¿Debe preocuparnos que el Gobierno Nacional cambie las fechas de nuestro calendario histórico? Sí y no. Sí, porque independiente a las ideas que tengan sobre el patriotismo, la educación y otros valores, el hecho es característico de los que no alcanzan a comprender sus roles. Como tampoco de los valores y símbolos de la nación que de paso, ellos deberían encarnar como nadie.
Pero no saben de eso y tampoco les interesa. Actúan como siempre los “mandamases” y caudillejos que no estarían desde luego en condiciones de asumir la labor docente que les corresponde. Tanto la defensa de los valores nacionales y el crecimiento moral de sus compatriotas.
Y tampoco debería preocuparnos (demasiado), porque la medida es perfectamente coherente con la visión de quienes nos gobiernan, sobre la historia y la cultura. Y porque pareciera, de acuerdo a lo visto y actuado, que muchos de ellos están solamente para olisquear alguna ventaja. Muy lejos de las virtudes que motivaran a millares de jóvenes del pasado a exponer sus vidas en defensa de la patria.
Jóvenes que pudieron haber sido maestros, científicos, artistas. Que pudieron haber gestado nuestro progreso y bienestar, evitándonos al mismo tiempo la serie de penalidades sufridas tras sus sacrificios.
Compatriotas del pasado que se habían dotado –muy claramente– de “la conciencia de ser”; sobre la que se construye el sentido de pertenencia y la responsabilidad social.
En una palabra: El patriotismo; que derramaron a raudales en días de gloria que nuestras autoridades actuales menosprecian. Pues con la medida anunciada y frecuentemente reiterada, todo está en “orden”. En consonancia con la mediocridad que “reina” en las alturas del Poder … desde hace ya tiempo.
Por otra parte, ¿qué momento más propicio podríamos haber tenido para que en días como éstos, nos encontráramos en una plaza pública, en las escuelas o en los campos que a lo largo de nuestra geografía, certifican el paso de tanta lucha, para cantar el Himno Patrio e izar la bandera nacional? Tras lo cual bastaría que compartiéramos un minuto de reflexión con el sonido de las trompetas atronando el aire, en el intento de que nuestros pensamientos volaran hasta aquellos tiempos. Para mezclarse con el aire, el viento, la floresta y pudiéramos comprender entonces el significado del honor y del martirio.
¿Qué otro momento mejor podríamos tener para olvidar nuestras penurias cotidianas y juramentarnos a construir el país que soñaron nuestras mujeres y hombres del pasado? Todos aquellos que hicieron posible que el Paraguay fuera –como escribiera Justo P. Benítez– “una categoría moral”.
La gente de Gobierno y políticos en general debieran entender que sin nada que recordar, no existen compromisos ni obligaciones. Sin virtudes que admirar y emular, la ciudadanía puede disolverse en la banalidad, como está ocurriendo… Porque con la distensión, también desaparece el espíritu crítico para acompañar los vaivenes de nuestra sociedad y los del resto del mundo.
Mientras consumimos cuanta baratija tecnológica se ponga a nuestro alcance para que nos concretemos en una masa humana informe; sin metas, propósitos ni sentimientos patrióticos.
El Tratado Secreto de 1865, establecía que al término de la guerra, el Paraguay debía destruir todas sus defensas militares y no construir otras, destruir sus armas y disolver su ejército. Y cualquier cosa que pretendiera en el ámbito de la defensa militar, debía contar con la aprobación de “los victoriosos”.
Los gobiernos de la posguerra, sin embargo, llevaron el castigo más lejos: Se propusieron olvidar la tragedia. Exactamente como lo decretara el gobernador de Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zavala al término de la Revolución de los Comuneros del Paraguay; cuando molesto por la resistencia, impuso a los paraguayos una condena singular: “el silencio perpetuo” sobre todo lo acontecido.
Como entonces, como en 1870 y hasta ayer, pareciera que todo sigue igual.