<h2>El proceso de diáspora del pueblo Mbyá Guaraní o el anuncio de un etnocidio</h2>
<strong>Por René Alfonso</strong>
Lic. en Trabajo Social (*)
Los Mbyá Guaraní son uno de los cuatros pueblos indígenas (Avá Guaraní, Paî Tavyterâ, Aché, Mbyá) que históricamente han habitado en la Región Oriental del Paraguay. Si bien esta dinámica se está modificando en el Departamento Central, observándose en la actualidad que el departamento alberga a diferentes pueblos indígenas tanto de la Región Oriental como de la Región Occidental.
En el siglo XIX, los Mbyá aparecen en la literatura con el gentilicio Cainguá o Kaygua (de “Ka’a o gua”, “Los que pertenecen a la selva densa”). Eran los guaraníes que habitaban territorios inaccesibles a los colonos, de los que nunca habían salido, o a los que habían regresado luego de la expulsión de las misiones jesuíticas (1767).
De los Cainguá surgieron tres grupos: Mbyá, Ñandevá y Kaiowá, siendo los Mbyá los que menor contacto con las misiones habían tenido --aunque fueron los sacerdotes jesuitas los que trasladaron grupos desde el oriente paraguayo a la provincia argentina de Misiones. León Cadogan (antropólogo paraguayo, 1899-1973) cuenta que hubo un pacto --de corta duración-- entre ellos y los conquistadores. Estos se habrían quedado con los campos, mientras los nativos permanecían en la selva. Las distinciones actuales residen en las divisiones espaciales, expresiones lingüísticas y rituales. Se reconocen como un grupo diferenciado, identificándose colectivamente con los otros grupos como Ñandevá Ekuéry (“Todos los que somos nosotros”).
Los Mbyá se caracterizan por su amplia movilidad, que mantienen en la actualidad con mayores restricciones. Sus asentamientos atraviesan los territorios de Paraguay, Argentina y Brasil. Para ello el concepto de “territorio” supera los límites físicos de las aldeas y los senderos, y está asociado a una noción del “mundo” que implica una redefinición constante producida por la dinámica social y los movimientos migratorios. Su geografía incluye sectores compartidos por diferentes sociedades; en contraposición, sus aldeas o tekoa (“el lugar en donde realizamos nuestra manera de vivir”) no albergan otros grupos humanos; allí deben preservar los recursos naturales y mantener la privacidad de la comunidad. La tierra no es solo un recurso de producción, es el escenario de la vida religiosa y las relaciones sociales, que le dan sentido a su existencia.
Los blancos --"Jurua” para ellos, literalmente “Boca con cabello”, referencia a la barba y bigote de los conquistadores europeos-- han ido progresivamente tomando sus terrenos, con mayor aceleración en los últimos años, impulsados por las explotaciones forestales, ganaderas y el cultivo de soja.
Se registra un total de 28.000 mbyá, aproximadamente, en el Sur de América (Paraguay, 15.000 hab.; Argentina, 6.000 hab.; Brasil, 7.000 hab., y un grupo pequeño en Uruguay).
<strong>Migración preocupante</strong>
Hoy podemos ver una alta movilidad de los Mbyá de distintos departamentos (Caaguazú, Guairá, Caazapá, Concepción, Canindeyú, Alto Paraná, San Pedro); esta movilidad tiene como destinos Asunción, Central, Caaguazú ciudad, Coronel Oviedo y Ciudad del Este. La libertad de movilidad es propia de los Mbyá, pero en los últimos tiempos esa movilidad tiene como destino el borde de las calles (rutas) o las terminales de ómnibus.
Con frecuencia, comunidades completas o familias son las que se desplazan en varios tramos de las ciudades, realizando lo que en su propia lengua denominan el “poreka” o la “búsqueda”, que no es más que una abierta mendicidad de los que perdieron su territorio, sus cultivos, sus oraciones, sus cantos, al no poder hacer frente al modelo de desarrollo establecido en el mundo rural: la ganadería, la soja, el girasol y la extracción de la madera de los últimos bosques.
