18 abr. 2024

Tañarandy: 23 años de la Semana Santa más artística

En 1992, un experimento del pintor Koki Ruiz buscó rescatar la Semana Santa Yma Guare como obra artística colectiva. Desde entonces, Tañarandy se convirtió en la más multitudinaria y espectacular celebración anual del Viernes Santo en Paraguay. Esta es la historia de cómo empezó.

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La procesión de la Virgen de los Dolores, en medio de la multitud. | Foto: René González

Por Andrés Colmán Gutiérrez | @andrescolman

La asistencia a un velorio, en una humilde vivienda de la compañía Tañarandy, cercana a la ciudad de San Ignacio, Misiones, le dio la idea al pintor y escultor Delfín Roque Ruiz Pérez, más conocido por su nombre artístico Koki Ruiz, para ensayar un experimento cultural colectivo con la gente del lugar.

Era otoño de 1992, a pocos días de la celebración de la Semana Santa. Tras varios años de ausencia, ya residiendo en Asunción, Koki había regresado a La Barraca, la antigua granja rural de su familia en Tañarandy, para realizar un portal con una serie de esculturas en la entrada a la ciudad de San Ignacio, a pedido de la Municipalidad local.

Fue entonces cuando empezó a recorrer de nuevo las calles de la bucólica aldea campesina de Tañarandy, que tanto había conocido siendo niño, y le conmovió ver que el mismo paisaje de su infancia se había quedado detenido en el tiempo, con sus calles de tierra, sus ranchos humildes, su horizonte verde.

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El pintor Koki Ruiz, iniciador y principal impulsor de la Semana Santa artística en Tañarandy. | Foto: René González.

El fallecimiento de un conocido vecino lo llevó a ir a dar su pésame a la familia, y allí encontró la inspiración para su búsqueda artística.

“Me fascinó todo el ritual de los velorios, las mujeres vestidas de negro, el luto cerrado y algunas cuestiones simbólicas, como por ejemplo mantener la silla vacía del difunto en la mesa del comedor durante el almuerzo. Supe que había una veta cultural muy rica para trabajar en lo artístico y que había que hacer algo bueno con toda la gente de Tañarandy”, relata.

A Koki le había impresionado mucho la obra del fotógrafo norteamericano Spencer Tunick, quien recorría varias ciudades del mundo convocando a la gente a posar desnuda en su famosa serie de imágenes de desnudos colectivos. La gran participación que lograba le resultaba asombrosa.

“Yo quería hacer algo parecido, pero no quería solamente ‘contratar’ personas para posar en una obra mientras otros observaban, sino que todos fueran partícipes de la misma creación de la obra, que los espectadores sean parte misma del espectáculo”, destaca.

Fue al ver a esas mujeres vestidas de negro y a los hombres de blanco, que se le ocurrió componer una obra en torno a la celebración de la Semana Santa.

Rescatando las antorchas y los candiles de apepu

Koki Ruiz recordó que los habitantes de Tañarandy mantenían prácticas rituales que en su niñez siempre le parecieron mágicas, con antorchas encendidas y luminarias hechas con cascaras de apepu y grasa animal, con procesiones y el canto de los estacioneros. Cuando se enteró que esas prácticas se habían ido perdiendo, pensó en preparar una celebración pequeña que permitiera rescatarlas.

“Mientras trabajaba en la construcción del portal, tuve tiempo de visitar con más frecuencia a los vecinos de Tañarandy. En esos días se había emitido por televisión un reportaje sobre una exposición que realicé en Punta del Este, Uruguay. Las personas me reconocían, se acercaban y me decían ‘Te vi anoche en la tele’. Sucedió algo curioso. Los habitantes se hicieron la idea de que yo era un artista que tallaba o pintaba santos. Me invitaban a visitar sus casas para mostrarme sus propios santos y capillas hogareñas. Así descubrí algo precioso: la gente de Tañarandy seguía conservando una religiosidad popular muy profunda”, recuerda.

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El candil hecho con cáscara de apepu se convirtió en el mejor símbolo de la Semana Santa en Tañarandy. | Foto: Andrés Colmán.

La primera procesión, aquella Semana Santa de 1992, fue apenas un ensayo pequeño en el patio de La Barraca. La granja de la familia Ruiz Pérez está ubicada en medio de un huerto de denso follaje, en un entorno agreste. A la entrada hay una gran zanja y una elevación causada por la remoción de tierra para construir el terraplén del camino, un anfiteatro natural que Koki utilizó para ambientar una réplica del Monte del Calvario.

“La primera celebración la hicimos solo en el patio de La Barraca. Invité a unos pocos vecinos de Tañarandy, que me ayudaron a hacer las luminarias y las antorchas. Aunque ya no se hacían los candiles de apepu, varios adultos mayores recordaban la técnica y nos la enseñaron. Lo mismo pasó con las antorchas de takuara. Todo estaba muy vivo en la memoria. Entre los que asistieron estaban don Taní (José Estanislao Coronel, ex combatiente del Chaco, poblador pionero ya fallecido) y sus hijos. Me interesaba que estuvieran sobre todo las hijas, que siempre vestían de negro. Para contrastar le pedí a los varones que vistieran camisas blancas. Para mí eran personajes reales de una obra artística, parte de una escenografía fantástica. La procesión que hicimos fue de apenas unos cien metros. Resultó algo muy lindo, pero entonces no pensamos en que eso tendría continuidad. A los pocos días regresé a Asunción”, recuerda el artista.

