13 dic. 2024

Trumpismo para rato

Donald Trump se sentará a la mesa del Salón Oval de la Casa Blanca por otro periodo de cuatro años, acaso el más decisivo para el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, al menos en términos de posibles enfrentamientos bélicos que devendrían devastadores en caso de desarrollarse bajo la forma de una Tercera Guerra planetaria, con muy posibles implicaciones nucleares.

El contexto internacional no puede encontrarse más agitado al momento en que el lumpencapitalista inmobiliario y financiero (el llamado “rey de la deuda” o la quiebra) con fulgores nacionalistas y fascistas de nuevo cuño, gobernará la otrora “mayor democracia“ liberal del mundo. Es decir, con una Rusia empantanada en su aventura “preventiva” en Ucrania; con Israel en Gaza rumbo a una de las mayores limpiezas étnicas desde 1945, y cerca de entrar en una colisión inédita y directa con Irán; con Europa cada vez más escorada hacia la ultraderecha política y cultural; con China y Corea del Norte impacientes en sus fronteras, como hace tiempo no se las veía, ante unos enemigos (Corea del Sur y Taiwán) nacidos al calor de un nuevo orden mundial que en 2025 cumplirá 80 años y que se está resquebrajando.

El segundo mandato de Trump se caracterizará, con seguridad, por la profundización del proyecto histórico que encarna y que representa dentro de la oligarquía blanca y masculina del Norte: El de la conversión de los Estados Unidos, de una vez por todas, en una “democracia” solamente de consumidores, que no de ciudadanos; en un país en el que los únicos derechos reconocidos verdaderamente como tales sean los que los capitalistas concedan a unos “usuarios” de productos y servicios empresariales, con trabajadores que vendan su fuerza laboral en condiciones de una esclavitud que ya se disfraza bajo la forma de un humillante “empresariado de sí mismo”, con una presión ingente contra la sindicalización y la democracia en las unidades fabriles, con una mella todavía mayor en los derechos reproductivos y sociales adquiridos por las mujeres en los últimos cincuenta años, lo mismo entre las minorías étnicas, etcétera.

Precisamente, por estas pulsiones de muerte del evangelio político del trumpismo —harto tentador para nihilistas de toda laya, anarcocapitalistas revoltosos, libertarios económicos, conspiranoicos antisocialistas, entre otros individualismos radicales— es que la pujante democracia liberal norteamericana lleva hoy el adjetivo “otrora”: en otro tiempo. ¿Desde qué tiempo? Es cierto que no son solamente Trump ni los republicanos quienes han venido asestando golpes furibundos al modelo de gestión democrática estadounidense, el que hasta el arribo al poder del empresario hotelero y de casinos, en 2017, se jactaba de no albergar a un autócrata en Washington. Sin embargo, los orígenes ideológicos de Trump hay que buscarlos en aquellos banqueros y empresarios que catapultaron al viejo actor de Hollywood, Ronald Reagan, a la presidencia durante dos periodos (1981-1989), en la década en que Trump consolidó su imperio de la mano de juristas matones como Harry Cohn, persecutor de comunistas y cualquier cosa que se le parezca durante la casa de brujas del macartismo en los años cincuenta.

En Paraguay, la victoria fue celebrada con gran júbilo por senadores y diputados cartistas, por el propio presidente de la República, por la coincidencia ideológica con Trump, pero además en la creencia de que un segundo mandato permitirá “limpiar” a Horacio Cartes de la acusación de “significativamente corrupto” que le ha endilgado el Departamento de Estado durante el último periodo demócrata. No está para nada claro que esto vaya a suceder, sin embargo. En 1980, los stronistas festejaron la primera victoria de Reagan como una victoria ideológica propia; en 1984, las celebraciones fueron mucho menores ante la bajada de pulgar de Estados Unidos a Stroessner.

¿Quién asegura que, al final de las cuentas, los cartistas no terminarán acusando al mismo Trump de la misma intromisión?

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