12 may. 2024

Daltonismo: Cuando azul y rojo son la misma cosa

Por Luis Bareiro

Luis Bareiro

Pregunté a los cibernautas locales que practican el debate virtual en qué pueden diferenciarse las decisiones que toma un gobierno colorado de uno liberal con respecto a cuestiones prácticas como subir o bajar impuestos y de acuerdo con su doctrina. Y, como era de esperarse, nadie supo responder.

Y es que, finalmente, la gente va entendiendo que ambos partidos son uno el calco del otro y que no hay mayores diferencias en cuanto a las expectativas que cualquier administración, azul o colorada, pueda generar, salvo por las particularidades de cada candidato.

Puede que esta sea una obviedad, pero necesito mencionarla antes de apuntar lo que me parece un problema serio a la hora de revisar nuestro menú electoral de cara a cualquier elección.

Para explicarme mejor, les pido que pensemos en las elecciones estadounidenses. En ese país todos saben que, básicamente, los republicanos tenderán siempre a recortar impuestos y reducir en lo posible la participación del Estado en las actividades económicas; que son menos proclives al gasto social, grandes defensores del libre comercio y furiosamente conservadores en cuestiones de moral religiosa.

Por el contrario, saben que los demócratas siempre considerarán válido cargar más impuestos a quienes ganen más, ampliar la cobertura del Estado en áreas como salud y educación, y que, la mayoría de las veces, adoptarán actitudes más liberales en cuestiones polémicas como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Ese perfil permite que la mayoría de los electores voten a uno o a otro según se encuadren en el grupo de conservadores o progresistas, aunque esta calificación puede variar de acuerdo con el tema de mayor debate del momento; por decir, con relación a si se debe autorizar o no que la industria farmacéutica experimente con embriones humanos.

Casi siempre esa clasificación de conservador o progresista, aunque es muy general, permite a los electores encontrar un menú que les resulte más apetecible o menos repulsivo. Finalmente, son los indecisos quienes terminan por volcar el resultado a favor de uno u otro.

¿Qué pasaría si de pronto los dos grandes partidos se volvieran iguales, conservadores o progresistas? ¿Qué pasaría si uno y otro propusieran lo mismo en todas las áreas? Es muy probable que un sector de la población no se vea representado y busque nuevas ofertas políticas. Así funciona una democracia.

En Paraguay, el bipartidismo no contempla esa salida. No hay diferencias ideológicas ni de prácticas de gobierno entre colorados y liberales. Las únicas diferencias son cromáticas.

Y como el modelo electoral se basa en el clientelismo político impide que surjan nuevos partidos que supongan opciones distintas, salvo alguna que otra aventura empresarial de gente con suficiente plata como para pagarse la intentona.

La descomposición que viven hoy los partidos debería ser una oportunidad para la creación de nuevas organizaciones que respondan efectivamente a visiones distintas de cómo debemos gobernarnos, y no que sean simples aparatos electorales que sirven para ganar el poder y repartir el botín público.

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