Esperé con mucha ilusión la marcha del domingo. Me quedé al margen observando ese mundo juvenil que estaba reaccionando por sí solo sin influencia de los mayores. Se sentía un nerviosismo de parte del Gobierno, y mucha decisión de parte de los jóvenes. Me encantó la idea de que la Generación Z haga algo nuevo, fresco y transparente como ellos son.
La movilización –convocada por jóvenes entre 18 y 25 años bajo el lema “Contra la corrupción, el autoritarismo disfrazado de democracia y la impunidad imperante en el país”– fue anunciada como pacífica. Sin embargo, la Policía se preparó para reprimir una manifestación peligrosa y con malas intenciones. Y vimos un eco de stronismo en las botas, las cachiporras, las motos y los caballos de ese día, un toque del Marzo Paraguayo, detenciones arbitrarias, uso excesivo de la fuerza, y la Policía Montada arremetiendo contra grupos reducidos de manifestantes indefensos.
Creí que nuestras autoridades eran más inteligentes y que irían dispuestas a escuchar, que es mucho más inteligente que reprimir. Pero es evidente que no superamos ese legado autoritario y que solamente estamos en una democracia de fachada.
La política paraguaya ha girado demasiado tiempo en torno a pactos de poder, privilegios enquistados y una corrupción que parece inmune al paso del tiempo. La Generación Z alzó la voz y con razón, porque ese festín que se dan los políticos les impide igualdad de oportunidades, no acceden a la salud, no pueden transportarse dignamente y entienden muy bien que la corrupción es el obstáculo que les impide construir un futuro digno.
Debemos celebrar que alcen la voz, porque el verdadero peligro no está en los jóvenes que marchan, sino en los gobiernos que temen a la crítica más que a la corrupción.
El país necesita escucharla, no silenciarla. En sus demandas hay verdad, y en su protesta, muchos vemos esperanzas.
La represión solo logra que se profundice el desencanto. Y como la narrativa ya no está controlada por el poder vía los medios tradicionales, porque en las redes sociales cada joven con un celular es un medio independiente, la verdad se descentraliza y la indignación se organiza y crece digitalmente donde no llegan los caballos ni las cachiporras. Lo que la Policía intenta apagar, las redes pueden encender.
La represión no solo daña a los manifestantes. El Paraguay tiene potencial: juventud creativa, ubicación estratégica, una economía estable y leyes atractivas para la inversión que traerán el tan anhelado desarrollo. Pero todo eso se diluye si el mundo ve un país que reprime en lugar de reformar. La marca país no se construye con eslóganes publicitarios, sino con hechos. Y hoy, los hechos están manchando el logo.
¡No sean tan torpes!