La confianza es el eslabón psicológico que conecta la realidad económica con la acción humana. Demuestra que la economía es un ecosistema de expectativas y emociones colectivas. Crear y mantener la confianza de los agentes económicos no es solo una cuestión de números y estadísticas, sino de políticas públicas que proporcionen a la ciudadanía certidumbre sobre la estabilidad económica, la capacidad del Gobierno y del Banco Central para gestionar el crecimiento y el bienestar, la percepción de un sistema judicial justo y de un Poder Legislativo que aprueba normas a favor de la gente.
El desempeño de la economía depende de la confianza. Sin confianza, el sistema económico se reduciría a un intercambio primitivo e inmediato. La confianza es el requisito previo para cualquier intercambio que no sea simultáneo. Cuando un cliente paga por un café, confía en que recibirá la bebida. Cuando un empleado trabaja a fin de mes, confía en que recibirá su salario. Esta fe mutua, aparentemente trivial, es la base de todo comercio.
La confianza reduce los costos de transacción. Sin esta, cada transacción requeriría costosas garantías, contratos para los actos más simples y una verificación constante, ralentizando la actividad económica e impidiendo mejoras en la eficiencia de los mercados y en la productividad de los factores.
La confianza del consumidor, en particular, es un motor que la impulsa o frena. Funciona como un termómetro que mide el ánimo social y que regula la actividad económica futura. Su incorporación al análisis revela la psicología que subyace a las decisiones de consumo y ahorro, y su impacto en el ciclo económico. Es la percepción colectiva que tienen los individuos sobre la salud económica presente y futura, y sobre su propia situación financiera personal.
Cuando esta confianza es alta, los consumidores se sienten optimistas respecto a su empleo, sus ingresos futuros y la estabilidad general. Este optimismo se traduce directamente en acción económica: Se incrementa el gasto en bienes duraderos como electrodomésticos o se compra una vivienda. El aumento del consumo, que representa una parte fundamental de la demanda agregada en la mayoría de las economías, estimula la producción, incentiva la inversión empresarial y crea un círculo virtuoso de crecimiento.
Por el contrario, cuando la confianza cae, el mecanismo se invierte. Ante la incertidumbre, el miedo al desempleo, la recesión o la inestabilidad, los hogares adoptan una actitud defensiva. Posponen compras, evitan endeudarse y aumentan su tasa de ahorro como un colchón de seguridad. La caída en el consumo contra la demanda, lo que fuerza a las empresas a reducir la producción, congelar las contrataciones o incluso despedir personal. Estas acciones confirman y profundizan los temores iniciales de los consumidores, creando un círculo vicioso de recesión.
Debido a la relevancia de este indicador es que las instituciones gubernamentales y organismos privados lo miden a través de encuestas, tal como lo hace el Banco Central del Paraguay. Los datos de esta encuesta muestran una caída de la confianza, una mala señal para el crecimiento y las oportunidades económicas de la población.
La percepción ciudadana no falla. Los indicadores estadísticos muestran que el mercado laboral no genera los empleos de calidad y los ingresos suficientes para garantizar el mantenimiento de las familias en condiciones dignas. Los servicios públicos tampoco están funcionando bien para impulsar la eficiencia y productividad de los emprendimientos económicos ni mejoras en los hogares.
Las autoridades económicas deben utilizar los instrumentos que tienen para direccionar las políticas públicas que necesita el país para impulsar el crecimiento económico y el bienestar. Solo de esa manera podremos salir del círculo vicioso en el que estamos desde hace años, con pocas mejoras en la calidad de vida.