15 ene. 2025

Te felicito, y qué bien actúas

Es época de cierre de año y hay dos versiones de cómo podemos encararlo. Una es la de la gente agradecida y lo suficientemente madura como para alegrarse no solo de sus logros, sino también de los de los demás. Decir gracias a la vida y a los demás es romper el tabú de la autonomía absoluta, porque implica que hay “otros” a quienes agradecer. Es un reconocimiento de que necesitamos de los demás para desarrollarnos y que somos capaces de admitirlo. Claro que ese gracias puede sonar a concesión desde una altura moral superior, pero, aún con el peligro de la hipocresía, es mejor decir gracias que no decirlo, en nombre de una supuesta autenticidad posmoderna y triste.

Hay estudios en universidades prestigiosas que asocian el saber ser agradecidos a la felicidad y la estabilidad en el carácter de la gente más exitosa. Bueno, eso si tomamos también con pinza el concepto de éxito, porque algunos toman la nota en el colegio como único referente, o el ganar más dinero que el año pasado, cosas externas que sirven hasta cierto punto, pero que no llegan a dar el salto cualitativo al desarrollo personal integral, en todas las dimensiones de los agradecidos del mundo.

Sí, hasta hace bien físicamente, agradecer libera oxitocina, activa el sistema de recompensa cerebral que se encuentra en el núcleo accumbens, sistema que es responsable de las sensaciones de bienestar en el cuerpo. Además, agradecer también libera serotonina y dopamina que son neurotransmisores que nos hacen sentir bien y mejoran el estado de ánimo, es decir, agradecer a la vida y por la vida desarrolla las dimensiones afectivas y cognitivas de la persona. Agradecer muestra también un estado espiritual sano y abierto a la realidad.

El optimismo y equilibrio emocional del agradecido le permiten también saber alegrarse con los éxitos o mejoras ajenos. La projimidad, la famosa empatía y el despertar de sentimientos de ternura y complacencia por el bienestar de los otros seres humanos es signo de evolución, honorabilidad y civilización. El agradecido felicita de corazón porque está abierto a la posibilidad de bien para todos.

Por el contrario, el egoísta pro autonomía moral no sabe felicitar porque no le sale estar feliz, no le sale la gratuidad, no le sale la magnanimidad. Es mezquino y sabemos que también es cruel. No pierde la oportunidad para “bajar la caña”, aunque sufra por dentro como condenado por su falta de amor. Pero, el problema es que a veces usa disfraces para ocultar su infelicidad. Se nutre de los sentimientos reales de alrededor y los usa como clichés que le den cierta entrada social. No faltan los verdaderos sicópatas socialmente adaptados que se camuflan perfectamente, a pesar de su tremendo desprecio hacia los demás en su egolatría.

“Te felicito, qué bien actúas” decía con ironía la canción de Shakira, y quizás le pega bien a los depredadores sociales que se disfrazan de buenistas, sobre todo pienso ahora en esos personajes que se autoasignan aumentos sustanciosos con la plata de todos, sin miramientos, y luego “se preocupan” por las arcas del estado cuando quieren pasar de 3 a 10 años el prorrateo de la jubilación de los otros. Te felicito, qué bien actúas también para esas mujeres que están presionando en política para entrar por la puerta del aichejáranga o de cupos privilegiados pegadas a ideologías de moda, todo menos el mérito propio.

Pero si le agrego la “y” antes del “qué bien actúas” es para hablar de esos seres humanos que encaran de otra forma la vida, lo hago para definirme educativa y culturalmente hacia la promoción y normalización social de hábitos buenos, las famosas virtudes de la cultura comunitaria. Actúa, es decir acciona bien quien agradece y felicita. Ese es un camino de vida comunitario que todavía podemos rescatar en Paraguay, es el justo medio entre el individualismo extremo y los nuevos colectivismos cancelatorios y de doble vara de la autoconmiseración para sí y la crueldad para los demás. Cuidado, distinguir y discernir es crucial en estos días de tanta manipulación de lenguaje y del pensamiento. Tuicha la diferencia.

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