25 abr. 2024

Vacas y pollos

Benjamin Fernandez

La lucha contra la pobreza no parece ser una tarea fácil en ningún lado. Lo prueban miles de programas elaborados por diferentes gobiernos en el mundo que incluso han tenido que cambiar –como el nuestro– el modelo de medición para lograr que los números bajen.

En Brasil, dicen que han “dejado la pobreza” bajo el PT de Lula y Dilma, 40 millones de seres humanos que comenzaron a “sobrevivir” en São Paulo con un millón de guaraníes mensuales. No es raro que armen una revolución cuando el pasaje se incrementa 20 centavos.

Aquí no sabemos cuántos pobres tenemos, pero sí recordamos la promesa de Cartes, quien dijo que reducir el número sería su principal política de gobierno.

Para ese propósito nombró a Gattini, un oscuro secretario de Agricultura, quien trabajó antes con el denominado “ministro pollito” del gobierno de Cubas.

De esa experiencia volvió a traer el modelo de entregar unas cuantas aves y ahora el Gobierno tiene la genial idea de entregar una vaca preñada, cuyo valor es de tres millones y medio subsidiándola una parte y con un crédito al pobre del 8% hasta el pago total. Quien hizo este plan no tiene ninguna idea de cómo sacar a nadie de la pobreza. Absurdo completo.

El país es pobre porque tiene la peor educación del mundo. El Gobierno no escucha a su consejero Kliksberg, quien –bien pagado– repite donde sea que un año de una educación de calidad equivale a siete años menos de pobreza. Lo tienen comprobado en todas partes... menos en el Paraguay.

Aquí se cree que la vaca y los pollitos crecen solos sin sanitación ni alimentos y que sacarán a miles de la pobreza. No tienen estudios sobre la cantidad de terreno a usarse, los elementos de la autosustentación que deben desarrollar, los extensionistas que deben volver a convertirlos en agricultores y no vivir como campesinos. Nada de esto se analiza y menos se racionaliza.

No existe un solo país en el mundo que haya salido de la pobreza con vaquitas ni pollitos. Ni uno solo.

Pero en esta república, donde –como dice la canción– “nuestras costumbres no tienen nada que se parezca a otra nación son tan sencillas que siempre agradan porque no tienen complicación”, creemos tontamente en estas soluciones mágicas, dignas del chamanismo más primitivo que recuerde este país.

Estas soluciones se parecen a las curas del orzuelo que van desde colocar un anillo caliente en el ojo enfermo hasta ¡comer coquitos en el baño! Entiendo que la selección nacional, con técnicos preparados en las mejores universidades en el mundo, debe saber que esto no funciona.

¿Por qué gente instruida lo asiente y apoya? ¿En qué lugar han quedado los conocimientos cuando creemos que una vaca y un par de pollitos sacarán a miles de la pobreza?

¿Acaso no es suficiente con ser pobre para encima cargar estas soluciones mágicas de expertos vendedores de humo?

Necesitamos sinceridad de propósitos e inteligencia para reducir la pobreza.

No la vamos a acabar quizás nunca y menos con jaculatorias literarias, donde lo único cierto es que seguirán siendo tan pobres como antes de la vaquita y del pollo.

Como composición gramatical del segundo año de primaria sirve, pero como solución de la pobreza es un insulto a la inteligencia y la racionalidad.

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