En mi opinión, aún es muy pronto para responder. La mayoría de las acciones que el presidente exhibe como las más relevantes de su gestión, como el proyecto de Hambre Cero en las escuelas, el aumento del número de policías e incluso la búsqueda afanosa de inversores internacionales mediante sucesivos viajes al exterior, solo podrán ser evaluadas como exitosas o fracasadas con el paso del tiempo.
Tengo la impresión, sin embargo, de que no hay una acción concreta, un proyecto o un plan cuya ejecución pueda suponer en un tiempo breve un cambio importante en la calidad de vida de la mayoría de la gente. Lamentablemente, el grueso de la población sigue trabajando en la informalidad, con ingresos iguales o menores al salario mínimo legal, sin cobertura de salud ni derecho a la jubilación.
La inseguridad cotidiana no ha disminuido, menos aquella generada a partir del robo bagatelario perpetrado por esa legión de adictos a las drogas, zombis que recorren los barrios alzándose con lo que sea que les permita comprarse la siguiente dosis. Los pomposos proyectos, como Chau Chespi o Sumar, siguen siendo solo promesas.
El Gobierno viene anunciando un cambio radical del sistema del transporte público desde que asumió, con una nueva ley para reorganizar el servicio de buses y la concreción del famoso tren de cercanía. Pero lo cierto es que la ley ni siquiera se ha presentado aún al Congreso, y lo del ferrocarril parece a estas alturas una tomadura de pelo. Mientras, el pasajero se mantiene bajo el mismo régimen de humillación y maltrato.
Peña consiguió aumentar la tarifa de la energía de Itaipú generando un margen de recursos importantes para el país, pero el oficialismo se niega a meter los gastos en el presupuesto público, evitando la fiscalización de la Contraloría. Para colmo, la negociación de fondo con el Brasil sobre la hidroeléctrica quedó paralizada tras el escándalo que supuso saber que nuestros vecinos nos estaban espiando. Hay buenas ideas de qué hacer con la binacional, pero hoy cualquier posible nuevo acuerdo está cancelado.
El propio presidente reconoció que en ninguna otra área se siente que se hizo tan poco como en el de la salud pública. Montaron algunos hospitales y compraron ambulancias, pero la sensación basada en dramas reales y diarios es que solo fueron apósitos minúsculos pretendiendo con ellos parar una brutal hemorragia. Quizás la percepción no fuera tan negativa si cuanto menos se estuviera discutiendo algún modelo propuesto por el Gobierno. Pero no hay información alguna que nos diga que tienen uno.
Sabemos que en educación ningún cambio puede provocar resultados inmediatos. Y es justo reconocer que el ministro del área, cuanto menos en el discurso, parece saber para dónde estamos yendo. Pero hay allí tanto por hacer y tanta desidia acumulada a lo largo de los años que no es fácil construir confianza.
No me parece justo decir que el Gobierno hizo nada, la cuestión es cuánto hizo con las condiciones excepcionalmente favorables con las que contó. Tengo la sensación de que la acción hasta ahora fue tibia si no mediocre; que faltó visión o ambición, y que el presidente ha gastado un tiempo valioso y un periodo de notable calma sin hacer reformas de fondo ni aplicar planes realmente revolucionarios.
Ojalá esté equivocado porque cada lustro perdido supone condenar a otras dos o tres generaciones. Y este país lleva tres cuartos de siglo arruinando oportunidades.