Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo,es
Cada vez que nos impelen a meditar sobre la universidad, emerge la idea de sistematizar el pensar en su contexto. Pues sin el pensar se carece de la capacidad de reflexión, de racionamiento lógico y analítico. Y en general, no se conoce el ser, el existente en general, en su esencia y en su situación. Es decir, no tenemos un saber cierto acerca de la realidad en la que vivimos y menos los conocimientos necesarios para enfrentar este presente y el futuro. Fuera del pensamiento, de su historia, solo hay ente, cosidad, no el ser. Es decir, la autoconciencia que se conoce a sí mismo y plantea teorías acerca del universo y del mundo de la vida. En la explanada del tiempo, el ser-para-sí construye su porvenir, participa de los procesos en los que la Humanidad trabajosamente avanza.
Para qué la universidad
La universidad debería enseñarnos a pensar. Y a crear y producir conocimientos. Si por pura excepción nos entregamos a la aventura del pensar y de la investigación científica, eso descalifica como sistema a la Educación Superior. Y justifica la pertinencia de su cuestionamiento. No obstante, es función de la universidad enseñar a pensar. Y a instituir, como sistema, la investigación científica. Mediante el pensar se pregunta por la verdad del ser, su problemática y el sentido de la vida. Las teorías científicas formulan conjeturas e hipótesis verificables. Por tanto, también provisionalmente de validez universal. Ello, porque tanto el pensamiento filosófico como el pensamiento científico son, y deben ser, refutables. He ahí el papel del pensamiento crítico, de la racionalidad dialéctica y de las metodologías inductivas y deductivas.
¿Tiene importancia insistir acerca de la necesidad de pensar por cuenta propia y de producir en nuestro ámbito el conocimiento científico? Sí, ya desde antes, para que la oquedad de la abstracción, del discurso conceptual y de la racionalidad analítica no evidencie una escritura puramente descriptiva. Pero ahora, sobre todo, para que la reforma y la refundación de la universidad no marginen de nuevo las tareas de pensar y de investigar. Desafíos hasta hoy efectivamente no asumidos.
La práctica científica y técnica opera sobre una base teórica. Y no hay conocimiento sin el dominio previo de las formas simbólicas del lenguaje, incluyendo las matemáticas.
Toda la educación superior debe enseñar a pensar. Y atoda carrera científica tiene que producir el conocimiento científico y técnico. Aprendiendo a pensar, se tendrá una capacidad reflexiva, lógica y crítica, traducida en obras. Y se estará en condiciones de renovar el pensamiento, la imaginación y el saber sobre la vida, la sociedad y el mundo. En tanto el conocimiento científico habilitará para investigar, descubrir y producir nuevas teorías y prácticas que rectifiquen las verdades y aumenten el conjunto de proposiciones falsables, el dominio y la capacidad de intervención de la inteligencia humana sobre las cosas y el universo.
Estas son las funciones de la universidad, no solamente conservar y trasmitir los conocimientos adquiridos. Conocimientos que en su mayoría ya llegan desfasados a nuestras aulas.
Relaciones con el exterior
¿Es posible responder en el Paraguay a estas exigencias académicas que acaso ni Harvard cumple satisfactoriamente y sí caracterizan a Heidelberg o al Colegio de Francia? El ranking de universidades corresponde a intereses anglosajones, cuando no a la razón instrumental, como señalaban Horkheimen y Adorno. También Bourdieu.
El problema no pasa por la complejidad de la ciencia ni del pensamiento. Más bien porque los actores de la reforma calificarán el planteamiento de utópico o de falta de realismo. Argumentarán que carecemos de recursos, en equipos y en los calificados cuadros de docentes. En Latinoamérica, pese a esta generalizada carencia, se está optando por la estrategia de alianzas con las grandes universidades europeas y norteamericanas. En especial, se quiere romper con la casi unilateral presencia en los Estados Unidos de las principales figuras europeas de las ciencias humanas y de las ciencias básicas y aplicadas.
Hay una tradición histórica que debe llevarse a la universidad. Nuestros países son tributarios de la cultura europea. Y hoy tardíamente y todavía con reticencia nuestras miradas se proyectan a una visión holística, para así ir superando la focalización unilateral.
Además, y en la medida que nos familiarizamos con los métodos del racionalismo crítico, el modelo casuístico nos parece pobre y primario frente al de la abstracción conceptualizante o al de la teoría crítica. Ese modelo no contribuye al pensamiento lógico y a la reflexibilidad científica y práctica.
Las normas y metodologías necesarias
El problema nuestro es normativo y metodológico. La reforma tiene que garantizar principios, establecer reglas generales y estándares de calidad básicos. Por ejemplo, las universidades públicas deben ser laicas, cumplir rigurosamente los criterios de equidad y ser la vanguardia como modelo de educación superior. Por lo tanto, metodológicamente tienen que enseñar a pensar, institucionalizar y sistematizar la investigación, y ser fábricas del conocimiento científico y de la producción teórica.
Y, paralelamente, sus facultades deben convertirse en ejemplo de libertad académica, de autonomía política y de meritocracia en la carrera docente, calificada por periódicas publicaciones y evaluaciones.
Pero ni la libertad académica ni la autonomía han de servir para que el catedrático, el estudiante o el egresado se evadan de la realidad y del compromiso que tienen para construir una sociedad más próspera, justa y libre. A la continuidad de esta alienante elusión sucederá, porque ya no podemos seguir con la postergación del pensar y del teorizar, la acción compartida de intelectuales que quieren instituir en el país, mediante un trabajo interdisciplinario y transdisciplinario, la filosofía, las ciencias sociales y el conocimiento científico. A espaldas de estos saberes, solo profundizaremos el atraso y las desigualdades.