27 abr. 2024

Emiliano, el del lenguaje barroco

Alfredo Boccia Paz – @mengoboccia

Las capturas de pantalla del celular del fiscal Aldo Cantero que revelaron sus conversaciones con Pedro Ovelar, abogado de Horacio Cartes, remiten inevitablemente a los audios del teléfono de Raúl Fernández Lippmann, secretario de Óscar González Daher. Aquello se convirtió en un escándalo monumental, pues dejó al descubierto la fétida podredumbre que reinaba en el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados (JEM).
Fue hace poco más de seis años y recuerdo que, inicialmente, a los protagonistas les costó dimensionar las consecuencias de lo que había salido inesperadamente a la luz. No se dieron cuenta de que el impacto causado por las voces, claramente identificables, de los involucrados era muy superior al de una simple denuncia periodística o política. Los diálogos eran coloquiales, entre amigos distendidos, que intercambiaban opiniones con la seguridad de que jamás tendrían conocimiento público. Solo que ellos decidían sobre la libertad, los bienes o el prestigio de ciudadanos indefensos. ¿Cómo negar esas evidencias irrefutables? Augusto Roa Bastos, en el prólogo del libro Es mi informe, escribió que “la sinceridad del crimen es la más honesta de todas”.

Estos reveladores chats entre el fiscal Cantero y su superior, su jefe, el abogado Pedro Ovelar, demuestran la pestilencia que reina en el Ministerio Público. Pero todavía les cuesta medir el tamaño de la indignación. Por más que jurídicamente pueda sostenerse que unas capturas de pantalla no son prueba suficiente, pues pueden manipularse, la sensación colectiva es un poco más difícil de domesticar. Casi nadie duda de que se trata de algo creíble, porque es perfectamente posible que ambos interlocutores hayan intercambiado los textos que se hicieron conocer. De nuevo, el inconfundible olor de la sinceridad del crimen.

Esa es otra similitud entre el episodio actual de la Fiscalía y el anterior, del JEM. En ambos casos la sorpresa no consistió en el descubrimiento de la corrupción, sino en el hecho de que emergiera a la luz. En ambos casos, gracias a chats o a grabaciones, simplemente se probaba lo largamente sospechado. En ambos casos, la descomposición de las instituciones ya había sido denunciada por la prensa desde mucho tiempo atrás. Pero otra cosa es que lo ratifiquen las propias voces o escritos de los malhechores.

Quizás por eso adquirió importancia lo que pudiera decir el fiscal general del Estado a su vuelta del exterior. Su conferencia de prensa suscitó expectativas, pues era una oportunidad única ante la historia para reivindicar a su institución ante la sociedad a la que debe defender. Se esperaba una actitud firme ante el mayor escándalo sufrido por la Fiscalía General desde que él asumió. Era el momento de mostrar el carácter que se le venía pidiendo desde hace meses.

Y lo que nos ofreció fue una exposición construida con tecnicismos artificiosos y confusos. Fue poco claro, evasivo, pleno de mera fraseología barroca. Sea porque no quiere, sea porque no puede, su tibieza decepciona y deja ante el común de la gente la percepción de que le está dando tiempo a los fiscales y al abogado Ovelar para borrar las evidencias. Bastaba con auditar el teléfono de Aldo Cantero para aclarar todas las dudas. Le ha faltado el coraje para hacerlo. Se ha limitado a una investigación interna, entre cuatro paredes, por parte de funcionarios de menor rango. Todo ello explicado con tono de retórica académica.

Suena a un revival de la investigación del asesinato de Rodrigo Quintana en la sede del PLRA. Era la época de Sandra Quiñónez y una de sus fiscalas, Raquel Fernández, se negó a auditar el cruce de llamadas entre los posibles instigadores del crimen “para no caer en el morbo”. Como entonces, el Ministerio Público sigue siendo un instrumento de impunidad.

A propósito, bueno es recordar que anteayer los padres de Rodrigo Quintana fueron increíblemente excluidos de la causa de su hijo, tras el pedido del fiscal Giovanni Grisetti, el partner de Aldo Cantero. No tenemos arreglo. Emiliano no es Sandra, pero se le parece mucho.

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