La liturgia de estos días nos acerca ya al misterio fundamental de nuestra fe: La Resurrección del Señor. Si todo el año litúrgico se centra en la Pascua, este tiempo “aún exige de nosotros una mayor devoción, dada su proximidad a los sublimes misterios de la misericordia divina”.
Hagamos el propósito de estar más cerca de la Virgen estos días que preceden a la Pasión de su Hijo, y pidámosle que nos enseñe a contemplarle en esos momentos en los que tanto sufrió por nosotros.
El papa Francisco a propósito del evangelio de hoy dijo: “El error fue pensar que todo se resolvía con observar los mandamientos, pero estos no son una ley fría, porque nacen de una relación de amor y son ‘indicaciones’ que nos ayudan a no equivocarnos en nuestro camino para encontrar a Jesús. Así, los fariseos cierran el corazón y la mente a cualquier novedad, no entienden el camino de la esperanza.
Es el drama del corazón cerrado, el drama de la mente cerrada y cuando el corazón está cerrado, este corazón cierra la mente, y cuando corazón y mente están cerrados, no hay sitio para Dios, sino solamente para lo que nosotros creemos que se debe hacer.
Sin embargo, los mandamientos llevan una promesa y los profetas despiertan esta promesa. Los que tienen corazón y mente cerrados no consiguen acoger el mensaje de novedad llevado por Jesús, que es el que había sido prometido por la fidelidad de Dios y de los profetas. Pero ellos no entienden.
Y de este modo es un pensamiento cerrado, que no está abierto al diálogo, a la posibilidad de que haya otra cosa, a la posibilidad que Dios nos hable, nos diga cómo es su camino, cómo ha hecho con los profetas.
Esta gente no había escuchado a los profetas y no escuchaba a Jesús. Es algo más que una simple terquedad. No, es más: Es la idolatría del propio pensamiento. ‘Yo pienso así, esto debe ser así y nada más’.
(Del libro Hablar con Dios y http://es.catholic.net/op/articulos/14452/enviado14452.html)