Por Daisy Cardozo Román / Fotos: Javier Valdez
En este cálido ambiente familiar y tradicional, hay una amplia sala de espera, con las cuatro paredes colmadas de cuadros. Son fotografías, reconocimientos y hasta pósteres de eventos pasados. Están allí intactos para la posteridad, haciendo honor a toda una vida dedicada a la música popular paraguaya.
Él sale al encuentro. Está serio y camina solo, como si conociera cada espacio de su hogar, donde vive desde hace 49 años. Unas gafas oscuras clásicas, al estilo aviador, contrastan con su camisa blanca de ao po’i. Quemil Yambay Rodríguez saluda y se acercan a él sus hijos, Hilda y Chahian.
Hilda lo toma del brazo y lo conduce hasta su sofá, adonde va con predisposición y se acomoda, ansioso por rememorar algunos pormenores de sus 58 años de trayectoria.
- ¿Cómo se inició en el mundo de la música?
- Cuando tenía 17 años, un señor me trajo de Alfonso Tranquera (comunidad de Caraguatay) a Asunción, para dedicarme al fútbol. Me inspeccionó un oculista, el doctor Honorio Campuzano, y me dijo que lastimosamente no iba a poder jugar (por diagnóstico de miopía). Sentí ganas de llorar, porque demasiado quería ser futbolista. Pero también me gustaba el arte, desde niño imitaba a los animales. Entonces pensé en comenzar a probar eso. Le dije a mi mamá: “Aháta atanteami amo Alto Paranápe, upépe ko ojejapo Puente de la Amistad” (iré a intentar allá en Alto Paraná, donde se está haciendo el Puente de la Amistad).
Era agosto de 1959 cuando a Quemil Yambay se sumaron Eulalio Iglesias –autor de la música Vapor Cué– y sus dos pequeños hijos: Francisco, de 10 años, ejecutaba la guitarra; Marcos, de 8 años, era arpista. Los cuatro emprendieron un viaje de varios kilómetros. Fueron de Cordillera hasta Coronel Oviedo, y el resto del camino no había posibilidad de transitarlo en vehículo. Entonces hicieron el trayecto a pie hasta Alto Paraná, durante tres días corridos.
Allí empezaron a trabajar como músicos, tocando en una pensión ubicada cerca de las obras del puente, adonde iban a almorzar muchas personas, puesto que el sitio se había convertido en un atractivo turístico. Se dieron a conocer artísticamente como “Francisco, Marcos y Quemil”. Recibían propinas por cantar.
- ¿En qué momento pasan a llamarse Los Alfonsinos?
- En los primeros años de la década del 60 formaron parte del grupo Gregorio Martínez, Pablo Barrios, Cirilo Ortega y Alfonso González. Pablo me preguntó cómo podíamos llamar al conjunto, a él le gustaba el nombre Los Caminantes, ya que caminábamos mucho. Yo propuse Los Alfonsinos. Me iba hablando de eso con Gregorio y Cirilo, que son de Alfonso Loma, y con Pablo, de Alfonso Central; yo era de Alfonso Tranquera. Por eso quería que fuéramos Los Alfonsinos. Tiramos una caja de fósforos al aire, en un lado tenía una bandera y del otro, fuego, y gané. Después nos pasamos la mano y quedamos así.
- ¿Cómo sigue la historia?
- Después se sumó el arpista Ireneo Rotela. En esa época tuvimos que ir a Ytakyry, donde nos pusimos a trabajar en la chacra de Ireneo, porque era la condición que él puso para irse con nosotros. Entonces trabajé en el arado y la plata que junté se la entregué a mi papá como un regalo. Él era sirio libanés y no hablaba guaraní: "¿Dónde encontraste esto? ¿Asaltaste un banco o qué?”, me reprochó. “No, papá, ni pienso hacer esas cosas. Te voy a mostrar una foto para que me creas”, le dije.
- Si su padre era sirio libanés, ¿cómo se inclinó usted hacia la música paraguaya?
- A mí me salía nomás desde chico. Cuando tuve la idea de ir a trabajar a Asunción, algunos me decían: “Mba’e piko nde eho ejapóta Paraguaýpe” (qué vas a hacer en Asunción), porque en esa época ya eran famosos Vargas Saldívar, Quintana Escalante, Peña González, Mora Villalba. Como Andrés Cuenca Saldívar –un reconocido músico de ese momento– era mi compueblano, me pidió que me quedara con él en la capital. “Lo que vos hacés, nadie lo va hacer otra vez”, me decía.
