28 abr. 2024

De donaciones y súbitos olvidos cardenalicios

El presidente posestronista con mayores y cercanísimos contactos personales y políticos entre la alta curia católica paraguaya no fue, ni mucho menos, el ex obispo de San Pedro, Fernando Lugo, sino el empresario “significativamente corrupto” Horacio Cartes. Este tuvo hace una década importante y solapada influencia en el Parlamento para destituir en juicio político exprés a quien reemplazó en lo sucesivo (previo paso del insípido liberal Federico Franco, el breve) como habitante electo de Mburuvicha Róga, la casa presidencial donde los obispos más conservadores del país conspiraron entre 2013 y 2018.

Dichos prelados —comandados en la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) por el hoy emérito de Caacupé, Claudio Giménez, primeramente, y por el ahora ex arzobispo de Asunción, Edmundo Valenzuela, después— no solo fueron los primeros en pedir la renuncia de Lugo (“Perdió las riendas del país”, dijo catastrófico Giménez en junio de 2012, luego de aseverar en noviembre del año anterior que el actual convaleciente senador había generado divisiones dentro de la Iglesia), sino también en apoyar las posturas políticas e ideológicas del millonario, uno de los más generosos aportantes de la Iglesia Católica.

No es fácil, ni ocioso, cuantificar las donaciones de sus empresas a la institución religiosa y organizaciones dependientes —además de los cuantiosos fondos públicos dirigidos por su gobierno y sus parlamentarios hacia iniciativas sacerdotales privadas, como las del ultraderechista italiano Aldo Trento, sí trazables—, pero estas tienen peso real cuando se trata de medir los vínculos de lealtad que todavía existen entre el político y la curia, a pesar de los últimos embates recibidos en la Avenida España desde el Norte imperial.

La cuestión económica se relaciona en este asunto, además, con la personal de Cartes con el papa Francisco, a quien visitó siete veces en Roma y recibió en Asunción en 2015. Sin embargo, un año después de que la CEP se lavara la cartista cara oligárquica, designando como presidente de la influyente corporación obispal al menos conservador Adalberto Martínez, arzobispo de Asunción, es muy posible que la misteriosa naturaleza de la ligazón entre Cartes y Jorge Bergoglio sea más glacial ahora y el teléfono del Vaticano no atienda las devotas llamadas de un apestado de nivel internacional.

Aun así, al primer cardenal paraguayo, en las vísperas de su histórico purpurado, le costó horrores deshacerse de la influencia de los viejos lazos eclesiásticos con Cartes, y se perdió como un novato a la primera pregunta sobre el prontuario del investigado por EEUU y Brasil. “No sé de qué (ex) mandatario se trata”, respondió Martínez, fingiendo conveniente locura. A cualquiera sorprende que le pregunten a bocajarro y públicamente qué opina sobre una mano tan generosa, pero tan sucia, como la de Cartes. En curas, puede causar amnesia instantánea.

El nuevo cardenal estuvo presente en la reunión del 27 de julio de 2015, en la Casa de Retiro Emaús de Luque, cuando la CEP se ofreció solícita para ser un brazo social del Gobierno de Cartes. Entonces Martínez consideró la de la CEP “una buena propuesta, una buena iniciativa a raíz de lo que el Papa (quien dos semanas antes había estado en Paraguay) nos decía de colaborar todos para fortalecer la Patria”. En aquel contexto, el fortalecimiento significaba, políticamente, un servicio al cartismo devoto de las donaciones religiosas… y del lavado de activos.

Esta es una buena ocasión para que Martínez haga públicas la esencia y la dimensión de los vínculos de la Iglesia con el dinero de Cartes, proveniente, según investigaciones extranjeras, oficiales y no (ante la inacción de la Fiscalía nacional, de la también piadosa Sandra Quiñónez), de actividades comerciales ilícitas y de la violencia terrorista. Podría hacerlo antes de comenzar a ser “un punto de apoyo para el diálogo y entendimiento”, como dijo ayer, de facciones de una burguesía harto delincuente y en guerra.

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