Nos cuenta Lucas que un doctor de la Ley –un “jurista”, dice el texto– dirigiéndose a Jesús como Maestro, le pregunta: “¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?”. En realidad, lo que quería este doctor, dice Lucas, era tentar a Jesús. Pero, ¿quería realmente un consejo del Maestro? Jesús, en vez de responder, le devuelve la pregunta, y el experto recita la “letra” de memoria, sacada del texto griego de Deuteronomio (6,5) y de Levítico (19,18). Pero, de nuevo, el doctor pegunta: “según tú, ¿a quién debo llamar prójimo?”. Y Jesús responde con una parábola.
El Maestro habla e interpela al mismo tiempo. También a nosotros: “y tú, ¿qué crees que deberías hacer para conseguir la vida eterna?, ¿qué relación crees que hay entre amar a Dios de todo corazón y amar al prójimo como a uno mismo?, ¿a quién consideras prójimo? Jesús recurre a la parábola para empujarnos a ir más allá de una letra, para penetrar en su espíritu”. La Ley hacía distinciones y regulaba según eso las relaciones humanas. Jesús nos dice que en el nivel de la persona no hay distinciones: todos son nuestro prójimo, aunque tengan otra fe, aunque sean de otra raza, aunque hablen otro idioma, aunque tengan sus carencias y cometan errores.
Si amamos de verdad a Dios, participaremos de su Amor por todos, porque veremos a las personas como Dios las ve: todas llamadas a ser hijos suyos en Cristo. Y si nos amamos verdaderamente a nosotros mismos, esto es, dando gracias por los dones recibidos y siendo conscientes de carencias y defectos que debemos mejorar, entenderemos cómo es el amor que se nos pide: dar gracias por los dones de los demás y ser comprensivos, lentos a la ira y ricos en misericordia, con sus carencias y defectos, intentando ayudarnos mutuamente para mejorar en el día a día. Eso supone implicarse realmente en la santidad de los demás. Y eso es amor: querer para el otro el don más grande que existe y hacer lo que esté en nuestra mano para que todos lo alcancemos.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/2023-10-09/).