Con toda esta información, claramente un Gobierno podría conformar una coordinación central que contemple todas las aristas de la situación. Esta, después de todo, no es la primera epidemia de dengue que tenemos que padecer.
Sin embargo, en cada epidemia, desde hace 20 años, nuestras autoridades reaccionan de la misma manera: como si acabaran de descubrir que existe el dengue, cual si fuera la primera vez que sucede, y que no tienen idea de lo que se debe hacer. Es inaceptable que sigamos manteniendo con nuestro presupuesto a funcionarios inútiles que no son capaces de hacer previsiones y trabajar coordinadamente.
Hoy, cada intendente, cada ministro, cada jefe de repartición de cada institución del Estado, junto a sus funcionarios, salen a las calles a buscar basurales y lanzan mensajes a la población de cómo evitar el dengue y combatir los criaderos. Cada una de estas personas utiliza los recursos de su institución y envía mensajes diversos, sin ningún eje en común con el resto. En cuanto al dengue, cada quien hace lo que quiere, o lo que piensa que es mejor, o porque ansía minutos en televisión.
La improvisación ante problemas complejos y graves es la gran desgracia para este país. Y no lo hacemos solamente ante las epidemias de dengue, las cuales llegan puntualmente; también sucede con las inundaciones, por ejemplo. Que si bien no son tan previsibles, sí se puede evitar que miles de paraguayos ancianos, adultos, niños y mujeres sigan viviendo en espacios inundables, sin servicios, sin calidad de vida. Con cada subida del río se demuestra la gran capacidad de improvisar y de posponer la solución de los problemas sociales.
Y como en el caso de las inundaciones, que dejan un tendal de damnificados sobreviviendo en malas condiciones en plazas y veredas, el dengue tampoco es culpa de la gente. Es cierto que la población podría adquirir mejores hábitos de limpieza, pero también es cierto que las municipalidades tienen la potestad de multar a los que no mantienen limpios sus terrenos, y pueden organizar comisiones de vecinos, como también pueden concienciar durante todo el año sobre el peligro del dengue. Sin embargo, no lo hacen, hasta que se presenta el problema y todos comienzan a improvisar y amenazan a los pobladores y los llaman puercos.
La inercia es lo que nos mueve, y la improvisación nuestra marca registrada de trabajar.
Sin embargo, ese no tiene por qué ser nuestro destino. En algún momento las autoridades deben reaccionar y formular políticas públicas de salud, ambientales, etc. Los paraguayos no nos merecemos vivir en un país que está sometido a un mosquito.