Y hay un tercer hecho no menor; la vigencia plena de ese festival de hipocresías y cinismo con el que buena parte de la clase política pretende distraernos, tratándonos una vez más de imbéciles. Conviene desmenuzar un poco más cada uno de estos tópicos para ponerlos en contexto.
Sobre lo primero, el mejor ejemplo es el de la administración municipal de la capital. El Municipio de Asunción es el segundo feudo político con mayor presupuesto del país. Y, sin embargo, está quebrado, endeudado hasta los huesos y en cesación de pagos. Alguien podría justificar quizás la catástrofe financiera si esa hubiera sido la consecuencia inevitable de una generosa inversión en infraestructura y servicios. Pero no, es todo lo contrario. Asunción está físicamente en ruinas. Es la prueba irrefutable de que el modelo político de clientelismo y reparto de cargos colapsó.
Lo confesó el propio intendente en su largo y cansino discurso antes de dimitir. Su error –dijo– fue asegurar el pan a sus funcionarios. Básicamente, Rodríguez endeudó por más de 500 mil millones de guaraníes a los asuncenos con la excusa de financiar obras y terminó usando la mayor parte del dinero para mantener a los más de nueve mil funcionarios que engrosan la nómina municipal, la mayoría operadores políticos que entraron al solo efecto de cobrar una mensualidad.
En el caso de Ciudad del Este puede que Miguel Prieto –el irreverente opositor que tumbó a la insaciable casta republicana de los Zacarias– tenga mejores números y goce de mayor popularidad que su colega asunceno, pero también confesó su incursión en la práctica del nepotismo y aceptó que aplicó recursos destinados legalmente a inversiones en gastos burocráticos. Su excusa es que lo mismo hacen todos los municipios. Y es verdad, lo que no lo justifica. Por el contrario, solo refuerza la sospecha de que prácticamente todas las administraciones, coloradas o no, mantienen un modelo municipal cuyo objetivo primero es asegurarle cargos a los correligionarios y amigos. Y en eso se agota su gestión. Pagamos impuestos para mantener a su clientela política, no para tener servicios.
Lo segundo, es que hubiera o no irregularidades en su gestión, todos sabíamos cuál sería el destino de Prieto. Desde el momento en el que el vocero del quincho y presidente del Congreso, el senador Basilio Núñez, lo presentó como la quintaesencia del latrocinio, a nadie le quedaron dudas de que sus días como intendente estaban contados. La única incertidumbre era si Rodríguez renunciaría o correría la misma suerte que su colega. En su caso, su permanencia en el cargo eliminaba cualquier chance del oficialismo de repetir una victoria en la capital.
Por supuesto, la Justicia es la que debe tener la última palabra en ambos casos. Solo que hoy nadie cree que ese fallo se ajuste a derecho. Ni siquiera los que la controlan.
La guinda de esta torta política fueron los discursos de indignación de Núńñez ante el robo público (el hermano fue condenado por alzarse con más de 42 mil millones en la gobernación de Hayes) y los diputados Yamil Esgaib y Nano Galaverna sobre el nepotismo de Prieto; el primero tiene a la hija colada en la Embajada paraguaya en Inglaterra y el segundo llegó a meter a todo su equipo de fútbol de Ypacaraí (de la mano de su padre) en la nómina de la Justicia electoral. Lo dicho; un verdadero festival de hipocresías.