Osmar Sostoa
La comprensión de la fragilidad mental de los niños es clave para explicar por qué el maltrato infantil deja huellas traumáticas que siguen afectando el carácter de los adultos; convirtiéndolos en seres sufrientes, o hipersensibles por lo menos ante cualquier acontecimiento estresante. Hay que tener en cuenta que los padecimientos síquicos pueden llegar desde casos leves que amenguan la calidad de vida hasta los casos graves que comprometen seriamente el equilibrio emocional. Para dilucidar dicha vulnerabilidad, hay que considerar factores de la evolución biológica y de la historia social y cultural que incidieron en la estructuración de la psiquis humana. Investigar y reflexionar sobre este asunto nos lleva a clarificar los fundamentos por los cuales plantearse la erradicación del maltrato infantil es una responsabilidad social, cívica y ética.
En cuanto a la evolución natural de la humanidad (filogénesis), existe algún consenso en el que desde hace menos de diez millones de años una rama de los primates lleva al surgimiento de los homínidos y posteriormente al homo sapiens (Diez, 2005). La biología nos muestra que la recapitulación abreviada de la filogénesis se repite con cada individuo en el vientre materno y prosigue luego del nacimiento hasta llegar al estado adulto (ontogénesis). Estos cambios evolutivos comenzaron con el bipedismo (homo erectus), debidos a la transformación del medio ambiente y los esfuerzos de adaptación hasta el punto de que eso lleva a las hembras al estrechamiento de sus caderas, generándoles dificultades para el parto (“dilema obstétrico”), con lo que deviene el nacimiento prematuro. Se suman a dicho obstáculo el agrandamiento craneal por el creciente volumen del cerebro, así como también la mayor demanda energética de dicho órgano, lo que lleva a una descompensación vital en el embarazo y a apurar aún más el alumbramiento (“techo energético”, o “hipótesis metabólica” (Mateos, 2018)). De ambos procesos, resulta el parto anticipado y dificultoso para la mujer. Dada esa realidad, la medicina considera que el feto ya está “a término” a los nueve meses para ver la luz. De lo contrario, arriesgan sus vidas madre y bebé.
Desde la etapa de homo faber, estimativamente, nuestros antecesores comenzaron a tener su singular desarrollo cerebral gracias al caminar erecto y la liberación de las manos que impulsaron una mayor capacidad de “manipulación” de alimentos y armas para la caza. Este proceso bioevolutivo (autopoiesis) dará origen a una nueva especie cuya característica será su portentosa inteligencia. Dicha ventaja competitiva para la supervivencia y el progreso tuvo su costo, porque significó al mismo tiempo la fragilización de la cría humana, su nacimiento prematuro, el parto doloroso, el desfase entre desarrollo psíquico y orgánico y la prolongación del desarrollo embrionario hasta el período de posparto; de lo que derivó la exigencia de una dilatada maternización del recién nacido. Vale decir que, de haber sido un primate precocial (precoz) que nace genuinamente “a término”, el ser humano pasó a ser una especie altricial (secundaria); entendiéndose por esto que prosigue en estado embrionario un tiempo más fuera del útero hasta completar su maduración; y, en consecuencia, muy dependiente del cuidado maternal (aloparental).
El amor materno surgió así para garantizar la procreación de la nueva especie y potenció aún más las emergentes facultades mentales, hasta el punto de que se volvió imprescindible para su constitución sana y sólida. El grupo humano obtuvo así al mismo tiempo su punto débil en su punto fuerte: Su intelecto. Este progreso paradójico le volvió cada vez más vulnerable y dependiente de los demás, afirmándose su integración social. Otras consecuencias divergentes fueron la aceleración del desarrollo del cerebro a la par de la ralentización de la capacidad psicomotriz y crecimiento de las extremidades; así como también el posterior retardo del florecimiento sexual, con un periodo de latencia entre los siete y doce años, capitalizado ancestralmente para fines educacionales. Así es que Freud descubrió la sexualidad infantil desagregada en sus etapas de evolución oral, anal, fálica y genital. Con esta última fase se recupera la convergencia psicosexual entre lo orgánico y lo psíquico al desembocar en la pubertad. Por lo tanto, la autocreación de nuestra especie tuvo una combinada dinámica natural y cultural, con la creación de herramientas, el lenguaje, la magia, las artes y el emergente raciocinio.