En solo 10 meses nuestro equipo de trabajo (Callescuela) pudo registrar 1.200 personas Mbyá deambulando en Asunción y Central; algunas familias provenientes de comunidades urbanas no reconocidas por las instituciones y las restantes de los distintos departamentos del Paraguay. Sumando con otros lugares, estimamos que la población en calle es de aproximadamente 3.000 personas.
La mayoría de las familias mbyá en calle se encuentran totalmente desprotegidas del sistema de Estado de Derecho y las garantías constitucionales, quedan a merced de la sobrevivencia en calle, drogas, robos, violaciones, tratas, hambre, violencia, choque vehicular, frío, calor, sed, todos los males pensados. Cuando vuelven a alguna comunidad de visita para descansar o cuando son llevados de vuelta --en algún tipo de operativo retorno-- a alguna comunidad, enfermedades de transmisión sexual son las que les acompañan; al poco tiempo, la muerte se adueña de sus cuerpos y de la comunidad.
(*) Maestrando en Antropología Social - Coordinador del Proyecto Tapýi Rekávo - Callescuela.
<h2>Los señores del bosque atlántico</h2>
<strong>Por José Zanardini</strong>
Antropólogo
¿De dónde vienen? suelo preguntar a las mujeres indígenas, quienes, con un bebé en sus brazos, mendigan en varios semáforos capitalinos. A veces venden hermosas tallas de madera de aves, tortugas, armadillos, lechuzas y kure ka’aguy.
Las respuestas estándares son: venimos de Caaguazú. Viven de la calle y pertenecen al pueblo indígena Mbyá. Este grupo étnico se inscribe en la familia lingüística Guaraní y está compuesto de aproximadamente 15.000 personas, de las cuales la gran mayoría vive en el interior en más de 70 comunidades o grupos poblacionales.
Han sido los señores del incomparablemente hermoso bosque atlántico y desde hace unos años se registra una significativa migración hacia Asunción. ¿Por qué migran a las ciudades? Y ¿por qué son prevalentemente Mbyá?
En realidad a Asunción migraron todos los Maká después de la Guerra del Chaco, siguiendo al venerado general Belaieff, colocado por ellos en el panteón de los dioses. Luego hubo una migración de familias Chamacoco (Ishir Ybytoso) y otras que se establecieron en Laurelty (Luque-San Lorenzo).
Desde hace unos años empezaron los Mbyá a migrar hacia Asunción, expulsados de sus tierras ancestrales. Inicialmente venían para hacer reclamos y trámites de legalización de sus territorios. Y para sobrevivir recurrían a la mendicidad, con el propósito de regresar luego a sus comunidades.
<strong>Migración y expulsión</strong>
Pero las cosas se complicaron: algunos se quedaron con la idea de buscar trabajo fijo, otros saborearon drogas; no faltó la prostitución. Y así pasó el tiempo. Vinieron más indígenas encantados y atraídos por las luces, colores y músicas de la ciudad, hundiéndose cada vez más en su marginalidad.
Hoy, en Asunción y alrededores, existen unas 12 comunidades indígenas, con cuatro escuelas y un colegio reconocidos por el MEC.
La migración indígena a las ciudades es un fenómeno registrado en todas las capitales de América. La primera y espontánea lectura de esto es considerarla como una expulsión del campo debido a la deforestación e instalación de ganadería y cultivos.
Pero, además de esta, existen motivaciones no menos importantes; los indígenas, en general, quieren para sus hijos/as mejores condiciones de vida. Quieren estudiar hasta la educación superior para cualificarse profesionalmente y tratar de igual a igual con los demás ciudadanos. Y esto no puede darse en las dispersas comunidades del interior.
En definitiva, el mundo indígena está cambiando muy rápidamente; sin abandonar sus raíces y su orgullo indígena, se dan cuenta de que para sobrevivir deben inventar una nueva manera de ser y que no sea necesariamente vinculada a la selva. Para acompañar este proceso se está desarrollando una antropología indígena urbana en búsqueda de un diverso “modus vivendi”. Se ha creado ya un Movimiento Indígena Urbano que reflexiona, genera nuevas experiencias, busca nuevos caminos laborales, con previas y correspondientes capacitaciones.