07 nov. 2025

Para mejorar la educación necesitamos libertad responsable

La educación paraguaya tiene un marco cultural y jurídico rico. Así el desarrollo integral de la persona en todas sus dimensiones, la democratización mediante la participación de la comunidad educativa, el rol subsidiario del Estado ante la sociedad, con preeminencia de la familia como gran educadora, están explicitados en nuestro marco normativo y cultural. Los que vienen perdiendo protagonismo real son los docentes y las relaciones educativas ante la excesiva protocolización estatal que los trata con simples recursos funcionales a un engranaje político. Esto debe cambiar.

La calidad educativa no puede ser encarada solo desde proyectos con plantillas de desarrollo importadas, por muy rimbombantes que aparezcan ante la gobernanza o un sector de la opinión pública. Mucho menos se puede permitir que la educación, y la cartera ministerial que se encarga de administrarla con recursos ciudadanos, sean supeditadas a perfiles financieros o tecnicismos que pasen por alto la esencia de las relaciones humanas que están en la base y en el horizonte de lo que llamamos “calidad educativa”.

La educación integral y de calidad requieren personas bien formadas y comprometidas moralmente, lo cual implica que, además de demostrar formación, los educadores sean capaces de relacionarse maduramente consigo mismos, con los alumnos, con los padres de familia, con la comunidad, con el Estado, con sus raíces culturales, con las nuevas tecnologías, con el desafiante ambiente geopolítico global, etcétera. No es admisible que se los trate como elementos de nómina del funcionariado estatal, llevándolos de un proyecto a otro, sin consulta ni reflexión realista, empujándolos a estresantes rupturas con las relaciones libres y responsables que su condición de educadores requiere.

Sin libertad educativa no hay calidad educativa. Y en esto los educadores son clave.

Hoy el Estado, en la práctica, exige a los educadores de las instituciones tal nivel de papeleo y protocolos para justificar sus más mínimas intervenciones educativas, con decenas de indicadores impuestos desde plantillas y normativas elaboradas en cuatro paredes, que muchas veces no condicen y hasta contradicen su intuición y su experiencia educativa, lo cual está llevando a los docentes y a los padres a una especie de neurosis relacional, a un cinismo y a una mutua desconfianza ante sus propias percepciones, restringiendo de tal manera su libertad de enseñanza que repercute en un pobre, alienante e irracional estilo de relacionamiento con los alumnos, los contenidos, las reglas y la comunidad.

En vez de desarrollar estilos sanos de relación que partan de una madura gestión personal de la libertad educativa, garantizada en la Constitución Nacional, se está presionando desde el poder político a asumir paradigmas deshumanizantes y peligrosos, que nada tienen que ver con nuestra identidad cultural.

La paradoja es que, mientras aumentan el presupuesto y el endeudamiento público para fines de mejora de la calidad, esta disminuye exponencialmente. No bastan y más bien sobran los discursos sentimentales sobre el rol protagónico de los educadores, estos, sin embargo, no son escuchados ni tenidos en cuenta como personas libres y responsables. Existe una suerte de infantilización y manoseo emocional que más se asemeja a un arreamiento humano, sutilmente arropado con medidas populistas de tipo material, en paralelo a una creciente infravaloración de la libertad educativa, una desacreditación del mérito y de la virtud personal, incluso una coacción y humillación pública en casos decisionales que le son propios, pero que no reciben el apoyo del sistema.

Simplificar los protocolos, eliminar los que no sirven, reivindicar la figura del educador libre y responsable, como transmisor y mediador de conocimiento, valores y cultura; limitar el aparato político y la injerencia externa de agendas extrañas, potenciar el pensamiento crítico y la participación real de la comunidad educativa, apoyar las innovaciones y las propuestas creativas en un marco moral aceptable y de fortalecimiento de la identidad nacional, es más necesario hoy que cualquier asesoría externa en el MEC.

Hay que liberar a los educadores de la camisa de fuerza del esquema servil que los reduce a funcionariado protocolista y recuperar las relaciones educativas que apuntan a la excelencia por el camino de la necesaria y paciente labor personal libre y responsable, que rinde cuentas primero a su conciencia, luego a la comunidad y, muy subsidiariamente, al poder político.

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