26 jul. 2024

Va con onda

De candidez hablamos…

Luis Bareiro – @Luisbareiro

Supongo que al presidente Peña lo convencieron de que la única forma de asegurarse el respaldo de su propio partido era cediendo espacios del Estado a la jauría republicana, en especial a las famélicas huestes cartistas. Quiero conjeturar que nuestro joven mandatario realmente cree que, para hacer las reformas importantes –esas indispensables para provocar un cambio duradero– debe pagar un precio; el de mantener funcionando “parcialmente y por un tiempo” el viejo modelo parasitario.

Me lo dijo varias veces; que las reformas solo se pueden hacer desde adentro y con el apoyo coyuntural de los mismos monstruos a quienes pretende combatir. Sé que suena absolutamente naif, pero realmente espero que no se este engañando, y que las licencias que hace hoy no terminen por devorarlo mañana.

Hasta ahora hemos tenido casi cada semana una de cal y otra de arena. Nombra un técnico brillante y a renglón seguido saca algún vampiro de las catacumbas republicanas y lo instala donde más sangre tributaria corre. Para colmo, resulta evidente el pleito interno que se desató en el pelotón de alpinistas. Y es que esa gente que no tuvo empacho en hacer de la zalamería y la obsecuencia su carné de presentación, esa que sin pudor embistió desde las redes en defensa del tabacalero y sus socios, hoy reclama un lugar en el banquete.

El problema es que los que se fueron –correligionarios de quienes acaban de arribar– no dejaron gran cosa, salvo las cuentas impagas de su propia cuchipanda. Así, la austeridad se hace inexorable, no por convicción sino por imposición de los hechos. Sencillamente, no hay lugar para todos, no importa cuánta dignidad hayan perdido en el largo camino de la genuflexión. En consecuencia, las mordidas se suceden públicamente y sin el menor disimulo.

No debe ser fácil para Peña montar una estrategia comunicacional con ese ejército de operadores mediáticos en el que todos se atribuyen, en mayor o menor medida, el mérito de su victoria electoral. Acaso tendrían algo de razón si se tratara de peritos de la propaganda política, pero no lo son. El rejuntado recuerda más bien a esas películas de villanos alistados a la fuerza en alguna causa suicida a cambio del oro o el sueño de la redención, un popurrí de escribas expurgados de otros medios, sofistas con la prole colgada del presupuesto público y viejos operadores a tiempo completo.

Por supuesto, nobleza obliga decirlo, sobreviviendo en medio de ese festival de hipocresías están aquellos que solo ejercen la profesión lo mejor que pueden y en condiciones francamente deplorables, gente valiosa atrapada en un mercado con poquísimas oportunidades y las mismas urgencias que cualquier otro trabajador.

Pero el tema de la comunicación es apenas una anécdota. La verdadera pesadilla para Peña son los apremios de su padrino político, inmerso en una feroz campaña de presión a la Justicia, buscando blindarse ante cualquier pedido de extradición, y cumplir de paso sus sueños lujuriosos de vendetta. No es de extrañar que hoy presenten a ex convictos como víctimas de la barbarie judicial de los Estados Unidos.

Se suman las peticiones cada vez más desembozadas de los correligionarios que entendieron el triunfo electoral como la señal del abordaje, y hoy están ansiosos por recibir su parte del botín. De hecho, los más escandalizados por la designación de ministros en Itaipú no fueron los constitucionalistas, sino los que estaban frotándose las manos esperando el zoquete de oro.

¿Quién es Santiago Peña en esta engorrosa historia? ¿Es el joven académico e idealista afilando el hacha para arremeter contra las cabezas interminables de la hidra republicana, el presidente que cambiará por fin el modelo depredador y parasitario de su propio partido? ¿O es solo el gerente coyuntural del tabacalero, apenas su plan alternativo para mantener sus significativos negocios bajo la protección del estado?

En un acto de absoluta candidez, yo seguiré esperando lo primero.

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