Peña llegará a la presidencia de la República marcado, sino limitado y condicionado fuertemente por la sombra de la figura y el poder de Horacio Cartes, su mentor y actual titular de la ANR. Esa será su primera lucha, visible o disimulada, moderada o frontal, pero la primera, al fin de cuentas, pues ningún presidente puede gobernar cargando a un poderoso jefe detrás.
Santi deberá preocuparse, por un lado, por el tema político, sus referentes e instituciones y, por otro lado, por las necesidades reales y urgentes del país y su gente.
En el primer campo tendrá que lidiar con un empresario y presidente del Partido Colorado acostumbrado a mandar y hacer “lo que quiere”, según sus allegados; a escuchar muy poco, y ahora –quizás– con una sed de venganza que fácilmente le puede complicar su gestión, obstaculizar objetivos de gobierno y hasta destruir instituciones. El riesgo es grande.
Si suponemos que el joven presidente será capaz de mantener el sentido común y defender una actitud razonable, su administración se convertirá en escenario de la lucha entre la lapicera y el poder real; ese que influye en los parlamentarios y tiene peso económico para hacer vacilar conciencias.
Santi también deberá lograr tener alguna influencia entre los legisladores quienes parecen no tomar en serio sus expresiones y deseos. Por de pronto, la famosa “aplanadora colorada” no ha servido, sino para imponer en cargos –en muchos casos y de manera vergonzosa– a figuras sin trayectoria ni idoneidad. Teniendo entre sus filas a profesionales con formación o, por lo menos, con un perfil más respetable y prometedor, pareciera que se empecinan por nombrar a los peores e incapaces. Poco favor le hacen a las instituciones y la patria.
En lo que respecta a las necesidades de la gente, el presidente electo tiene puntos urgentes, como el de salud, incluyendo aquí el mejoramiento de la atención diaria y ambulatoria del IPS, el tema del transporte público y la generación de fuentes de trabajo digno. La lucha contra el contrabando también debe ser clara y real, así como el combate al tráfico de drogas; pues su comercialización y consumo están envenenando cada vez más la actividad política y la vida de los jóvenes del Paraguay.
Tampoco podemos olvidar el desafío educativo en el que quizás haya que retomar la recuperación de elementos básicos en la formación de niños y jóvenes, como el conocimiento de nuestra historia como pueblo, el rescate de las sanas tradiciones y valores; el amor a la lectura y a las ciencias exactas. Hoy muchos jóvenes ni siquiera saben por qué están desfilando un 14 y 15 de mayo. Y tampoco comprenden lo que apenas pueden leer de corrido.
Y Peña debe tomar con seriedad las preguntas recurrentes en nuestro país si es que realmente quiere cumplir su tarea. Desde las más comunes hasta aquellas más complejas. ¿Por qué un padre de familia sigue mendigando una cama de terapia para un hijo? O, ¿cómo es posible que el Congreso siga postergando algo básico como la instalación de un sistema de radares con alcance para resguardar todo el espacio aéreo nacional? Y tantas otras más.
Santi Peña puede terminar aplastado por la aplanadora colorada si no logra la preponderancia que debe tener entre los políticos y politiqueros del Congreso.
Por ello, es de esperar que la mayoría colorada en el Congreso deje de ser expresión de vergüenza o venganza y se convierta en herramienta de cambio positivo y ejecución de políticas públicas en beneficio de todos.
Más allá de colores o ideologías, lo espera el país, se merece este pueblo.