La continuidad de un fenómeno cultural

Aquella primera experiencia, muy reducida, dejó sembrada la semilla. Lo que había sucedido en aquella primera Semana Santa de 1992 ya estaba corriendo de boca en boca entre la gente del pueblo. Y todos pedían lo mismo: Que se repita al año siguiente.

En la Semana Santa de 1993, la segunda procesión con luminarias y antorchas se realizó nuevamente en el patio de La Barraca, pero esta vez el camino recorrido como la cantidad de personas que participaron fue mucho mayor.

Varios habitantes de Tañarandy se habían acercado a Koki semanas antes, diciéndole que querían participar en la organización, aportando ideas nuevas y agregando elementos de la tradición que en principio no estaban contemplados.

Al final de esa segunda celebración, todavía “casera”, el compromiso entre el pintor y los habitantes había quedado pactado: la siguiente procesión de Semana Santa debía hacerse a lo largo de la calle principal del pueblo, para que todos los habitantes y visitantes invitados pudieran participar.

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Detalle del Altar del Maíz, que será la atracción principal este año. | Foto: Joel Oviedo.

En abril de 1994, la tercera procesión se inició en La Barraca y llegó hasta el primer cruce de Tañarandy, recorriendo aproximadamente setecientos metros entre unas mil luminarias de apepu y una hilera de antorchas de takuara iluminando el camino.

“Para ese tercer año, toda la gente estaba emocionada, entusiasmada. Me encontraba con personas de la comunidad que me decían: ‘Este año va a venir mi hija a participar desde Buenos Aires’. La gente se fue apropiando de la propuesta, colaborando activamente, aportando ideas. Yo vivía en Asunción, pero viajaba unos quince días antes de Semana Santa para organizar todo junto a la comunidad”, cuenta Koki.

La organización fue creciendo. Se formaron grupos para confeccionar las luminarias, los candiles y las antorchas. Otros se encargaban de reparar los caminos, de armar los escenarios, de pintar y engalanar los frentes de las casas por donde iba a pasar la procesión. Tañarandy se había apropiado de la propuesta.

Yvaga rape: Caminar en medio de estrellas

Cuando el Sol empieza a caer detrás del verde horizonte, se encienden las fogatas y se inicia el momento mágico.

Más de quince mil luminarias, hechas con cáscara de apepu bordean los tres kilómetros del sendero de tierra de la calle principal, convirtiendo al Yvaga rape (camino al Cielo) en una especie de alfombra llameante, sobre la cual transitan las personas con la sensación de andar en medio de estrellas.

Acompañando a la procesión de la Virgen de los Dolores, la multitud avanza lentamente, candiles de colores en las manos, flotando en el quejumbroso canto de los estacioneros, noche adentro, país adentro, al encuentro de las raíces de una identidad más antigua que la memoria.

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El altar del maíz, que presidirá las celebraciones de Tañarandy 2015. | Foto: Joel Oviedo

Así es la celebración del Viernes Santo en el pequeño poblado campesino de Tañarandy, en las afueras de la ciudad de San Ignacio Guasu, Misiones, a unos 226 kilómetros de Asunción.

La celebración de la Semana Santa Yma Guaré -parte de una expresión artística comunitaria conocida como “barroco efímero"- se encuentra en su momento de apogeo.

Ya es noche cerrada cuando la procesión se acerca al gran anfiteatro natural de la Fundación La Barraca, a la entrada del pueblo, donde el espectáculo central tendrá su momento culminante con un gran montaje que cada año sorprende por su variedad.

Suenan en vivo las arpas barrocas. Voces líricas entonan canciones de época. Se encienden luces y reflectores para configurar escenas oníricas en rústicos escenarios. Tecnología digital multimedia combinada con la creatividad más artesanal. Todo contribuye a la creación de un clima sensorial que durante pocos minutos envuelve al público en un estado de éxtasis que resulta difícil de describir y de narrar.

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El Yvaga rape, o camino al cielo, la procesión entre candiles de apepu que se repite cada Viernes Santo. | Foto Andrés Colmán.

El Viernes Santo convoca a una muchedumbre, estimada entre 15.000 y 20.000 personas, que desborda los espacios geográficos de Tañarandy, buscando apropiarse de sus secretos, de sus encantos y sus misterios.

Promocionada por los catálogos turísticos como “la mayor y más espectacular celebración de la Semana Santa en el Paraguay”, la “celebración de las luces” es, sin embargo, mucho más que una multitudinaria procesión religiosa, un gran espectáculo cultural o un exitoso evento turístico.

