Wilson Ferreira
CIUDAD DEL ESTE
Una alarmante cifra emerge de los registros del Hospital Materno Infantil Los Ángeles, el mayor después del Hospital Regional, ubicado en el barrio Don Bosco de Ciudad del Este, Alto Paraná. En este servicio cada tres días, una menor de entre 10 y 17 años da a luz y en esta estadística, que ya es preocupante por sí misma, no incluye los partos de adolescentes en los demás servicios públicos y privados de la ciudad y del interior del departamento, lo que sugiere una problemática aún mayor y menos visibilizada.
El embarazo adolescente es un reflejo de una problemática social profunda. Más allá de la alarmante estadística de una niña dando a luz cada tres días, lo que se expone es un entramado de factores que perpetúan un ciclo de vulnerabilidad y, a menudo, de pobreza.
El Dr. Guido Venialgo, director del hospital y ginecólogo, explicó que el embarazo adolescente ha dejado de ser un incidente aislado para convertirse en una “especialidad” médica y social. Esta afirmación no es un capricho, responde a la complejidad de cada caso, que demanda una atención médica especializada para cuerpos aún en desarrollo, así como un abordaje psicosocial para mentes que no culminaron su madurez.
En el mes de enero atendieron a 6 adolescentes embarazadas. Una de 15 años, dos de 16 y tres de 17 años. En febrero, se registró un caso de una adolescente de 16 años y cuatro de 17. “Es notable la frecuencia de embarazos en chicas de 17 años”, apuntó.
En marzo, los casos aumentaron. Se atendieron 3 adolescentes de 15 años, 3 de 16 y 9 de 17 años. En abril, se presentaron 2 casos en adolescentes de 16 años y 3 en jóvenes de 17. “En mayo, el mes pasado, tuvimos 3 embarazos en adolescentes de 15 años, 3 de 16 y 4 de 17. Todas ellas eran primerizas, es decir, nulíparas”, dijo.
La raíz del problema, según el Dr. Venialgo, se encuentra en la iniciación sexual precoz. Este es un punto crítico que no puede ser ignorado. Cuando niñas de 9, 10 u 11 años experimentan la menarca –primera menstruación– se abre una ventana a la posibilidad de un embarazo a edades inusualmente tempranas. Esta precocidad fisiológica sin el acompañamiento adecuado de la educación y la contención familiar, las expone a riesgos inminentes.
A esto se le suma un panorama social complejo con familias dispersas, la separación de los padres y la influencia de una vida social que, muchas veces, carece de filtros y supervisión. En este contexto, la vulnerabilidad de las adolescentes se magnifica, convirtiéndolas en blanco de situaciones como el abuso sexual, un factor tristemente recurrente, especialmente en edades tan tempranas como los 11 o 12 años, refiere el profesional.
Los datos del Hospital Los Ángeles muestran una tendencia al alza, con el grupo de 17 años liderando las estadísticas. Estas cifras son solo la punta del iceberg, ya que no incluyen nacimientos en otros centros de salud o en el interior del Alto Paraná.
ROMPER EL CÍRCULO. Venialgo describió esta realidad como un “círculo” que condena a estas jóvenes madres a la pobreza. Una adolescente de 17 años que da a luz tiene altas probabilidades de ver a su hija enfrentar una situación similar, perpetuando un patrón de precariedad. Romper este ciclo requiere una intervención urgente.
Para empezar a cambiar esta realidad, se impone una educación sexual integral y en el control familiar. No se trata de un simple “control” en el sentido restrictivo, sino de un acompañamiento activo que eduque sobre los riesgos de las relaciones sexuales precoces, incluyendo las enfermedades de transmisión sexual y las profundas implicaciones sociales de un embarazo no deseado a una edad temprana.