En agosto se cumplirán 3 años de cuando el presidente Horacio Cartes dijo que el EPP (Ejército del Pueblo Paraguayo) no le marcaría la agenda. Poco tiempo después ya era motivo de burla a lo largo y ancho del país. El grupo armado le dio vuelta varias veces la hoja.
Esto viene a propósito de las reiteradas metidas de pata –por arrogancia, por imbecilidad, por mala leche, por incapacidad– del titular del Ejecutivo con distintos sectores no afines a sus deseos e intereses empresariales o de poderes fácticos a los que siempre tira un guiño.
Lo que ocurrió ayer con los estudiantes secundarios, que lo sentaron a firmar un decreto en contra de su voluntad, es el último capítulo de una serie de demostración de inutilidad política, de decadencia, de insensatez y de incapacidad para gobernar resolviendo los problemas nacionales.
Hace 2 semanas ocurrió lo mismo con los campesinos y cooperativistas que ocuparon por más de 20 días la plaza de Armas del Congreso. Reclamaban condonación de deuda para los pequeños productores engañados por el Estado y eliminación del IVA para los cooperativistas. Cartes los acusó de haraganes y de ser básicamente escoria social. Se fue de viaje dejando el conflicto en llamas. Finalmente, debió meter rabo entre piernas y firmar un acuerdo con un tendal de compromisos de fondo y forma. Compromisos que inicialmente consideraba imbancables, por su ignorancia y mal asesoramiento.
Hace 1 día los colegiantes obligaron de nuevo a Cartes a firmar un decreto con otra serie de compromisos cumplibles e incumplibles. Aparte de la similitud del trato con los campesinos, este caso fue peor. En días las protestas tumbaron a la ministra predilecta del mandatario, Marta Lafuente, que se fue casi amenazando; y al volver este de un viaje a Buenos Aires a donde prefirió ir al teatro Colón, tuvo que impregnar rúbrica.
La lección es básica. Primero, Cartes no tiene rumbo ni agenda claros. Lo único que plantea su Gobierno es hacer cosas fáciles para los poderes económicos. El resto del país no le interesa. Segundo, los problemas de la gente común se los pasa por la raya. No los atiende. Los desprecia. Y a regañadientes debe firmar decretos o acuerdos porque la realidad le tira al suelo y aplasta su inusitada y mediocre soberbia.
Y tercero, hay que hacer más protestas para que el país mejore. Es el único modo –y está demostrado– en que Cartes firma decretos o escucha los verdaderos asuntos del país.