Quemil Yambay aprendió a ejecutar la guitarra de oído y nunca escribió sus composiciones musicales: las retiene en la memoria y de esa forma las vuelve a reproducir. “Mi base es Emiliano R. Fernández, porque él decía: ‘Añandúva mante a’escribí'" (lo que siento es lo que escribo).
Este hombre se hizo famoso reproduciendo las voces de distintos animales con naturalidad y espontaneidad, sin previa práctica. “Me acuerdo que cuando era niño y vivía en el campo, a veces acompañaba a mi papá a traer las lecheras. Entonces escuchaba el tero tero, el ypaka’a y los imitaba. Él se reía de mí".
- ¿Cuándo perdió la visión?
- En el 84 (a los 43 años), después de una operación que salió mal (por desprendimiento de retina). No entendía qué pasaba, era joven aún. Después, mis hijos me fueron ayudando.
- Nadie las puede contar. Antes había una cartelera donde figuraban los lugares en los que debíamos actuar: un año antes ya teníamos todo programado. Adonde iba siempre había gente esperándome, especialmente los niños, que me querían conocer. Me preguntaban: "¿Cómo hace el burro, el chancho, el perro?”. Yo imitaba esos sonidos y ellos disfrutaban de eso.
- ¿Qué países recorrió?
- No me gustaba mucho la idea de viajar, pero me convencían. Fui a Estados Unidos, a España. Cuando fuimos al Luna Park de Buenos Aires, había largas filas de personas que querían entrar y verme. Lo que sentí en ese momento fue algo indescriptible.
Durante la presidencia del general Alfredo Stroessner –de 1954 a 1989–, Quemil Yambay grabó varios jingles para partidos políticos, tarea que continuó realizando en los gobiernos posteriores a la dictadura. Lo hacía, según aclara, solamente como un trabajo para sostener a su familia. “En esa época gané mucha plata y me sirvió para construir mi casa”, afirma.
- ¿Tuvo problemas por haber hecho ese tipo de trabajo?
- No, nunca, porque el pueblo me quiere, me aprecia demasiado. El cariño de la gente es más grande.
Desde que se dedicaba al cultivo con su padre, Quemil se acostumbró a madrugar. Hace ya 22 años que conduce un programa radial de 4.00 a 6.00, con su hijo Chahian. Es por eso que todos los días está en pie desde las 3.00, hora en que se levanta para tomar el mate. Yambay goza de muy buena salud en general, solo está medicado por problemas de presión arterial.
- ¿Quién es la persona que lo cuida?
- Mi señora está todos los días conmigo. Cuida que tome a tiempo los remedios, en el desayuno, al mediodía y con la merienda. Siempre estoy bien atendido.
- ¿Una anécdota en especial que recuerde?
- Siempre recuerdo cómo nació el tema Lorito óga. Me contó mi acordeonista, Martínez, que un excompañero de actuaciones estaba con una viuda y que ella le decía: “Ejerehána la músicagui ha eju jaha che ndive, hetaiterei jareko la plata jaiko hagua” (dejá la música y vení conmigo, tenemos mucho dinero para vivir). Ese muchacho ya no podía salir a ninguna parte sin su señora, entonces nos fuimos junto a él. En su casa tenía un velador con forma de lorito que, cuando se encendía, hacía el sonido de ese pájaro. Entonces, el acordeonista me dijo: “Kóva la lorito óga ra’e” (este es el loro de casa, había sido).
- ¿Qué recomienda a los músicos de esta generación?
- Tenemos que apreciar lo nuestro. Hay también jóvenes a los que les gusta la música paraguaya. Se trata de amarla, sea cual sea el estilo que uno adopte.
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El 28 de octubre, en el Estadio Municipal Bicentenario de la ciudad de Ypacaraí, a partir de las 20:00, cerrará un ciclo con la música, tras 58 años de carrera. Más informes al (021) 415 7500.
Cuando Quemil era adolescente, soñaba con ser futbolista. Su jugador favorito fue el famoso arquero Reimundo Aguilera y siempre fue seguidor del Club Guaraní.