19 abr. 2024

El autómata del bando de los contrabandos

El precandidato a la presidencia por el Partido Colorado Santiago Peña tiene visos de autómata con cierta complejidad algorítmica propia de los artefactos inteligentes que, desde la Antigüedad, siempre fascinaron a Occidente. Es decir: nada que no pueda ser desmontado con un lenguaje de programación. El autómata cumple funciones previamente asignadas, aunque sean las más complejas, como las que realizan diariamente las aplicaciones de un smartphone: un autómata digital. En la ciencia ficción, los autómatas tienen aspecto humano y hacen las más variadas cosas del incesante comercio. También en las previsiones de la ciencia tecnológica, Peña convivirá con los polimórficos Mr. Smith, con los exterminadores T-1000 venidos del futuro, para usar referencias de películas norteamericanas de los años 90.

Hace poco habló en entrevista amigable con un medio televisivo del Grupo Cartes, al que guionadamente le dejó claves de su pensamiento político, económico y cultural, al tiempo de trazar un autorretrato suyo en tono publicitario: ángel caritativo en misión del FMI en África.

La imagen que da de sí mismo Peña, de su supuesto rol histórico, tiene inspiración oportunamente bíblica. El hombre-con-cara-de-empleado-del-año había estado poco antes en Jerusalén con Benjamin Netanyahu, hoy líder de la oposición de derechas israelí, inspiración ideológica del ex presidente paraguayo y procesado por la Justicia como él. (Después, La Estafeta fue a ver a Mauricio Macri en Argentina, otro dirigente político y empresario con prontuario delictivo). Desde Israel, Peña regresó convertido en otro Moisés. Haciendo malabares con los números aseguró que los cuarenta años en el desierto del patriarca hebreo se corresponden con los más de treinta en el desierto que tiene la democracia nacional (a la colorada), tras la caída de la dictadura militar (también colorada) en 1989. Peña sería entonces el último conductor de un Éxodo (otra vez a la colorada), según descubrió en Jerusalén. Él nos haría entrar, finalmente, en la Tierra Prometida de la mano de un hipostasiado Horacio Cartes: el Patrón que tiene el Número del Papa que tiene el Número de Dios.

La metáfora religiosa fácil está siempre presente en el nimbo ideológico que propugna Peña. Es su conexión con una amplia gama de votantes conservadores, a pesar de que el hombre se presente como la quintaesencia de la modernidad de la política en el Paraguay (y que considera a Gonzalo Quintana, correctamente por lo demás, un precursor de la modernidad neoliberal en Paraguay: alguien que predicó en el desierto sus ideas).

El evangelio de esta modernidad, basado en gran parte en los postulados del economista peruano Hernando de Soto (asesor de súbitos dictadores, como el egipcio Hosni Mubarak y el libio Muanmar Gadafi), tiene como centro la “creación” de una clase media consumidora (y consumista), “formalizada” y bancarizada en sus “emprendimientos”; con una clase trabajadora en régimen de explotación laboral inclemente, precarizada y mal pagada (sobre todo, en el segmento de las mujeres y los jóvenes); en favor de todas, más que nada, de las rentas del capital transnacional, industrial, agroexportador y de servicios que, a fin de cuentas, compró con sus dólares la realidad de un país con pocos o ningún impuesto y convenientes salarios bajos.

La Tierra Prometida por el autómata del evangelio inversor no puede carecer de la figura del enemigo interno, otro aporte ideológico de Guerra Fría por parte del peruano. Peña (el Partido Colorado y sus satélites exógenos) va más allá sin embargo que de Soto, al profundizar un proyecto clasista en el Congreso, con el brazo jurídico que hace valer más la propiedad que la vida. A la medida de lo que Roa Bastos llamó “oligarcones” que viven de “la cría de su dinero y de sus vacas”, del “vivir haciendo el no hacer nada”: “mancebos del garrote”, “aristócratas-iscariotes” que forman un “bando de los contrabandos”: Los patrones del autómata.

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