10 jun. 2025

La estética de la represión

Laura Ruiz Díaz – laura.ruizdiaz.txt@gmail.com

En la aparente neutralidad de lo limpio –esa estética depurada, ordenada, minimalista– hay un gesto con frecuencia escondido. La obsesión por la pureza visual y la imposición de un canon estético homogéneo no son inocentes. Históricamente, han servido como herramientas de control, alineándose con ideologías que buscan suprimir la diferencia en nombre de una falsa unidad.

¿De dónde viene esta obsesión con lo neutro? Podríamos ubicarla en el Renacimiento, cuando se recupera la tradición grecorromana y las estatuas blancas pasan a ser el ideal de belleza que es el canon estético de la época. Gracias al trabajo de dos investigadores alemanes que examinaron estatuas antiguas en busca de rastros de los colores originales, hoy sabemos que, en realidad, en la Antigua Grecia la obra no estaba terminada hasta encontrarla llena de colores vivos.

El fascismo, en sus múltiples variantes, entendió pronto el poder de la estética como arma política. Desde la arquitectura monumental y simétrica del régimen mussoliniano hasta la esterilización visual de los espacios públicos durante el gobierno nazi, lo limpio operó como metáfora de lo puro: Un ideal que exigía la erradicación de todo aquello que desafiara su norma. Lo sucio –lo caótico, lo diverso, lo popular, lo disidente– era, en cambio, asociado a la degeneración, al peligro. Esta dicotomía no era meramente decorativa; servía para justificar la exclusión, la censura y, en última instancia, el exterminio de lo otro.

Más allá de las comparaciones literales con regímenes totalitarios: Se puede afirmar que persiste una fetichización de lo limpio que cumple funciones similares en términos simbólicos. Muchas veces, en ciudades gentrificadas, el grafiti y el arte callejero son borrados para que fachadas impecables se ubiquen en su lugar –cof, cof, como en La Chispa–; incluso podemos ver su impacto en la moda y el diseño, donde lo neutral (blanco, liso, sin texturas conflictivas, el clean girl look que se mantiene como tendencia estética en redes sociales) se impone como sinónimo de elegancia universal: Todos estos son mecanismos que, bajo la máscara de la armonía, silencian expresiones que no se pliegan a la norma.

Pero ¿qué se pierde cuando se impone esta estética de lo limpio? Se pierde la textura de lo humano. El arte urbano, las expresiones culturales marginales, incluso ciertas formas de desorden espontáneo, son manifestaciones de resistencia. Un mural con el rostro de sobrevivientes de la dictadura, una frase pintada en la pared: En esos gestos hay una memoria colectiva que la estética fascista —o su versión neoliberal contemporánea— busca borrar. Lo limpio no es solo una elección visual; es una declaración de qué merece existir y qué no —en términos culturales, claro—.

La arquitectura moderna, con sus líneas rectas y sus espacios asépticos, es otro ejemplo; si nos arriesgamos un poco lo es hasta el minimalismo. A primera vista, parece funcional, pero en su rechazo a la ornamentación hay un desprecio por las tradiciones culturales que no encajan en el relato del progreso.

Detrás de cada elección estética hay un proyecto político, aunque se presente como mero buen gusto. La verdadera resistencia, entonces, podría estar en reivindicar lo impuro, lo improvisado si se quiere, lo que no se deja domesticar por los códigos hegemónicos. Porque en esa supuesta suciedad está, casi siempre, la huella de la libertad.

Más contenido de esta sección