05 ago. 2025

Brasil

Si existe un gigante en Sudamérica, este es, sin duda, Brasil. Los 8.358.140 km2 de territorio, una población de 212.8 millones y un PIB de 2.173,67 mil millones de dólares estadounidenses, según datos del Banco Mundial, así lo constatan. Brasil se posiciona como una de las economías más grandes del mundo, representando cerca del 2,06% de la economía global. Sus exportaciones alcanzan 339.700 mil millones de dólares, comparado con los 11.900 mil millones de Paraguay, o, 66.800 mil millones de Argentina. Finalmente, su gasto militar es siete veces el de Argentina y 15 veces el de Uruguay. Tiene fronteras con todos los países sudamericanos, con la excepción de Ecuador y Chile.

Es por ello que Brasil se considera llamado a ejercer un rol de liderazgo en la región, y a participar como uno de los actores de mayor peso en el escenario mundial, sobre todo en el hoy llamado Sur Global. De hecho, hubo un momento en el pasado reciente en el que ese liderazgo tomó una forma concreta, bajo la denominación de la Comunidad de Naciones del Sur, luego Unasur. Fue en un periodo político muy especial, conocido como el periodo de la “ola rosada”, en la que tenían predominancia los gobiernos progresistas (2003 – 2012). En ese entonces, se dio una seguidilla de cumbres presidenciales, con declaraciones que recuperaban el regionalismo latinoamericano y prometían una integración solidaria, en beneficio de los pueblos, apuntando, inclusive, a una ciudadanía sudamericana. Los gobiernos de Nicanor Duarte y de Fernando Lugo demostraron, ambos, cierta simpatía bis a bis dicho proyecto.

La iniciativa de Unasur, sin embargo, probó ser muy débil. Quizás su mayor error fue basarse en una lectura muy política, pero poco institucional, de la realidad. No tomó en cuenta la naturaleza pendular de la política sudamericana, creyendo que se podía construir un regionalismo basado en una narrativa con demasiados tintes político-ideológicos, anclada en un progresismo que resultó ser más bien coyuntural. Así, pues, cuando en los siguientes ciclos electorales se dio el “giro a la derecha”, incluyendo a la administración de Horacio Cartes, la iniciativa se desbarató como un castillo de naipes. Con el retorno de Luiz Ignácio Lula da Silva al poder, en 2023, el mismo intentó recuperar esa comunidad sudamericana mediante la cumbre de presidentes sudamericanos en Brasilia. Sin embargo, la iniciativa no pudo prosperar. La presencia de Venezuela generó conflictos, no solo entre derecha e izquierda, sino también en el seno del campo progresista, con las críticas de Gabriel Boric a la situación de derechos humanos en Venezuela. Al final, la idea de reflotar Unasur quedó prácticamente en aguas de borraja, y la fragmentación política de este nuevo “ciclo mixto” sudamericano prevaleció.

El propio Brasil, nos parece, ha acusado recibo de ese primer tropiezo de Lula, y ahora los vientos apuntan a posicionamientos más pragmáticos, con propuestas de avances menos políticos, pero más tangibles. ¿Cómo hacer para que socios tan distantes en la forma de pensar, como lo son la actual administración de Javier Milei y el Gobierno de Lula puedan seguir comprometidos con la integración? En este sentido hay que, nos parece, avenirse a considerar ciertas realidades. Por un lado, tomar el ejemplo de la Cuenca del Plata donde es preferible hablar del manejo de un territorio compartido en vez de modelos de sociedad. También forjar acuerdos sobre temas concretos como el cuidado de medio ambiente y la navegación fluvial, haciendo énfasis en la integración física, mediante la inversión en infraestructuras.

Por otro lado, entender que ante el caos “trumpiano”, que busca reconfigurar el orden comercial de manera unilateral, el valor del Mercosur permanece, si necesario, planteando el debate de la flexibilización a su interior. Pero sin perder de vista que hay oportunidades que se están generando con la crisis, pues a medida que la incertidumbre económica se expande, las naciones buscan nuevas asociaciones y el Sur tiene la posibilidad de emerger como alternativa.

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