Uno de los temas de los que más se habla en la actualidad es el vinculado a la familia. Incluso en estos días se realiza un encuentro mundial de obispos católicos sobre el punto.
Muchos políticos y autoridades gubernamentales lo utilizan con frecuencia en sus discursos, pero pocos son capaces de luchar por la vigencia de una política de Estado realista y concreta en su defensa, promoción y fortalecimiento.
Algunos hablan de que la familia está en crisis; otros, que se trata de un concepto perimido. Pero lo cierto es que nos falta más honestidad y apertura mental –con el análisis racional correspondiente– al hablar de este núcleo de la sociedad, su importancia radical y la necesidad de fortalecerlo como factor de desarrollo.
Actualmente, también existen posturas ideológicas y clichés instalados en la mentalidad común que impiden reconocer que gran parte de los problemas que hoy experimenta nuestra sociedad están vinculados a la falta de bienestar, estabilidad y madurez de este grupo, que en nuestro país, además del padre, la madre y los hijos, también suele incluir a abuelos, tíos y hasta padrinos. “La familia constituye la gran riqueza social que otras instituciones no pueden sustituir...”, afirmó recientemente el papa Francisco, recordando que es la mejor escuela de amor, el mejor asilo para los ancianos, y una “fábrica de esperanza”.
La ecuación es simple: a familias estables, acogedoras, integradas y saludables, corresponderá ciudadanos con cualidades y virtudes similares. No hay muchas vueltas intelectuales que dar. Un hogar con prácticas de diálogo, solidaridad, respeto y honestidad, en donde se es reconocido y aceptado, sigue siendo la gran posibilidad que tiene la sociedad de contar a futuro con ciudadanos que rechacen la violencia, sean abiertos al reconocimiento y la valoración del semejante.
Por ello, una política real a favor de la familia no solo debe garantizar y facilitar empleo, educación, salud y vivienda digna, sino también la educación emocional y afectiva; porque los padres deben aprender a mirarse con respeto, y a los hijos con dignidad; y los jóvenes, por su parte, entender que el matrimonio y familia son realidades tan positivas como serias, en donde el estar enamorado no basta. Urge entender que proteger la familia, con todos los factores políticos y económicos implicantes, no es una cuestión religiosa o moral; sino más bien de proyección a futuro y simple sobrevivencia.