antes de la pandemia. Esto es peligroso para la sostenibilidad del crecimiento económico y para la gobernabilidad política.

El Gobierno y quienes tiene la conducción económica continúan nostálgicamente asumiendo una estabilidad macroeconómica heredada y considerando que la misma es el fin de la política fiscal. Esta condición ya fue superada dados los actuales indicadores de deuda, llegando a niveles difíciles de sostener sin sacrificar los escasos recursos invertidos en otras áreas necesarias para la población como la salud, la educación, el agua potable o la protección social.

Por otro lado, considerar que el equilibrio fiscal o la estabilidad macroeconómica son los objetivos centrales de la política fiscal es cuanto menos simplista e irresponsable. La política fiscal tiene como principales objetivos suavizar los ciclos económicos, fomentar el crecimiento económico y garantizar el financiamiento de los bienes y servicios que se requieren para lograr niveles al menos mínimos de bienestar.

El endeudamiento sin capacidad de pago para equilibrar el presupuesto solo llevará a problemas graves en el mediano y largo plazo. Esta estrategia es irresponsable porque se apela al camino fácil para equilibrar el presupuesto y se traslada a gestiones gubernamentales y a las generaciones futuras el cumplimiento de los compromisos contraídos y la conflictividad que pueden generar las reformas.

Llevar la deuda a niveles insostenibles exigirá reformas estructurales en un contexto de urgencia, lo cual ha conllevado históricamente respuestas que en lugar de contribuir positivamente terminan generando inestabilidad económica, social y política.

Con altos niveles de desigualdad terminan siendo beneficiados los de siempre, ya que cuentan con poder para negociar, mientras que la población profundiza sus problemas. Esta es la historia de las crisis de endeudamientos tanto en América Latina como en Europa.

El próximo gobierno deberá enfrentar fuertes pagos de la deuda sin que las gestiones que generaron esta hayan iniciado una reforma tributaria que permita hacer frente a estos compromisos. Solo en bonos soberanos tenemos una cuenta pendiente de más de USD 1.800 millones para el siguiente quinquenio.

El desenlace final serán los recortes en gastos que ya de por sí son bajos, como los de salud o de educación, y que afectan a la posibilidad de acumular capital humano necesario para el repago de los compromisos que este Gobierno ya los llevó hasta el año 2050.

Mientras, la población general empezó a sentir la caída de sus ingresos reales desde 2015, situación que se agudizó con la pandemia en 2020 cuando los ingresos reales retrocedieron 10 años. Para el año 2021, se recuperaron mínimamente, pero el aumento de la inflación en 2022 afectará y detendrá cualquier posibilidad de mejora hasta por el menos 2023.

En este contexto de deterioro de los ingresos laborales es cuando más se requieren que los servicios públicos funcionen bien. Un Estado sin capacidad fiscal para financiar estos servicios profundizará la crisis de los hogares y afectará a la posibilidad de un crecimiento sostenido.

Más contenido de esta sección
Un proyecto que buscaba modificar el Código Penal para evitar que los casos de corrupción prescriban en la Justicia fue rechazado por los diputados y enviado al archivo. Se buscaba endurecer las penas, ampliar el universo de tipos penales, extender plazos para la prescripción y endurecer criterios de medición de la pena para delitos de corrupción pública y privada, con énfasis en la corrupción cometida por funcionarios públicos. El rechazo de esta propuesta parece una verdadera declaración de intenciones.
Mientras el ex diputado colorado Juan Carlos Ozorio opera para obtener una medida sustitutiva a la prisión, la Cooperativa San Cristóbal, de la que fue presidente, siente las devastadoras consecuencias de haber sido una entidad a través de la cual, presuntamente, se puso en circulación el dinero proveniente del tráfico ilegal de drogas. Perdió la confianza y a miles de socios. Es un ejemplo de lo que les sucede a las instituciones cuando falta fiscalización. Si no mejoran los controles, este caso se volverá a repetir, con los mismos funestos resultados.
El hecho de que la mayoría oficialista del senado haya retrocedido en la barbaridad cometida cuando devolvió fueros a senadores previamente desaforados que están siendo investigados por la Fiscalía, puede verse como que enmendaron un error. Sin embargo, una acción que significó el atropello a la Constitución Nacional no debe quedar impune. Los 23 senadores que votaron por devolverle los fueros a Erico Galeano, Hernán Rivas y Rafael Filizzola, deben ser investigados, pues en un estado de derecho nadie está por encima de la ley.
Hace unos días, fue intervenida una estancia en Fuerte Olimpo, Alto Paraguay, y en el lugar fueron detenidas diez personas de cuyo poder incautaron fusiles AR47 y una avioneta Cessna, además descubrieron una pista clandestina que habría pertenecido a la estructura liderada por el supuesto narcotraficante uruguayo Sebastián Marset y al presunto líder de tráfico de drogas, Miguel Ángel Insfrán, alias Tío Rico. Resulta insostenible la falta de control del espacio aéreo nacional, ante la impasividad o complicidad de las autoridades.
Aproximadamente, unos 1.300.000 niños y adolescentes paraguayos retornaron a clases en los establecimientos educativos públicos hace unos días, y el escenario que hallaron muchos de ellos ha sido el de una infraestructura deficiente y precariedades. A pesar de que la Constitución Nacional consagra el derecho a la educación, frente a la realidad a la que asistimos, parecen apenas palabras vacías de significado debido a la ceguera de nuestros líderes políticos para anteponer los intereses de la mayoría y apostar por el presente y el futuro del país.
El acceso de los niños a alimentos adecuados y saludables es esencial para garantizar su bienestar físico, intelectual y social. Los programas de alimentación escolar han formado parte de la política educativa desde hace más de un siglo y permanecen en la actualidad, independientemente del nivel de desarrollo de los países y de los ingresos de los hogares. Pero en todos los países el programa se ha planteado de manera integral y tiene alto consenso social. Paraguay no puede ser una excepción. Los cambios planteados solo generaron conflictividad, a la vez de que no garantizarán mejoras sustanciales.