Cual reflejo cultural y social personificado en la visión de vegetales torturados por cables aéreos, mutilados o talados sin piedad o de veredas rotas, sucias y ocupadas, estas visiones hacen surgir una cierta rebelión, ni bien sea, simbólica. Estas imágenes de Gabriela Zuccolillo French (Asunción, 1967) ayudan a transitar, a extender un diagnóstico ético y de entera responsabilidad de quien esto escribe, sobre este estado de la cuestión.
Por todo esto, una obra de arte puede dar sentido, vía metafórica, a la importancia y al cuidado de la flora y a la existencia humana. Podemos razonar que no cuidar o estimar la compañía vegetal es un suicidio para quienes habitamos estas latitudes, o lo que es lo mismo, vivir en negación ambiental aclamando el “progreso”.
Ver el cielo, ver el suelo
Arbolitos es la serie compuesta por fotografías directas e impresas a escala mayor, cuyos motivos son ejemplares botánicos plantados expresamente en el centro neurálgico de la ciudad, en la plaza de Armas. Resistiendo y subsistiendo en situación deplorable, estos árboles se enseñan mutilados y abandonados.
El conjunto Arbolitos revela en clave irónica el despojo de árboles emblemáticos para los ciudadanos. Los cinco seres vegetales nominados en diminutivo, no hacen más que enseñar el valor nulo dado a árboles situados, nada más y nada menos, que en el centro fundacional de Asunción. Son tótems decapitados o en argot vernáculo “zapodados”, extendiendo dramáticamente sus muñones amputados, asistiendo al espectáculo de la alta política y la cultura con la vecindad del Congreso, la Policía, la Iglesia, una universidad y un importante centro cultural.
Personificada en árboles y en el espacio urbano, estas imágenes incuban una réplica, una respuesta a la crisis ecológica y social mediada por la especial sensibilidad crítica de Zuccolillo. Realizadas en los últimos años, estas fotografías directas son estrictamente documentales y han sido realizadas por dispositivos maquínicos de la imagen como cámaras convencionales o un dron.
En este sentido, la visión de Zuccolillo es una declaración que podría ser útil para desarrollar un nuevo marco de pensamiento ecocentrado, o ecoético ante conductas destructivas, pero curiosamente naturalizadas y extendidas en el Paraguay. Estas representaciones de la deforestación y la “poda” exagerada de ejemplares arbóreos urbanos, o la falta de cuidado de los espacios públicos, nos llevan, alegre y banalmente hacia un paisaje estéril y caliente.
Sendas de lo imposible
Sabemos que la sociedad de consumo genera un sin fin de objetos y productos que finalmente terminan como basura y cuyo escenario más potente sea, sin duda, el espacio público. Las calles, veredas y plazas son el espejo de esta tendencia mortal en generar basura y enfermedades, que no solo hacen daño a la vida natural de donde se originan, sino a la vida social, en este caso urbana en la que vivimos.
Los asuncenos sentimos desasosiego al intentar caminar sobre las veredas y aceras destrozadas. Al paseante/flaneur de la metrópolis guaraní le surgen preguntas y reacciones, cuando no frustración, ante el grotesco estado de la cuestión. Los baches, las roturas de las pastillas cerámicas, los efluvios de aguas, junto a residuos y escombros por doquier traducen la falta de empatía y de confianza social.
Es en la obra Vereda en la que podemos sentir este comentario, al ilustrarse literalmente cómo los asuncenos generamos más basura y como esta nos deteriora física, social y culturalmente. Las texturas de las “baldositas”, con su color crema y azul oscuro son casi una seña de identidad de la capital paraguaya, y su visión en altura, en vista de “picado” por un dron dirigido por Zuccolillo traducen varias emociones.
El ejercicio de contemplación y diálogo que se plantea con esta vereda en ruinas, y que además se presenta en escala 1/1; es decir, de idénticas dimensiones a las reales, en espacios expositivos y nunca en el espacio público, establece cierta horizontalidad de la experiencia perceptiva entre esta obra de Zuccolillo y espectador. Como espacio disidente, esta secuencia de pavimento pedestre arrastra un tono de perplejidad traducido en reclamo y anhelo del disfrute peripatético de los asuncenos, tanto mejor si es bajo una fronda umbría.