Estuve en Tañarandy que sincréticamente es el Paraguay de antes, de hoy y ojalá no el de mañana. Es una mezcla de espiritualidad, cultura, antropología, turismo, polvo, progreso, atraso, luces, peleas entre pobladores de compañía chica. Sombras y luces... en concreto lo que somos en la vida misma. El creador es el pintor Koki Ruiz, que ha puesto en el mapa a su aldea siguiendo la recomendación de Tolstoi a quien le preguntó un joven escritor cómo podría ser universal. Y el ilustre poblador de Polyana le contestó magníficamente: “Pinta tu aldea... y serás universal”.
Tañarandy es el retrato vivo del Paraguay. Hay de todo como en un infierno chico. Peleas entre pobladores y el artista, y estos contra el clero, con un multitudinario público que quiere ver todo gratis y se queja de cualquier pago. Los paraguayos somos así... todos pobladores de Tañarandy.
Irreductibles como los que huyeron de las Reducciones Jesuíticas. Adolescentes. Lo que más nos conviene es lo que más detestamos. Lo que nos favorece creemos que es lo que nos perjudica. El pueblo de San Ignacio (Misiones) se convierte en esos días en una gran kermés. Las bodegas proveen el trago y los barcitos hacen su agosto en pleno abril. Nada de lo viejo y mucho de lo nuevo. Se agitan las inquinas como cuando alguien tiene éxito en este país. Y miren que no es fácil convocar a miles de personas como en Tañarandy, pero luego de 23 años los lugareños ya no quieren prestarse a la puesta en escena de una cuestión cultural y se manifiestan abiertamente hostiles a la reducción de Koki. "Él se lleva los laureles y nosotros seguimos siendo pobres”, dicen como si hubiera relación entre el trabajo del artista y la pobreza de los lugareños. Otros se quejan de que los cuadros vivientes se cobren para verlos y que los ingresos vayan a financiar un hogar de ancianos. Estoy seguro de que muchos dirán que se “comen la plata” en nombre de los viejitos.
En realidad están probando la resistencia del creador... no me extrañaría que en algún momento Koki Ruiz tirara todo por la borda cansado de las luchas estériles y el desgaste de la relación humana. No en balde decimos en Paraguay que las cosas no son pesadas... pero que lidiar con las personas sí. Este es un país de maratones, no de carreras cortas. De obstáculos al exitoso, de complicidad en el fracaso, de resiliencia... de aguante. Y creo que el artista está ante el reto de fortalecer su apuesta cultural, a pesar de todo o tirar el trabajo hastiado del trato y el desgaste de los pobladores de su pequeña aldea que se resiste a ser universal.
Debemos apoyar lo que creo que para unos despierta espiritualidad y para los que no, comprender la estética cultural del trabajo bien hecho por los lugareños. Eso no es poca cosa en un país donde ni la ética ni la estética se han dado la mano. Nuestra belleza no es sostenible por el otro. Despierta odios, envidias, intrigas y generalmente se la degrada o ensucia.
Los irreductibles de la belleza seguirán trabajando duro incluso con la complicidad de aquellos que ganan mucho con lo que se hace, y, probablemente, disfrutarán del fracaso y de la caída del creador. La marcha hacia la civilización tiene estas duras pruebas resumidas en la expresión de un lugareño que odia a Koki..., “solo porque tiene éxito”. Y eso en un país de perdedores e irreductibles es un auténtica herejía.