La corrupción es pobreza empobrecedora, aquella del espíritu que considera natural robar, sobrefacturar en medicamentos y otras provisiones al Estado por un monto cercano a los USD 2.000 millones anuales y que este desde su cúpula principal estimule el negocio que acaba con la vida de las personas en nuestros hospitales públicos. Esa pobreza nos envilece, margina y hace perder oportunidades a millones que solo tienen como única salida posible algún país extranjero. Tenemos dos millones de paraguayos que no aguantaron más y se marcharon a la Argentina, España o EEUU. Las condiciones son tan duras para muchos que, incluso, Bolivia tiene más de 5.000 expatriados. Por eso, decir que sacamos de la pobreza a miles solo porque el censo último encontró que éramos un millón y medio menos de lo que creíamos que fuéramos es una mentira más grande que una casa que nadie en su sano juicio podría creerla.
La pobreza en la educación nos ha traído millones de electores incapaces de conocer quiénes son los responsables de su pobreza. Abandonaron las escuelas, se empobrecieron las clases y maestros y, además, el propio ministro de Educación se ríe de sus pobres alumnos a los que recomienda el ayuno intermitente cuando esa dieta la tienen aplicada por lo menos en dos generaciones anteriores. Porque nos acostumbramos a la pobreza es que el gobierno se cree muy listo y promete un almuerzo durante 180 días de clases como si el año no tuviera 365 días. Ellos y nosotros sabemos que el objetivo no es el “hambre cero”, sino la multiplicación de la corrupción en manos de los administradores de la comida. Son más de USD 300 millones al año para sostener la clientela, la corrupción y, por sobre todo, la pobreza de los otros y no la riqueza que vendrá para los administradores de turno.
Esa pobreza de espíritu es la peor de todas y cada día vemos sus consecuencias. El ex ministro de Salud de Cartes el Dr. Morínigo pisó los callos de la administración del IPS y fue “echado como un perro”, según sus propias palabras por decir que la previsional, que factura dos millones de dólares diarios está desabastecida de medicamentos. Esa pobreza que llena de odio, fanatismo, caradurez y cinismo es la causa de la otra pobreza que vemos en las calles, en los pasillos de los hospitales, en los forzados a marchar, en la criminalidad multiplicada y en los mendigos urbanos y rurales. De esa pobreza no vamos a salir con un gobierno que cree que su problema es de comunicación cuando en realidad es de gestión, voluntad, deseo y compromiso de cortarse su propia carne de inutilidad y corrupción.
En esta Pascua, por lo menos, que nos digan la verdad. “Mentime que me gusta” no sirve para salir de la pobreza material y espiritual que nos sumerge en la desesperanza y la angustia. El Paraguay debe resucitar de esta muerte constante y permanente en forma de pobreza cuando tenemos todo, menos dirigentes, para salir de ella.