05 ago. 2025

El mito de la “inversión del Estado”

La creencia que el Estado cumple un rol fundamental en el desarrollo de la nación está muy arraigada entre los paraguayos. La mayoría de la gente considera al Estado como una institución, tal vez no muy eficiente, pero necesaria para la satisfacción de sus necesidades. Solemos oír de dirigentes y políticos frases tales como “... las políticas públicas son el motor fundamental del desarrollo del país...”, o “… el Gobierno inyectará tal y tal cantidad de dinero en la economía…”, o “… la reducción de la pobreza experimentada por los paraguayos, es el resultado directo de la obra social…”. Estas y otras tajantes aseveraciones son muy comunes y gozan de aceptación generalizada en la ciudadanía. Pero ¿acaso tienen fundamento?

En primer lugar, debemos entender que el Estado no es una entidad productiva. Es una institución que ejerce el monopolio de la compulsión y la coerción. No produce absolutamente nada. Solo puede –merced a su poder– transferir bienes de un sector a otro.

Hagamos uso de algunas construcciones imaginarias para aclarar mejor este concepto. En la primera, imaginemos una mítica comunidad, la llamaremos Ruritania, donde existen 10 habitantes que producen anualmente 100.000 rurs cada uno. El total de la producción de esta comunidad es pues 1.000.000 rurs. Súbitamente, uno de los habitantes decide dejar de producir y arrogarse el derecho a cobrar 10% de las ganancias de sus semejantes, con el pretexto de realizar “obras sociales fundamentales para la comunidad”. Al final del año habrá cobrado 100.000 rurs. La pregunta es ¿acaso está más rica la sociedad?

Es evidente que no. Los 100.000 rurs que cosechó este muy “altruista” ciudadano fueron “a costa” de 10.000 rurs extraídos de cada uno de los productores; es decir que los 100.000 rurs cosechados por este último no son adición a la productividad.

El monto final es el mismo, 900.000 rurs creados por los productores más 100.000 de la exacción compulsiva producen los mismos 1.000.000 de rurs originales.

No es difícil concluir que este “altruista ciudadano” de esta mítica comunidad es el Estado y que nada ha contribuido al aumento del volumen de bienes en la sociedad. Simplemente ha hecho transferencias de bienes del bolsillo del productor, al bolsillo de aquellos a quienes quiere favorecer. Varios son los argumentos del expoliador cuando nos quiere convencer que lo expoliado “volverá” al ciudadano. No es así. Si lo fuera no habría necesidad de realizar la expoliación.

Nuestra segunda construcción pertenece al eminente economista francés Frédéric Bastiat. Un niño accidentalmente rompe la ventana de una panadería. La molestia del panadero es justificada. Sin embargo, un economista ignorante que ha visto la escena le dice: “Esto no es una tragedia, sino un hecho que beneficiará la economía. Para reparar el vidrio, el panadero tendrá que gastar en pagar a un vidriero. El vidriero podrá con ese dinero ampliar su empresa comprando herramientas nuevas. Con las ganancias que obtuvieron los vendedores de herramientas, estos podrán contratar más empleados. La economía mejora en todos los sectores.

Superficialmente, el argumento parece ser válido y es bastante común entre los economistas modernos. Sin embargo, si lo analizamos más profundamente vemos su evidente error. Si el niño no hubiese roto la ventana, el panadero hubiera podido comprar un nuevo horno. Con el dinero del horno vendido, el hornero podrá ampliar su empresa y contratar a más empleados. Estos empleados nuevos podrán a su vez enviar a sus hijos al colegio o comprarse mayor y mejores cosas, etc. etc. Si no hubiese tenido el accidente, el panadero hubiese tenido el vidrio y el horno. Ahora solo tiene el vidrio. Es obviamente más pobre.

Esta falacia resulta de no comprender lo que en economía se llama el “costo de oportunidad”. Todo aquello que no pudo hacerse a causa de lo que se hizo. Con su vidrio roto, el panadero no pudo adquirir el horno nuevo. Ese es su costo. Para él y para la sociedad en general.

Este mismo ejemplo puede aplicarse a la “inversión pública”. Toda “inversión” del Estado se hace necesariamente a “costa” de todas aquellas inversiones que el productor pudo haber hecho y no hizo porque el dinero para hacerlas le fue confiscado.

Al político demagogo, sin embargo, esta realidad no parece importarle. No puede ver lo que está más allá de sus narices y no le interesa nada más que sus mezquinos intereses. Es fácil para él, pavonearse sobre las “obras” que ha realizado, llámense hospitales, escuelas, rutas, obra social, empresas de servicios públicos, etc. etc. Lo que se le “olvida” son todas aquellas posibilidades de inversión que al individuo se le ha privado. Mayor hato y maquinaria para el ganadero, mayores y mejores semillas para el agricultor, mayor cantidad de capital operativo para el productor medio, jubilaciones y seguros médicos privados de mejor calidad, mejores condiciones de vida para el trabajador. Las posibilidades son infinitas.

La “inversión pública” es, pues, un mito. Una inversión solo puede hacerla quien produce bienes en un mercado libre y de conformidad a las leyes de la oferta y la demanda.

Dejemos de creer que a través de la intervención del Estado podrá mejorarse la situación económica de nuestro país. El crecimiento económico de una nación depende del ahorro y la inversión privada tanto interna como externa y esto es solo posible en un ambiente de libertad económica.

El estatismo nada tiene que ofrecer.

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