Ganan más de 30 millones de guaraníes. Reciben 5 millones de guaraníes al mes para cargar combustible en sus lujosos autos. Reciben comida –gratis– por ir a trabajar una vez a la semana. Tienen inmunidad, tienen poder, son un poder. Son parlamentarios, son el Congreso Nacional, son quienes nos representan.
El jueves pasado, un grupo de esos senadores abandonaron la sesión para evitar que se trate un tema.
Nuestros honorables representantes boicotearon el tratamiento de un proyecto de ley sobre el impuesto a la soja. Y como no les dio la gana de hacer su trabajo, se retiraron de la sala de sesiones dejando sin cuórum la reunión. Como tituló Última Hora: “Tributo a soja hizo correr a los senadores”.
Ñoquis. En la Argentina se denomina ñoquis a esos funcionarios que solo asisten a sus lugares de trabajo para cobrar. Se les llama exactamente como el menú que se come cada 29 del mes.
A nivel local hablamos usualmente de planilleros, quienes según la RAE, son las personas encargadas de elaborar planillas. Aunque todos sabemos que no hacen ni siquiera eso: son en realidad funcionarios que cuentan con respaldo político para figurar en planilla, pero sin realizar ninguna actividad laboral. El planillero no necesita un título universitario, no requiere calificación especial ni talento, solo debe contar con un padrino y ya está.
En otras palabras, el pueblo con sus impuestos paga salarios a personas que no trabajan. Eso sí, viven muy bien mantenidos por los contribuyentes.
Soja. Los senadores huyeron de la soja.
A nuestros representantes no les preocupa la injusticia tributaria que reina en el Paraguay.
Injusticia por la cual nosotros los asalariados, los empleaditos, seguiremos pagando más impuestos que Favero, el de las miles hectáreas de soja.
Los senadores que abandonaron la sesión del congreso tienen muy clarita la película.
Dejaron la sesión sin cuórum para que no se pueda tratar un tema muy importante. De hecho, este es su modus operandi. Lo hicieron antes y lo volverán a hacer.
Los parlamentarios hacen lo que les da la gana. Eso de ser representantes del pueblo, lamentablemente, les queda muy grande. Muy pocas veces suelen estar a la altura de sus obligaciones. Y son poquitos los que tratan de marcar una diferencia.
Con todos los privilegios y la protección que tienen, no se animan a ser verdaderos representantes del pueblo, de esos asalariados que con sus impuestos financian sus privilegios. Y cuando llega el momento de la verdad, en vez de animarse a hacer algo revolucionario –el utópico impuesto a la soja, por ejemplo– abandonan sin más su lugar de trabajo.
La cuestión no es que ganen más de 30 millones, que tengan combustible y comida gratis, además de la inmunidad, claro.
La cuestión es que no se lo ganan con el sudor de su frente. Y eso no está bien.