Nada de esto es cierto. Se construyó una ficción de República y se la llenó de cosas irrelevantes. Más del 80% de los recluidos en nuestras cárceles no tienen condena y la responsabilidad la tienen fiscales, jueces, defensores públicos, abogados y policías. A pesar de que la norma les obligue a hacer justicia en un plazo determinado, a los de adentro solo les queda ser entrenados en la mejor universidad del crimen. Solo en Tacumbú hay tres veces más reclusos que la capacidad del penal. Se requieren 400 guardiacárceles y solo hay 40. La gran pregunta es ¿por qué no se escapan todos? No lo hacen porque para muchos es mejor negocio estar adentro que afuera. Es grave y es relevante.
En la concepción popular, la cárcel no está construida para purgar una pena y reinsertarse, sino para padecer las consecuencias de su acción. Se toma a la chacota que un recién recluido por delitos sexuales sea víctima de una violación colectiva como recibimiento. Después viene el negocio. Hay que pagar por todo y el que no puede sobrevive mientras acumula odio y resentimiento que los volcará cuando “salga afuera”, como decimos en paraguayo.
Un perfecto círculo vicioso que nadie quiere acabar y fingimos que nos importa cuando degüellan como en San Pedro, se escapan como en Pedro Juan Caballero o se amotinan en Oviedo, Villarrica, Misiones o Ciudad del Este. La noticia en verdad debiera ser que no pase todo eso todos los días. Los custodios son funcionales a los custodiados y viceversa. Viven en alegre camaradería creando una sofisticada maestría del crimen desde donde operan libremente a través de teléfonos celulares y otros mecanismos. “Somos sofisticados y no tenemos miedo a morir”, dicen que dijo Marcola, fundador del PCC, al burlarse del establishment brasileño tras capturar por varias horas a São Paulo.
Para ellos, que vienen corriendo de la represión de Bolsonaro, Paraguay es un playground de niños. Ahí al lado matan entre otros más de 60.000 personas por año. Sí, leyó bien: Dos veces nuestros soldados muertos en la Guerra del Chaco en tres años y una cifra igual a los fallecidos en combate en Vietnam del lado norteamericano. Brasil es el país más violento y sus operadores van a seguir viniendo a este país ingenuo, desorganizado y barato, donde operan a sus anchas.
Nos asustamos de la casa allanada de un guardiacárcel y si se investigaran a todos los altos jefes policiales no habrá ninguno que pueda justificar lo que tiene con el salario que recibe o recibió. Basta de hipocresías y vamos a las cuestiones relevantes. Nuestro ministerio de prisiones cree que es de justicia y ese es un gravísimo error más que semántico. Debe lidiar con 15.000 presos cuando el ámbito de la solución está fuera de su control. No quiere asumir la condición de ser el peor de los ministerios junto al de Interior, donde también el ministro cree que manda y el verdadero poder –el policía a su cargo– se sonríe luego de encuadrarse en falsa sumisión.
Hay que ir a las cosas relevantes y no perder el tiempo en saber si se escaparon por el túnel o por la puerta.
En realidad, nunca estuvieron presos y, por lo tanto, jamás se escaparon, porque si lo hicieron, finalmente tampoco es delito.
Paraguayos, a remangarnos y organizar este remedo de Estado que no soporta más tantos disparates.