En Asunción, la noticia de que el intendente anunciaba sumarios a los planilleros y la renuncia inmediata de setenta personas en un mismo día no es un episodio aislado, sino el reflejo de un sistema que se alimenta de la corrupción cotidiana. Los planilleros, funcionarios que cobran sin trabajar, son ladrones modernos. No usan armas ni entran a robar casas, pero roban igual: se quedan con salarios que no merecen y con fondos públicos que provienen del esfuerzo de quienes sí trabajan y pagan los impuestos para sostener el Estado.
Además, el robo no es solo de dinero. También se roba la confianza en las instituciones, la fe en que el servicio público puede ser un espacio de dignidad y eficiencia. Cada planillero es una grieta en la democracia, porque detrás de su sueldo inmerecido hay un pacto oscuro: favores políticos, lealtades compradas, votos asegurados. No se trata solo de dinero, sino de manipular la libertad de elegir. Al comprometer a los planilleros y sus familias como bases políticas, se los convierte en rehenes de un clientelismo que le da migajas a cambio de mantener a los mismos jefes y a sus herederos o sus designados, en el poder.
Esos jefes son los discípulos modernos de Alí Babá. En vez de la famosa cueva donde esconderse y guardar lo robado, sus colegas actuales encontraron en la burocracia estatal un escondite cómodo y muy rentable. Ellos y ellas son los que les dan y toleran los privilegios, y hacen andar la máquina que convierte la nómina pública en un botín político. Son organizadores de una grandísima estructura mafiosa, que se sostiene en la impunidad y en la complicidad de quienes deberían velar por la transparencia, que roba no solo el dinero, sino el presente y el futuro.
La renuncia masiva nos muestra también que, con solo tocar una fibra mínima de control, que ni siquiera sabemos si se cumplió, se produce un pequeño derrumbe del sistema. ¿Qué será si logramos aumentar ese control y despertar la conciencia de quienes hoy se sienten privilegiados con derecho, para que se den cuenta de que son realmente ladrones?
Pero hoy ya no es suficiente el remanido discurso antiplanilleros, ni siquiera señalar a los ladrones y a sus jefes con nombre y apellido. Un país desarrollado donde haya igualdad de oportunidades, como pregona la democracia, no puede ser rehén de ese tipo de “acuerdos de cuevas”. Si no recuperamos la libertad de elegir erradicando el clientelismo, no podremos quejarnos ni exigir que cada salario pague un trabajo real y tengamos así la municipalidad eficiente como nos merecemos.
En pocos meses tenemos elecciones municipales, una gran oportunidad para sentirnos libres de elegir y empoderarnos para exigir.