La narrativa del desarrollo de Paraguay se ha centrado en su sector agroexportador y su capacidad energética. Sin embargo, el aumento del calor urbano extremo constituye un nuevo desafío con crecientes y múltiples efectos que amenaza con socavar los lentos avances en los ámbitos microeconómicos y sociales. El informe del Banco Mundial titulado “Inhabitable: Enfrentando el calor urbano extremo en América Latina y el Caribe” incluye a Paraguay y da cuenta de los riesgos que conlleva el aumento de las temperaturas en ciudades como Asunción.
El aumento de la temperatura dejó de ser una molestia climática para convertirse en un problema sistémico que afecta a la salud pública, la productividad económica y la igualdad, exigiendo una integración urgente de la resiliencia térmica en la planificación nacional.
Asunción, la ciudad de Paraguay que entró en el estudio, se encuentra en el grupo de las más “calientes”, solo por debajo de las ciudades catalogadas como “tropicales” entre las que se encuentran Belén, Manaus y Recife del Brasil, Barranquilla de Colombia o Ciudad de Panamá, Panamá.
El impacto del calor extremo en la salud y el bienestar de la población paraguaya es severo. Las olas de calor, cada vez más frecuentes e intensas, están asociadas a un aumento en la mortalidad, especialmente entre personas mayores o con condiciones de salud preexistentes y niños y niñas.
Las islas de calor en las zonas densamente construidas y con escasa vegetación pueden estar varios grados centígrados más calientes que los alrededores rurales, agravan la situación. Esto representa una carga adicional para un sistema de salud pública que ya enfrenta múltiples desafíos, incrementando las hospitalizaciones por golpes de calor, deshidratación y complicaciones cardiovasculares.
En segundo lugar, la economía paraguaya sufre un impacto directo y cuantificable. El informe del Banco Mundial destaca cómo las altas temperaturas reducen significativamente la productividad laboral, particularmente en los sectores que dependen del trabajo al aire libre, como la construcción, la agricultura urbana, los servicios y el transporte. Dado que una parte sustancial de la fuerza laboral paraguaya se emplea en estos rubros, las pérdidas económicas por horas de trabajo son enormes.
Simultáneamente, la demanda energética se dispara por el uso masivo de aires acondicionados, tensionando la red eléctrica y poniendo en riesgo los cortes de suministro, lo que a su vez perjudica a comercios e industrias.
Paradójicamente, el país productor de energía ve amenazada su estabilidad por la demanda inducida por el clima.
Finalmente, el calor actúa como un amplificador de las desigualdades sociales. Las consecuencias no se distribuyen por igual. Las familias de menores ingresos, que a menudo residen en viviendas con materiales inadecuados para enfrentar el calor y con servicios públicos de baja calidad son las más vulnerables. La falta de espacios verdes de calidad y accesibles en sus barrios las expone de manera desproporcionada a los riesgos sanitarios. Esta disparidad convierte al calor extremo en una cuestión de justicia climática y social que los más pobres cargan con el mayor peso de un problema que no han generado.
En este contexto, un aumento de los precios de la energía eléctrica para consumo en el hogar tiene impactos que van más allá de lo previsible. El riesgo de este incremento está latente, ya que permanentemente las autoridades amenazan con esta acción.
En conclusión, enfrentar el calor urbano extremo debe dejar de ser invisible para la política pública para convertirse en una prioridad en Paraguay. La respuesta requiere de políticas públicas integradas que incluyan la expansión de espacios verdes y corredores bioclimáticos, la promoción de diseños de vivienda y urbanismo con ventilación natural, la mejora de los sistemas de alerta temprana de olas de calor y la inversión en un transporte público sostenible y climatizado. Ignorar esta problemática no solo condena a la población a un sufrimiento evitable, sino que hipoteca el potencial de crecimiento futuro del país. La resiliencia al calor es, por lo tanto, un pilar indispensable para un desarrollo paraguayo verdaderamente sostenible e inclusivo.