27 jul. 2024

35 años

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Hace 35 años, en la madrugada del 3 de febrero, fue derrocada la dictadura más longeva de la historia paraguaya y de la región. A cañonazos finalizaba el reinado del terror de Alfredo Stroessner, que duró 35 años.

En días más se cumplirá otro aniversario del advenimiento de la democracia, que ya lleva 35 años, el mismo tiempo que duró la dictadura.

Mucho se puede hablar del cambio del clima político que trajo aquel golpe de Estado, como los pactos políticos, sociales y económicos, siendo la Constitución Nacional de 1992 el mayor de todos, el punto de inflexión y, probablemente, el único y último gran acuerdo nacional. La nueva arquitectura legal trajo consigo nuevas instituciones, cuya eficacia hoy está muy cuestionada, poniendo en duda la fe en la democracia.

El poder de Stroessner se basaba en la trilogía Gobierno/ FFAA/Partido Colorado y ese eje casi no se alteró en este tiempo. Aunque de esa tríada, las Fuerzas Armadas se diluyeron por decisión política para reducir su poder en tiempos democráticos. Lo tuvieron durante el primer gobierno poststronista del general Andrés Rodríguez, el líder de la gesta, y casi toda la década de los 90, pero al ser una fuente constante de crisis, (intentos de golpes en 1996 y 2000), la clase política decidió replegar a los militares a los cuarteles despojándolos de influencia. La drástica reducción de su presupuesto fue la vía para esa retirada. Con la trágica muerte del general Lino Oviedo en el 2013, desapareció del escenario el protagonismo militar en la política.

Ese hueco no ha quedado vacío. En los casi ininterrumpidos gobiernos colorados desde 1989 (excepto 2008/2013), ha sido ocupado por las élites económicas que han contribuido al mantenimiento del statu quo, y el crimen organizado, que se ha apoderado de una buena parte del Estado.

Esta nueva tríada ha llevado al país a la situación en la que se encuentra hoy.

¿NUEVAS DICTADURAS? La caída del stronismo no trajo consigo una nueva cultura democrática. El prebendarismo y los privilegios, que han generado una extendida red de corrupción, siguieron incólumes y se consolidaron en estas tres décadas y media por la decisión política de entonces.

El escándalo de los nepobabys y el caos administrativo del Poder Legislativo son pequeñas muestras de la característica fundamental de la ANR y la razón de su permanencia en el poder: el patrimonialismo, es decir, el control y manejo clientelar del Estado para resolver sus asuntos internos con los fondos públicos. Lo que se ve hoy es la pus que explota del inflamado tejido estatal que ya no da más. Este vicio se repite en los poderes Ejecutivo y Judicial.

La oposición, y especialmente el PLRA, otro partido tradicional de profunda raigambre popular, ha caído en la misma inmoralidad y su histórico error ha sido participar del festín antes que combatir el modelo de la corrupción. A la par que los colorados, aparecen hoy los familiares de los dirigentes liberales atornillados en los cargos, fruto de un vergonzoso pacto de impunidad.

LOS DESAFÍOS. A 35 años de la caída de la dictadura, vale hacer evaluaciones para puntualizar cuáles son las grandes deudas sociales y económicas. A pesar de los cambios de las leyes electorales y las sucesivas elecciones, la calidad de la representatividad popular ha ido de mal en peor. La ignorancia, la mediocridad y la prepotencia hacen gala diaria en un Congreso que no muestra la necesidad de generar mínimos consensos, al menos para debatir los grandes temas nacionales. La ANR, con su mayoría propia, y su cohorte de seudoopositores utilizan la aplanadora para evadir toda discusión. El Legislativo, en esencia, está para limitar el poder personal del Ejecutivo, pero se ha convertido en un centro de extorsión para el gobierno de turno. No es casual la balcanización de los bloques partidarios o la fuga de opositores hacia carpas oficialistas. Allí está el dinero, la llave para ser parte de la casta privilegiada. Basta con mirar a algunos parlamentarios que entraron por la oposición. Antes formaban parte de ese pueblo pobre y marginado, vendiendo asaditos o cuidando ancianos en el extranjero y hoy hacen gala de una vida frívola, lejos de sus consignas, sin el mínimo cargo de conciencia de haber vendido sus votos.

El Poder Ejecutivo es aún más complicado por el doble comando del presidente Santiago Peña y Horacio Cartes. En estos cinco meses de gestión, el presidente de la República ha demostrado preocupante dependencia de su padrino político y es cada vez más notorio que ha dejado en manos del presidente de la ANR los asuntos políticos porque se siente más cómodo en al área económica. Craso error. Un presidente no delega el poder de ninguna área.

El Poder Judicial tampoco ha dado la nota por su honestidad e independencia. Al contrario, el ránking de corrupción que ostenta Paraguay se debe a la debilidad ante la cooptación de los grupos de poder y diferentes intereses. Fiscales, jueces y grandes estudios jurídicos forman una tríada de tráfico de influencias que hacen imposible la Justicia para los más vulnerables. A pesar de los cambios en la cúpula judicial y la inamovilidad de sus miembros, no hay coraje ni independencia para frenar las presiones políticas, especialmente de senadores y diputados que ejercen su poder a través del Consejo de la Magistratura y el Jurado de Magistrados.

A esto se suma la corrupción de sus miembros. ¿Podrán justificar los fiscales y jueces la ostentosa vida que llevan?

En medio de esta debilidad institucional crónica, el copamiento de los poderes del Estado de un movimiento político, un Congreso prebendario y corrupto, la despedazada oposición y una sociedad ausente, cabe preguntarse cómo se resolverán las grandes deudas de la democracia, como la desigualdad social y económica, la crisis educativa, la paupérrima salud pública, la exclusión vergonzosa de las comunidades indígenas, la deforestación indiscriminada, la reforma agraria, la despartidización de la Justicia y el combate al crimen organizado, que hoy es la mayor amenaza de la República.

A 35 años de la caída de la dictadura, y 35 años de democracia, vale preguntarse si la sociedad permitirá que su clase dirigente continúe en la misma senda cuyo epílogo es siniestro, o renacerán nuevas luchas para desmontar las nuevas y complejas dictaduras.

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