Por Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman
Video: Ylda R. Miskinich
La base es el papel maché, esa antigua técnica oriental de cartón o papel machacado y humedecido para que sea fácilmente moldeable. Con él se arman las grandes planchas, sobre las que se trazan los dibujos en base a un diseño previo, y se va creando el gran cuadro pictórico. Solo que este caso, en lugar de pinceles y pinturas, se utilizan semillas de productos agrícolas, de los más diversos colores.
“Es una técnica que empezamos a probar para el retablo de la misa del Papa en Ñu Guasu, cuando hicimos los dos grandes cuadros de San Francisco y San Ignacio, todo hecho con semillas, obras que ahora permanecen en la Iglesia de la Encarnación, en Asunción”, explica Macarena Ruiz, hija del pintor ignaciano Koki Ruiz, la principal creadora de las pinturas.
Para esta Semana Santa del 2016 en Tañarandy, Koki dejó que Macarena se inspirara libremente para crear su propia versión de la última cena de Jesús con sus discípulos, variando totalmente la de la clásica pintura de Leonardo Da Vinci, que en Tañarandy se ha representado durante años como cuadro viviente, encarnado por actores campesinos, como en otras puestas vanguardistas, incluyendo una versión de Andy Warhol con luces led en el teatro El Molino de San Ignacio.
Buscando los colores de la naturaleza
Macarena empezó a diseñar su versión de la Última Cena a fines de enero y, a partir de allí, un equipo de artesanos y pintores que forman parten del laborioso equipo de la Fundación La Barraca se encargó de darle forma en los talleres del teatro El Molino, en el centro de San Ignacio, siempre bajo la supervisión del maestro Koki Ruiz.
“Utilizamos principalmente semillas de porotos, de todas las variedades existentes en nuestra región, para lograr la variedad de colores naturales que necesitábamos plasmar en el cuadro”, explica la artista.
Este año hubo mayor dificultad para obtener los productos agrícolas con los cuales armar el retablo, debido a los desastres climáticos causados por el fenómeno de El Niño, que afectaron a las cosechas.
“Casi no hemos conseguido calabazas, sí pudimos conseguir maíz y semillas; pero en un momento nos hizo falta más poroto de color negro y salimos a buscar por toda la ruta 2", cuenta Koki Ruiz.
Fue cuando el pintor y su hija llegaron a una modesta despensa de la ciudad de Coronel Bogado, en Itapúa, donde hallaron varias bolsas de poroto negro y le dijeron a la dueña del local que les iban a comprar todas las semillas que tenía.
La mujer reconoció en seguida a Koki y quiso saber en qué iban a utilizar todo el poroto. Cuando le contaron que era para los cuadros del retablo de Tañarandy, ella se negó tajantemente a cobrarles por las bolsas que necesitaban llevar.
“Fue una situación muy incómoda y dolorosa para nosotros, porque veíamos que era toda su mercadería y le queríamos pagar el importe, pero ella nos contaba que se sentía tan feliz de poder colaborar con el retablo, que nos costaba contradecirle”, afirma Koki. Finalmante, las bolsas de poroto sirvieron para poder terminar los cuadros.
Un “arte vegetal”
El cuadro de la Última Cena que se exhibe como atracción principal en el retablo de La Barraca, en Tañarandy, tiene 9 metros de alto por 10 metros de ancho y tuvo que ser pintado con las semillas en diversas piezas separadas y luego montado en el lugar, sobre una estructura de caños de acero.
“Quise expresar en esta obra la angustia de los discípulos de Jesús al enterarse de todo lo que va a sufrir su maestro y que uno de ellos los va a traicionar”, relata Macarena.
La obra no tiene aún un nombre diferenciado. Koki pensó en llamarlo “La Inquietante Última Cena”, pero Macarena prefiere que siga siendo “La Última Cena”, a secas.
A ambos costados están dos cuadros más pequeños, de cuatro metros de altura por tres de ancho cada uno, de la Virgen Dolorosa de Tañarandy y de San Roque González de Santacruz, el primer santo paraguayo y fundador de la ciudad de San Ignacio.
Macarena y Koki tampoco tienen un nombre para la técnica de hacer arte con semillas con la que están experimentando. Ya se han barajado varias denominaciones, “arte vegetal”, “arte agrícola”, pero ninguna ha tenido aún la resonancia que tuvo otro nombre que le dieron a los cuadros vivientes en años anteriores: “barroco efímero”.
A pesar de que en Tañarandy siempre han trabajado con la fugacidad de la creación artística: obras que se crean, se disfrutan y se guardan en las emociones, pero luego se disuelven, esta vez sienten que la gente les pide que los cuadros duren más tiempo.
“Estamos haciendo experimentos de tratar las semillas con productos y con barniz, para que resistan más tiempo. La idea es trasladar luego los cuadros a una capilla en el Hogar de Ancianos de San Ignacio y ver cuánto tiempo más resisten en el tiempo”, explica Macarena.