30 abr. 2024

Cien días de pena

El video del presidente, sentado en un ómnibus, muy campechano, fue en realidad un insulto a todo el pueblo paraguayo. Porque Santiago Peña no tiene idea de la realidad que vive la gente en este país.

No sé por qué habrá elegido uno de los peores servicios públicos para dárselas de popular; el transporte público es uno de los grandes padecimientos que debemos soportar cotidianamente, y absolutamente nadie escucha nuestros lamentos.

Los noticieros, los periódicos y las redes sociales hablan continuamente del mal servicio, de las reguladas, de las largas e interminables esperas de los usuarios, de los peligros que afrontan los estudiantes y los trabajadores en la calle por las noches con la incertidumbre de no saber quién aparecerá primero: ¿el bus o el motochorro?

Hay quienes deben salir de madrugada de sus casas para abordar un ómnibus, que después de recorrer por dos horas el insoportable tráfico llega al centro; trabajan jornadas de diez horas y después armarse de paciencia para esperar un bus que viene repleto, viajar parados e incómodos otras dos horas para llegar a la casa, si Dios y la Virgen de Caacupé los quieren sanos, después de caminar varias cuadras, en un barrio que hace rato dejó de ser seguro.

La rutina es un bucle, y los únicos matices lo ponen un calorazo de 45 grados o una tormenta que trae vientos, lluvia y raudales. La gente de a pie siempre se queda con la peor parte.

En realidad, Paraguay no tiene un sistema de transporte. Los paraguayos están secuestrados por un montón de empresas que explotan el servicio; el actual sistema carece de lógica y no está organizado para el bienestar de los usuarios. A los que manejan el negocio no les importa dotar a nuestras ciudades de un sistema de movilidad urbana razonable y cómodo, pues lo único que importan son las ganancias.

Son simpáticos los comentarios de esa gente que viaja a alguna ciudad de Latinoamérica y descubre que un mundo mejor es posible cuando conocen el sistema del bus de tránsito rápido, los trenes, el metro, las ciclovías y otras formas de transporte urbano. Lo único que no es simpático es que al final siempre terminan votando por los mismos.

En nuestro país, una especie de experimento que apenas duró un segundo estuvo a punto de causarle crisis de nervios a los dueños de la calle Palma. ¿Se acuerdan de las bicisendas? Creo que al final tuvo el mismo destino que el exitoso Metrobús de la era Cartes. La idea era buena, una red de bicisendas que iba a ser parte del proyecto Asunción Ciudad Verde de las Américas, y fue implementado por el PNUD con una donación millonaria. Pero bueno, estamos en Paraguay, donde unas pretenciosas milangas son más importantes que la gente tenga la posibilidad de andar en bicicleta, aunque la bici sea más saludable, obvio.

El poder, en realidad, podría contratar a gente que organice mejor nuestro tránsito, y diseñe un sistema de movilidad urbana acorde con el siglo XXI, pero no tienen necesidad alguna de hacerlo. Ellos no necesitan darle a la población calidad de vida porque la gente viviendo de manera miserable igual los sigue votando: esa es la fatalidad de este país. Y, cada tanto, cuando consiguen alguna donación, exhiben unas cuantas unidades de transporte eléctrico y dicen gua’u que esa es la solución, como si les importara y como si fuera cierto.

Porque la verdad es que reemplazar las unidades que se mueven a combustible por unidades eléctricas sin tener un sistema de movilidad diferente, no va a suponer ninguna diferencia. Al final, el estudiante y el trabajador seguirán esperando horas y viajando apachurrados en unidades eléctricas, que tampoco van a circular por las noches ni los fines de semana. Una cosa es segura: jamás te vas a encontrar con el presidente en una chatarra al salir del trabajo, viajando colgado de la estribera.

Y, por cierto, el golpe de gracia. A Peña le gustó tanto el viajecito que les va a dar a los transportistas USD 16 millones más de subsidio.

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