Hugo Alberto Escobar Gómez es hoy uno de los referentes en la escultura en hierro del Paraguay, un maestro autodidacta del “modelado a frío”, una técnica tan rústica como poética, en la que el martillo y la tijera de mano se convierten en pinceles de volumen.
Nacido el 9 de octubre de 1969 en Juan de Mena, en una familia de doce hermanos, recuerda sus inicios con barro junto a su hermano Amado, hoy dibujante de Última Hora. La infancia en la compañía La Unión estuvo marcada por el juego creativo, pero también por los desafíos que más tarde lo empujarían a buscar nuevos horizontes. “A los 16 años abandoné Juan de Mena para estudiar en Asunción. Como muchos jóvenes en ese tiempo, vine buscando un futuro, hice mi servicio militar, estudié mecánica dental y también administración de empresas”, recuerda.
Un viaje modelado
Pero la vida como el hierro se moldea a golpes. Tras un viaje a Mar del Plata, se quedó sin trabajo ni casa. Vivió un tiempo en el taller de un herrero, y fue allí, casi como una epifanía, donde encontró su verdadero oficio. “Un día tomé unas varillas y les di forma. Hice unos portavelas. Mi hermano me animó a mostrar lo que hacía. Los periodistas de Última Hora me alentaron a seguir, y así comencé a trabajar con figuras más concretas”, dijo.
Entre el aliento de sus amigos y lecturas, un periodista le entregó un recorte sobre un escultor español que hablaba del hierro batido. “Sentí que debía continuar esa técnica. Hoy se le llama modelado a frío, pero yo sigo diciendo hierro batido, aunque mis colegas se rían”, dice entre risas.
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Escobar trabaja solo, diseña, corta, modela y transporta sus esculturas. “No tengo ayudantes. Me gusta que cada obra sea solo mía. Cada corte, cada golpe de martillo es una parte de mí”, señala.
Obras maestras
Esa dedicación le ha permitido realizar monumentales piezas como los Ángeles Guardianes de más de 1.35 metros de altura y 180 kilos cada uno y el busto de San Rafael Arcángel, que da la bienvenida a su ciudad natal. También se encuentran sus esculturas en la plaza central de Juan de Mena, en instituciones como la Universidad Autónoma de Asunción (busto de Josefina Plá y del fundador), en la CEN, en Santa Rosa del Mbutuy y hasta en las Fuerzas Aéreas, donde se erige el monumento al papa Juan Pablo II. “Cada obra es una parte de mi historia. El samurái a caballo, por ejemplo, me emociona cada vez que veo su foto. Me llevó 22 días y cada detalle lo hice a mano”, indica.
Para lograr esas formas, compra chapas de hierro, las corta en trozos grandes con amoladora, luego con tijera manual y, finalmente, golpea cada pieza sobre madera, metal, o el mismo suelo. “Es un proceso lento, pero es mi forma. No quiero ser rico ni famoso, quiero que me digan: ‘¡Qué hermoso te salió!’ Esos son los aplausos que yo busco”.
Escobar no se guarda su arte. Sueña con llevar su experiencia a los jóvenes. “Quiero dar charlas en escuelas, contar mi historia. Mostrarles que se puede vivir del arte, aunque cueste. Que hagan cerámica, tallado, que se animen. El arte te llena de una satisfacción sublime”, cuenta con alegría.
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Asegura que “las esculturas son lo último que compra una familia”. Entre sus planes tiene realizar una escultura de un caballo saltando de 3 metros y otra de un pez gigante para un espacio público. “Solo puedo hacer cuatro obras grandes por año. Cada una me lleva tres o cuatro meses, pero lo importante es que queden como yo quiero”, asegura .
En su taller, entre martillazos y cortezas de árboles, Hugo Escobar forja algo más que hierro. Forja belleza, resiliencia y el testimonio vivo de que el arte, aunque solitario, puede ser un acto de amor colectivo. “Moriré haciendo esculturas con martillo y el cortahierro porque ahí siento la verdadera esencia de mi trabajo”, sentenció.