12 jul. 2025

Trasnoche zurda con los agoreros del mal

Escuchar a Santiago Peña hablar de la amenaza de los “agoreros del mal” (en su rendición de cuentas a Horacio Cartes) y de la amenaza de la “izquierda trasnochada antidemocrática” (en su informe de gestión ante el Congreso), me remitió a la obra El Crisol, más conocida como Las brujas de Salem, del gran escritor dramaturgo norteamericano Arthur Miller.

Me recordó los delirios persecutorios y acusaciones sinsentido de Abigail Williams y su grupo de jóvenes amigas, quienes utilizaron este recurso como defensa, tras ser halladas bailando desnudas en el bosque, y así evitar ser juzgadas por la moral religiosa de Salem.

¿Será que Peña se siente “desnudo” con su mansión y misteriosa fortuna, o ante la “desnudez” de un país colapsado en sus sistemas de salud pública, de transporte, de seguridad, etc., etc., se ve obligado a crear fantasmas y señalar al techo, con muecas, como las de Winona Ryder, cuando interpretó, en 1996, a Abigail Williams, en la película basada en el libro.

Aquella pieza literaria se inspiró en los juicios de Salem, Massachusetts, en 1692 y 1693, donde personas fueron acusadas de brujería para ser juzgadas y ejecutadas y también fue la gran metáfora de Miller para denunciar la brutal persecución política y la histeria colectiva que caracterizó al macartismo de los años 50 en EEUU.

Para los que no recuerdan o desconocen dicha época, pueden googlear o consultar alguna IA, y todas coincidirán en que fue una caza política de brujas, liderada por el entonces senador del estado de Wisconsin Joseph McCarthy.

El macartismo se caracterizó por su intensa persecución política y sus acusaciones infundadas de comunismo y traición a miembros de la sociedad norteamericana y hasta del Gobierno, como el caso de Robert Oppenheimer, el creador de la bomba atómica, hecho que se ve en la película de Cristopher Nolan.

Las persecuciones a supuestos agentes del comunismo en EEUU se dieron en el marco de la Guerra Fría entre este país y la entonces Unión Soviética, y Paraguay también formó parte de esta puja política ideológica y “caza de brujas”, con el incipiente gobierno de Alfredo Stroessner, que llegó al poder en 1954.

El hallazgo del Archivo del Terror, en Asunción, en 1992, arrojó luz documental sobre esta cacería, que años después se volvió trasnacional con el Operativo Cóndor.

Estas pruebas aportaron para la condena de varios represores alrededor del mundo vinculados a este plan, y también fueron una fuente de gran valor para acompañar los testimonios de las víctimas de la dictadura stronista, recogidos por la Comisión de Verdad y Justicia de Paraguay.

Volviendo a Peña y a su paranoia salemesca, millerniana o macartista, la misma tendría un poco de sentido si la coyuntura política actual del país mostrara una puja medianamente igualitaria entre las fuerzas del oficialismo y la oposición.

Menos sentido tiene si hace referencia a la izquierda en Paraguay, casi extinta como fuerza política por el desbande en el Frente Guasu y por su eterna tendencia a atomizarse.

El mandatario se arropa con un traje de superhéroe político en la lucha “del bien contra el mal”, como se lo escuchó en el Foro Madrid en Asunción, donde afirmó que en el país y el mundo “ya no hay lugar para tibios”, poniendo en el paredón “del mal” a las ideas que no se ajustan a su credo conservador.

Salvo el propio cartismo y sus ansias de poder y recursos, nada hace sombra a Santiago Peña, con mayoría en ambas cámaras del Congreso y pleitesía de entes como la Contraloría, la Fiscalía y la Corte Suprema, aunque ponga a los medios o poderes fácticos, o lo que sea, como sus “amenazas”. El descrédito que gana en la ciudadanía es fruto de su propia inoperancia y su intento de ser “paladín de la democracia”, con un patrón stronista, lo hace caer en el ridículo.

Más contenido de esta sección
Laura Ruiz Díaz – laura.ruizdiaz.txt@gmail.com