Si dependiera de una votación, creo que la rifa solidaria puede entrar fácilmente en el catálogo de las obras de misericordia. Típico que cuando un vecino enferma, un compañero de trabajo pasa una necesidad, alguien en la familia requiere de ayuda material, surge la idea de acercar obsequios y sortear entre los amigos para recaudar fondos. En estos días me ha conmovido cómo los compañeros de trabajo se juegan por ablandar el corazón de los posibles compradores de sus rifas solidarias con verdaderas estrategias de márketing y buen humor. “Pierden el tiempo” para ayudar a uno que está enfermo o para colaborar con instituciones de caridad. Vencer el miedo a la crítica, superar las barreras de desconfianzas propias de este tiempo tan cargado de falsedades, y lograr entregar premios a unos y consuelo a otros, es intermediar para que surja lo humano entre nosotros. Y esto es conmovedor, en el sentido profundo, porque nos mueve y nos despierta el sentido religioso.
Así entiendo mejor por qué es un derecho humano básico la libertad religiosa y por qué las ideologías la atacan con rabia, porque todo hombre puede y necesita expresar su dimensión trascendente a través de muchas vías. La solidaridad, la gratuidad, la empatía, la estética de los gestos, la heroicidad del sacrificio anónimo o reconocido... son expresiones profundamente religiosas, es decir, humanas, es decir, libres, si lo pensamos bien. Y, ojo, no hablo de un credo, hablo del espíritu humano que es capaz de captar el bien, la sacralidad de la vida y jugarse por el bien de otros. Esto trae paz y felicidad, mientras que lo contrario, la negación de este espacio vital para las experiencias altruistas, trae amargura, descontento y violencia.
El problema es que el racionalismo, al dejar afuera las categorías del asombro y de la maravilla, nos intimida y nos adhiere sistemáticamente desde chicos a un esquema cansino que no puede explicar la belleza del contacto humano en el plano trascendente.
Percibir, experimentar que el otro existe y es un bien para nosotros, es una aventura ecológica humana que escapa a los cánones cerrados del racionalismo de la gran aldea y nos conduce por las aguas puras de lo que podríamos comparar con un pantanal exótico y bello de nuestra existencia. Es como salir de las teorías convencionales de la ciencia y atreverse a explorar las conexiones subatómicas del universo, como lo hizo la teoría cuántica.
Quien experimenta una donación de vida, por pequeña que sea, se descubre a sí mismo y también revela significados, al menos si lo toma en serio. ¿Exagerado? Puede ser, si se mira la realidad solo desde el punto de vista que el poder impone a nuestras mentes. La salida de la zona de confort y de la aburrida agenda del pensamiento único y universal puede llegar a vislumbrarse desde la sencillez con estilo paraguayo de la venta entusiasta de una rifa solidaria.