27 jul. 2024

La tutela bicéfala y el Partido Colorado

La semana que finaliza fue inusualmente pródiga para el gobierno de Santiago Peña –urgido de anuncios positivos, en medio de cotidianos golpes asestados al bolsillo de la gente– en la continuación de acuerdos energéticos y de seguridad con potencias regionales y mundiales. Por un lado, el pacto entre Paraguay y Brasil de aumento relativo en la tarifa de la electricidad de Itaipú, que regirá durante los próximos tres años; por el otro, la confirmación por parte de ministros del Poder Ejecutivo de los avances en la cooperación para el combate al “crimen organizado”, establecida oficialmente en marzo pasado entre el Viceministerio de Seguridad Interna, la Policía Nacional y el Buró Federal de Investigación (FBI) de los Estados Unidos, con el inédito asentamiento de una oficina de este en Asunción.

Positivos entre comillas porque, como se mencionó en diferentes oportunidades en esta columna, el partido paraguayo de los intereses brasileños y estadounidenses siempre fue y será el Colorado, desde el matrimonio por conveniencia del general Alfredo Stroessner con el establishment político y económico de aquellos países, al principio de la Guerra Fría del siglo pasado. Energía y seguridad fueron y son gestionadas en Paraguay a la manera corrupta de la burguesía fraudulenta surgida con el stronismo, bajo auspicio de Brasil y Estados Unidos. Este bicéfalo tutelaje no cambia con el paso de las administraciones coloradas, por supuesto, ni con la caída de una dictadura, sino solamente acaso las formas del marketing político con que se anuncian los acuerdos. Mientras que para el gobierno de Mario Abdo Benítez estos no pasaban de la ordinaria continuidad de una tutela acostumbrada, para el de Peña son siempre la oportunidad corporativa de presentar algo simple y llano como algo histórico y extraordinario. Obviamente, no lo es, y lo afirman expertos.

Por ello es que, recién dos días después de que los alcances del acuerdo con Brasil se supieran, gracias a la prensa de aquel país, Peña tardó tanto en darlo a conocer. Elaborar el marketinero discurso victorioso de una derrota no es una operación sencilla para los autómatas del gobierno, con la rotunda sencillez de la lógica imperial brasileña de fondo, pero por algo los nacionalismos republicanos del Paraguay desde el siglo xix se han especializado en ideologizar favorablemente la derrota (o la entrega) cuando el poder está en sus manos, fuera esta bélica, política o económica. Saben hacer esto, y también presentarse como antídoto cuando diseminan la enfermedad. Es su arte política del cinismo, al que ahora le ha dotado el cartismo una cierta sofisticación publicitaria, aunque finalmente siempre sea posible verle las hilachas de la mediocridad más apócrifa, más cursi.

No es menos importante, claramente, la tendencia a la opacidad del coloradismo en los manejos de la cosa pública, sobre todo del dinero. Las empresas binacionales son el incontrolable y fértil árbol de las monedas de oro en la fábula realista de la ANR. Si durante la erección de las represas, fraudulentos grupos constructores stronistas fueron los que se beneficiaron, durante el periodo democrático viene siendo una casta seudoempresarial y militante la que ve directamente una parte de las ganancias binacionales transformada en capital particular. Los cientos de millones de dólares del nuevo acuerdo serán tutelados así por opacos guardianes, malabaristas del engaño.

Pero el acuerdo con el FBI y los que ya existen con los EEUU tienen aristas más contradictorias. Aquí el cartismo puro tiembla, por definición. La (impuesta) cooperación no es solo con Paraguay, sino con Argentina y Brasil, y estas y semejantes cosas al patrón le disparan los nervios en el quincho, cuentan. Según La Política Online (8 de mayo), la presión norteamericana (“la injerencia”, dicen sobre la avenida España) tiene efectos de cisma entre el Gobierno y la Junta de la ANR manejada por Cartes. Se avizoran entonces nuevos episodios de ajustes de cuentas, muy seguramente, en la agenda vengativa del cartismo.

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Carolina Cuenca