Con la aparición de la cultura humana, se desenvuelve un largo periodo en el cual se acrecienta el conocimiento, se expanden los grupos humanos por el mundo y se pasa de la vida nómada a la sedentaria gracias al cultivo agrícola. Este comienza a generar excedentes de subsistencia, con lo que las contiendas tribales por cotos de caza se vuelven en pillajes para adueñarse de dichas reservas alimentarias. Seguidamente surge la captura y sometimiento de los vencidos, quienes terminan convirtiéndose en esclavos. Como consecuencia de este devenir, surgen los grandes imperios antiguos por el orbe, los cuales demandan para su sostenibilidad los ejércitos permanentes; y para expandirse, las guerras de conquistas y la esclavitud. La formación de soldados pasa a ser una necesidad y los reinos abren las primeras escuelas, centradas en la disciplina y capacitación militar y al mismo tiempo en la instrucción básica. En la historiografía, se destaca la agogé espartana como modelo de dicha educación; iniciativa de Licurgo que introdujo en Esparta (S. IX a. C.) las escuelas-cuarteles (agélē) tomando experiencias más antiguas de otros pueblos (J. J. Mark, 2021). Desde entonces, se instala en la humanidad la instrucción autoritaria y disciplinaria. Así se legitima la crueldad humana practicada en las guerras, razón por la cual E. Fromm (1973) diferenció la “agresión benigna” de la “agresión maligna”; la primera propia de la naturaleza y la segunda generada por la ambición narcisista de poder y riqueza de los humanos.
Los estados modernos europeos recuperaron la tradición grecolatina mediante el Renacimiento y en el S. XIX el belicismo imperial impulsa en el viejo continente la organización de grandes ejércitos y la producción industrial de armas. Una nueva época de disputas por la hegemonía mundial deriva en el S. XX en dos guerras mundiales. Y esa filosofía pedagógica, basada en la rigidez disciplinaria, se expande también en América por intermedio de F. Sarmiento, quien trajo el modelo de la “escuela normal” de Europa a la Argentina, Uruguay y Paraguay en el S. XIX.
Como anticipo de lo que se venía, en las postrimerías del régimen feudal las órdenes religiosas impusieron la catequización disciplinaria a las poblaciones nativas dentro del sistema colonial de las encomiendas. Decía Foucault que “durante siglos, las órdenes religiosas han sido maestras de disciplina: eran los especialistas del tiempo, grandes técnicos del ritmo y de las actividades regulares.” (Foucault, 2002). Estaban forjando la uniformidad de la organización social para la manufactura y la industria y para el dominio europeo en todo el planeta.
Con esa misma filosofía y sobre la base de la fragilidad psíquica de la infancia, desde el Estado Moderno se determinó científica y técnicamente en qué molde debían fraguar las personalidades de los futuros ciudadanos. Este planteamiento está ya con suma claridad en la cátedra de Kant sobre Pedagogía, en donde propugna la educación en la disciplina y la instrucción para lograr la “uniformidad” porque tenía la convicción de que “con la educación actual no alcanza el hombre por completo el fin de su existencia; porque, ¡qué diferentemente viven los hombres! Solo puede haber uniformidad entre ellos cuando obren por los mismos principios, y estos principios lleguen a serles otra naturaleza.” (Pedagogía, Kant, 2003)
En contraste con Kant y Sarmiento, otros pensadores de la Ilustración, tales como Rousseau, Pestalozzi y Freud en Europa, a la par de Ramón I. Cardozo en Paraguay, cuestionaron esa educación constreñida por la disciplina autoritaria y uniformadora de la personalidad y propusieron una enseñanza apoyada en el amor y la libertad. Freud ofreció fundamentos científicos al rol que cumple el amor materno en la constitución sana, equilibrada y sólida del carácter del niño y del futuro adulto. El sabio M. Bertoni rescató el pensamiento de la cultura guaraní, consistente en educar a los infantes sin castigo y utilizando siempre la persuasión (Bertoni, 1937). Más recientemente, el educador brasileño Paulo Freire aportó su Pedagogía del oprimido (1970) con la cual propuso formar personas con capacidad de reflexión y diálogo, como corresponde en una educación liberadora, fundada en la teoría de la acción dialógica; tesis aplicable tanto en el aula como en el consultorio.
De este modo, se puede comprender mejor el origen histórico del autoritarismo, su aplicación sistemática en la escuela y su reproducción atávica en el hogar y en otros espacios de la sociedad. Se puede sopesar también su poder para mantener a los ciudadanos en la carencia de espíritu libre y crítico, en la sumisión y manipulación de todo tipo. Con la voluntad quebrantada por el maltrato infantil, hay personas que no son capaces de tener iniciativa propia y creatividad. Tampoco tienen la convicción para reclamar sus derechos y para cumplir con sus obligaciones en consonancia con una sociedad democrática. Hay todavía padres, maestros y otros adultos que por desconocimiento son desconsiderados con la vulnerabilidad de las criaturas.