EFE
“Necesitamos reconstruir la identidad de los desaparecidos, que fueron enterrados en fosas comunes como indigentes. Pero también hay que recuperar su identidad moral, reconstruir qué significó su lucha contra las dictaduras, porque las dictaduras distorsionaron quienes eran”, dijo Barrett en una entrevista.
La hija de la activista se encuentra en Paraguay para participar en varios actos en conmemoración del Día contra las Desapariciones Forzosas, que se recuerda el 30 de agosto.
También colaboró donando sangre para el banco de datos genéticos de familiares de desaparecidos en Paraguay, que promueve la Dirección de Reparación y Memoria Histórica (DRMH).
Barrett reconoce que le llevó un tiempo conformar su propia identidad para lanzarse a investigar sobre la vida de su madre, Soledad, descendiente del escritor español afincado en Paraguay Rafael Barrett (1876-1910), conocido por sus denuncias sobre las injustas condiciones laborales de los cultivadores de yerba mate en el país suramericano.
“A Soledad le influyó mucho el contexto familiar de denuncia de injusticias, y ya en Paraguay, donde nació, se fue formando su conciencia de la opresión y la desigualdad”, contó su hija.
Ante la inestabilidad política previa a la dictadura militar de Alfredo Stroessner (1954-1989), la familia Barrett se exilió en Uruguay, donde una adolescente Soledad comenzó a militar en los movimientos estudiantiles.
“Ella incluso participaba bailando en festivales que organizaba con sus compañeros para denunciar la dictadura en Paraguay a través de la cultura y el folclore”, explicó Ñasaindy.
En este contexto, cuando Soledad tenía 17 años, se convirtió en víctima de los movimientos de extrema derecha en los años previos a la instauración de la dictadura cívico-militar en Uruguay (1973-1985).
“A Soledad la secuestraron y le cortaron en los muslos grabándole unas esvásticas. El ataque sirvió para fortalecer sus convicciones, porque ni siquiera en ese momento quiso renunciar a ellas”, explicó Ñasaindy.
Tras el incidente, Soledad pasó de ser víctima a perseguida por la policía política, por lo que su familia decidió enviarla un año a Moscú, de donde viajó a Cuba.
Allí nació Ñasaindy en 1969, hija de Soledad y de un militante contra la dictadura brasileña (1964-1985), José María Ferreira, que se trasladó a Brasil un año más tarde, donde fue asesinado y desaparecido.
Soledad le siguió un año después, y solo al llegar a Brasil descubrió que habían matado a su compañero. En el país conoció al “Cabo Anselmo”, destacado militante de la Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR), grupo que ejercía la resistencia a la dictadura, con quien entabló una relación amorosa.
Pero el “cabo Anselmo” era en realidad un agente infiltrado de la policía, que organizó la captura y asesinato de Soledad y de otros cinco de sus compañeros en el norte de Brasil en 1973.
Ñasaindy lamentó la impunidad de la que todavía hoy goza el “cabo Anselmo”, que aparece con frecuencia en medios de comunicación e incluso solicitó una reparación económica como víctima de la dictadura, que le fue denegada.
“La impunidad con los crímenes de la dictadura abre el camino a la impunidad con los asesinatos, violaciones y desapariciones actuales”, afirmó Barrett.
Destacó además que en los países que fueron víctimas del Plan Cóndor aún existen “muchas barreras que demoran la transición democrática”, como las leyes de amnistía o la falta de identificación de los desaparecidos.
Para ella, el dolor de los familiares de desaparecidos es “un agujero en el alma, una duda eterna, una espera constante sin tener la certeza de dónde está tu ser querido para poder hablarle, llevarle flores o despedirte de él”.
Durante las décadas de 1970 y 1980, el llamado Plan Cóndor coordinó la represión de la oposición política a los regímenes dictatoriales de Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia, dejando miles de desaparecidos.