04 oct. 2024

Y serán allá nuestros puchos las murallas…

No puedo sino admirar la pasión honesta y desinteresada con la que un puñado aguerrido de políticos y periodistas defiende la soberanía de la República seriamente afectada por las sanciones que el gobierno imperialista estadounidense impuso a la patria… o cuando menos a parte de ella. Si pudiéramos resucitar a esos estudiantes del 31 que enfrentaron las balas de la represión por exigir la defensa del Chaco, seguramente celebrarían que su insubordinación patriótica tuviera continuidad en operadores y perifoneros del oficialismo republicano; aunque quizás les desconcertara un poco que esta vez la causa de la insumisión independentista no fuera la integridad territorial sino el derecho de una tabacalera de seguir fabricando pabilos que terminan por pura casualidad alimentado el mercado negro.
Y es que, mas allá de la retórica nacionalista, la cuestión pasa finalmente por defender un negocio paraguayo con proyección internacional, una fuente cuasi milagrosa de recursos que ha permitido rescatar de la llanura al viejo partido y garantizar mayorías, alimentado la clientela política y el transfuguismo opositor. Una maravillosa gallina de los huevos de oro que consolidó el poder hegemónico colorado, adquiriendo hostilmente o rentando la mayor parte del aparato público.

Para el imperio, sin embargo, ya no se trata solo de un asunto comercial. Debido a las complicaciones que supone en la actualidad hacer uso de un sistema financiero cada vez más controlado, quienes operan en la clandestinidad han ido adoptando al cigarrillo ingresado de contrabando como su nueva moneda de cambio. Hicieron del cigarrillo clandestino el commodity del mercado informal, el nuevo dólar de las organizaciones mafiosas y terroristas.

Sus ventajas son varias. Es una droga legal, pero fuertemente castigada por impuestos; salvo por un número muy reducido de países, Paraguay, entre ellos. Esa benevolencia fiscal permite a naciones como la nuestra producir cantidades descomunales de cigarrillos que ingresan clandestinamente a los mercados de aquellos países que sí graban con dureza su producción e importación, generándose en la práctica una diferencia de precios imbatible. Eso explica que cigarrillos producidos en China, Corea y Paraguay inunden los mercados mundiales.

Es, además, un negocio mucho más seguro que el de las drogas ilegales, ya que, quienes caen traficándolo solo pueden ser juzgados por contrabando o evasión fiscal, no por narcotráfico. Estas particularidades sedujeron a sociedades clandestinas de todo el planeta que hoy participan activamente en el negocio. Así, en México y Centroamérica la distribución está a cargo de los cárteles de la droga, mientras que en Sudamérica las principales intermediarias son las multinacionales brasileñas del crimen, el PCC y el Comando Vermelho. Ahora, estas mafias pueden negociar entre ellas comprando y vendiendo drogas y armas, utilizando como instrumento de pago partidas de cigarrillo contrabandeado, commodities fáciles de monetizar.

La rentabilidad es tal que otras organizaciones también se sumaron para financiar sus propios planes, como, por ejemplo, el Hezbollah, considerada terrorista por los Estados Unidos.

Por estas razones, para el imperio, el cigarrillo de contrabando es una fuente de financiamiento y una herramienta comercial para sus enemigos y quienes los fabrican son funcionales a los intereses de estos y, por lo tanto, considerados igual de peligrosos. Es lógico suponer que, si alguno de esos fabricantes mantiene además en su propio país el control absoluto de las instituciones que deberían combatir tanto el contrabando como el blanqueo de las ingentes cantidades de dinero que el negocio genera, pasará a ocupar los primeros lugares en su lista de adversarios.

Esto explica lo que está pasando. El imperio ataca expurgando de su sistema a quienes considera sus enemigos. Sin dólares y fuera de la banca estadounidense no hay vida comercial posible, no en el mundo capitalista, cuando menos.

Y sí, es casi cruel. Felizmente, apareció ya este puñado de patriotas dispuestos a dar batalla hasta que caiga el imperio, se acabe la plata… o se lleven al financista. Entonces, habrá que arriar las banderas, cambiar el discurso o fingir demencia. Ya habrá otras campañas patrióticas por cotizar.

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