Es la conmovedora historia de una comunidad que, alentada por el artista Koki Ruiz, supo descubrir en su propia memoria, en su tradición cultural y religiosa más antigua, y en el arte incorporado como forma de expresión y organización social, la esencia vital que le ayudaría a dejar atrás todos los años de soledad para conectarse y proyectarse al mundo sin traicionar ni modificar su propia identidad.

Los tañarandygua: Herejes y demonios irreductibles

Hace más de cuatrocientos años, cuando los misioneros de la Compañía de Jesús iniciaron la fundación de sus legendarias Reducciones Jesuíticas en la región Sur del Paraguay, hubo pueblos de indios que se resistieron a ser “reducidos” e incorporados al proyecto misionero.

Uno de ellos se encontraba muy cerca de la Misión de San Ignacio Guasu, fundada el 29 de diciembre de 1609. Su feroz resistencia a la cruzada evangelizadora y su actitud rebelde e insumisa le valieron a sus habitantes el rótulo de “demonios” (aña, en guaraní) y herejes.

Es el mismo pueblo conocido hasta nuestros días con el nombre de Tañarandy.

Investigando acerca del origen de la denominación, Koki Ruiz encontró una carta del misionero jesuita Roque González de Santacruz -canonizado como el primer Santo paraguayo- en el que menciona que “a solo media legua” (dos kilómetros y medio) de donde se encontraba la Misión de San Ignacio Guasu, estaban aquellos que no querían formar parte de las Reducciones, viviendo “en estado salvaje”.

Desde hace más de una década, un colorido cartel explica a los visitantes: “Tañarandy (tierra de los herejes o demonios). En la actualidad, el revisionismo histórico le otorga el significado equivalente de: tierra de los irreductibles”.

Esta marginación casi voluntaria de la aldea se mantuvo con el tiempo.

Hasta principios de 1990, Tañarandy era una compañía rural en los suburbios de la ciudad de San Ignacio, habitada por campesinos considerados humildes e incultos, aquellos que en la visión cultural campesina guaraní del Paraguay son considerados como campaña gua o koyguá (habitantes del campo, poco instruidos), y hacia quienes existía tradicionalmente cierto sentimiento de desvalorización, marginación o desprecio, por parte de los ciudá gua (habitantes de la ciudad).

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Recreación de La Última Cena de Da Vinci, el cuadro más aclamado cada año en Tañarandy. | Foto: René González.

“Cuando era niño (entre 1950 y 1960), la gente de la ciudad siempre se refería a los pobladores de Tañarandy con prejuicios, con un tono burlón, considerándolos los koyguá, los campaña gua. Tañarandygua era una especie de insulto, de burla”, recuerda Ruiz.

La granja de los abuelos de Koki -convertida en centro y espacio de creación de toda su actividad cultural y donde actualmente vive con su familia- se encuentra en la entrada a Tañarandy.

El artista recuerda que en el seno de su propia familia, prácticamente tan tañarandyguá como sus vecinos, se manejaban los mismos prejuicios discriminadores: “Una de nuestras hermanas nació aquí, en la estancia de mis abuelos, porque se adelantó el parto y no hubo tiempo de ir al hospital. Nosotros, los que habíamos nacido en la ciudad nos burlábamos diciéndole que era de Tañarandy. Ella lloraba porque no quería ser una koyguá, no quería ser de la campaña”.

Los propios habitantes de Tañarandy aceptaban esa situación y se resignaban a ser los habitantes de una aldea olvidada en los alrededores de San Ignacio. Hasta que un día cualquiera de 1992, aquel mita’i akahatá, hijo de los Ruiz Pérez y antiguo vecino del pueblo, entonces ya convertido en un joven artista plástico que, contradictoriamente, buscaba sus raíces mientras soñaba emigrar a Estados Unidos o Europa, regresó a su Misiones natal para desencadenar un proceso que se transformaría en una de las más revolucionarias experiencias que el arte ha provocado hasta ahora en un pueblo del Paraguay.

Lo que se verá en esta 23ª edición

La edición número 23 de la Semana Santa en Tañarandy tendrá sensibles innovaciones.

Desde este año, los famosos “cuadros vivientes”, que recrean a pinturas del arte universal con actores campesinos, ya no se verán en el acto final de la Barraca, sino que se trasladarán exclusivamente al Teatro El Molino, en el centro de la ciudad de San Ignacio, donde se podrán apreciar con una técnica de “teatro negro”, pero con el cobro de una entrada de G. 50.000 por persona, que servirá para sostener el hogar de ancianos San Vicente de Paul.

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El Descenso de la Cruz, de Caravaggio, recreado por actores campesinos. Ahora se hará en el teatro El Molino. | Foto: Andrés Colmán.

En contrapartida, el espectáculo final de la procesión será diferente, con una versión mucho más grande e imponente del Altar del Maíz -que ya se conoció en una versión más pequeña el año pasado- y con un acto artístico que recreará principalmente elementos del arte y las visiones religiosas de los pueblos originarios del Paraguay y de América, desde antes de la llegada de los europeos.

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