¿Quién elige nuevos colaboradores? ¿Quién decide quiénes harán un viaje de capacitación? ¿Quiénes serán socios? ¿Qué potenciales clientes serán visitados? ¿Quiénes serán promovidos? ¿Quiénes serán despedidos? En los emprendimientos unipersonales o en actividades relativamente pequeñas, el dueño o emprendedor es lógicamente el que debe tomar estas decisiones. En ambientes de mayor envergadura existen hoy acuerdos de gestión, procedimientos, políticas o marcos de convivencia que indican a quién y cómo tomar decisiones. Hay muchos que parten de datos, evaluaciones y observaciones, otros consultan, otros confían en sus instintos y otros una mezcla de todo lo anterior. Otros dejan que el tiempo muestre el camino, aunque a veces se requiere una acción inmediata.
Un exitoso empresario, bastante lúcido, me recomendó alguna vez nunca votar porque “el lado perdedor se convierte en el que impide o el enemigo”, complicando el cumplimiento de lo decidido. En cambio, hacer el máximo esfuerzo para lograr consensos. Claro que votar a veces es inevitable. Por supuesto, además de todo lo citado, están leyes, contratos, reglamentos y otros elementos del marco institucional que deben respetarse.
En estos días hay 2 eventos ilustrativos de cómo tomar decisiones o hacer elecciones que se recuerdan en la Palabra. El primero se produce cuando se debía reemplazar a Judas Iscariote. Fueron candidatos José y Matías. No soy ni remotamente un erudito en la Biblia y aun así estoy seguro de que ambos tenían méritos más que suficientes para estar considerados. Estoy seguro también que lo habrán meditado, rezado y discutido previamente. En Hechos 1, 26 “echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías”. Un procedimiento inusual en el Nuevo Testamento.
El segundo evento es Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. A partir de ahí, la recomendación para tomar decisiones viene de Hechos 1, 8 y Juan 14, 26: “El Espíritu Santo a quien el Padre enviará en mi nombre os recordará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho”.
En resumen, ya se trate de una actividad unipersonal o de posiciones en organizaciones con muchos colaboradores y sin importar el nivel de facturación o rentabilidad, así como en todas las situaciones de la vida diaria, es bueno practicar algo que algunos solemos olvidar frecuentemente: orar siempre, pedir al Espíritu Santo su ayuda, pedir el don del discernimiento y estar atentos a las señales. A partir de ahí practicar la paciencia porque a veces simplemente los logros tardan, mantener la humildad para reconocer errores o renunciar, y corregir las fallas.
Que el Espíritu Santo nos ayude a discernir, a actuar y a reparar lo que hemos dañado.